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"Mi novela es una elegía a una forma de vivir que desapareció de un plumazo el 11 de septiembre"

Paul Auster, en el jardín de su casa en Nueva York.
Paul Auster, en el jardín de su casa en Nueva York. Miguel Rajmil (EFE)

La cita es en su casa, un brownstone de tres plantas ubicado en Park Slope, cerca de la Séptima Avenida, en una calle en cuesta que recuerda vivamente la atmósfera recreada en Smoke y Blue in the Face, dos películas que captan con la misma riqueza de matices que sus narraciones el espíritu de Brooklyn, el idiosincrásico barrio en el que Paul Auster vive desde hace dos décadas. El autor de Leviatán y La música del azar acaba de cumplir 59 años. En una pared de la biblioteca cuelga una solemne declaración firmada por el presidente de la Junta Municipal de Brooklyn que da cuenta de una efemérides recientemente instaurada: la proclamación del 26 de febrero como "El día de Paul Auster". Su última novela, la número doce en su haber, es un encendido homenaje a Brooklyn y a las gentes que lo habitan.

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PREGUNTA. Sus novelas se caracterizan por tener finales abiertos o ambiguos. Sin embargo, Brookly Follies tiene un final feliz. ¿Ha escrito Paul Auster una comedia romántica?

RESPUESTA. Desde luego, es una comedia, aunque no sé si romántica. Suceden cosas tristes y hay episodios oscuros, pero al final, a la mayoría de los personajes les salen bien las cosas. También hay una veta política, sobre todo por parte de Tom, uno de los personajes principales, que es muy crítico con la Administración de Bush. Hay que tener en cuenta que la novela transcurre en el periodo de las elecciones presidenciales del año 2000. Se habla bastante de la situación que aqueja a este país. Tom no es precisamente republicano y sus ideas se expresan con toda claridad en Brooklyn Follies. Es cierto que de todas las novelas que he escrito, ésta es la que tiene un final más cerrado, pero no podía ser de otra manera, dado que se trata de una comedia. Necesitaba un final contundente y aunque se puede tildar de feliz, hay que matizar, porque se da una mezcla de emociones de signo muy encontrado.

P. En la novela irrumpen bruscamente los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. ¿Le resultó doloroso escribir sobre eso?

R. La sombra de los atentados se cierne de manera velada sobre toda la novela, pero no afloran en la narración hasta el final. Esos párrafos le dan un vuelco total al libro. Todo lo que ha tenido ante sus ojos el lector cobra un sentido inusitado. Brooklyn Follies se transforma en una elegía, en un himno a una forma de vivir que desapareció de un plumazo de la faz de la tierra. El lector descubre que lo que tiene ante sí es un canto a un mundo perdido, a la belleza y sencillez de una forma de vida cotidiana que dejó de ser posible a partir de aquellos acontecimientos. El 11 de septiembre de 2001 cambió el curso de la historia, haciéndonos entrar a todos en un periodo ominoso.

P. Brooklyn siempre ha ejercido una extraña fascinación sobre todo tipo de escritores. ¿Podría recordar a algunos?

R. Habría que empezar por Walt Whitman, quizás el más célebre de todos. Más recientemente tenemos a los dos Miller, Arthur y Henry. También Thomas Wolfe vivió en Brooklyn durante un tiempo... Y luego está aquel experimento tan interesante cuando un grupo de escritores compartió una casa en Brooklyn Heights, en la década del cuarenta o del cincuenta, no me acuerdo bien. W. H. Auden, Langston Hughes, Carson McCullers. Hay una novelista maravillosa, hoy olvidada, Bessie Smith, la autora de Un árbol crece en Brooklyn, un libro bellísimo. Y tantos otros, Norman Mailer, Truman Capote... Si nos trasladamos a la actualidad es un delirio la cantidad de poetas y novelistas que viven aquí. Son innumerables.

P. ¿A qué cree que se debe?

R. Brooklyn es un lugar que tiene una atmósfera muy especial. Hay en este barrio algo misterioso que se te mete por debajo de la piel y se queda ahí. Brooklyn es un inventario del universo y tiene la peculiaridad de que mientras que en todas partes las diferencias étnicas y religiosas son una fuente potencial de conflictos, aquí se convive en armonía. Yo me vine a vivir por razones prácticas, porque los alquileres eran más baratos y llevo 19 años aquí. Cuando me casé con Siri, ella dejó Manhattan para venirse a Brooklyn, y cuando decidimos comprarnos una casa le dije que no tenía por qué ser aquí, y ella, que había venido un poco a regañadientes, dijo que no, que no quería irse de Brooklyn.

P. ¿Cómo surgió Brooklyn Follies?

R. Se me ocurrió en 1993. Eso en mí es normal. Mis novelas se gestan durante periodos muy largos de tiempo, cinco, diez, a veces quince años. Cuando empecé, tenía en mente una estructura muy diferente a la de ahora. Nathan, el protagonista, no existía entonces en mi imaginación, pero el resto de los personajes sí. Sobre todo había dos personajes muy especiales, Willy Christmas, un mendigo poeta, y Míster Bones, su perro. Esos dos personajes fueron el motor que puso en marcha la novela, pero cuando terminé el primer capítulo me di cuenta de la singularidad de su historia y tomé la decisión de dedicarles una novela a ellos dos. El resultado fue Tombuctú, una narración breve, de carácter acusadamente poético. Mi intención era escribir Brooklyn Follies inmediatamente después de Tombuctú. Pero faltando Willy Christmas y Míster Bones, la estructura que tenía pensada se me vino abajo y no fui capaz de recomponerla. Me pasé años pensando en cómo resolver el problema. Entre medias, escribí otras novelas, pero no me resultó posible abordar Brooklyn Follies hasta que se me ocurrió el personaje de Nathan.

P. ¿De dónde surgen sus historias?

R. De las profundidades del subconsciente, de un abismo al que no tengo acceso. Anidan ocultas dentro de mí mismo hasta que un día surgen y entonces las observo: ideas, personajes, palabras. Al principio no las entiendo, pero si se trata de algo que me atrae, que me subyuga aunque no sepa por qué, me pongo a explorar el material, a tratar de darle forma.

P. Usted empezó como poeta. ¿Cómo se convirtió en narrador?

R. La discontinuidad no es tan tajante. Hasta el día de hoy me sigo considerando poeta, un poeta que cuenta historias. Mi manera de aproximarme al lenguaje es la propia de un poeta, no se diferencia en nada de la actitud que tenía cuando escribía poesía propiamente dicha. Además, siempre he escrito ficción, sólo que de joven no quería publicarla porque no tenía suficiente calidad. Llegó un momento en que dejé de escribir ficción, aunque seguí escribiendo ensayos y reseñas, además de poesía. A finales de los setenta atravesé por una crisis muy profunda y dejé de escribir por completo. Durante un año no escribí una sola línea. Y cuando me sentí con fuerzas para volver a hacerlo, me dediqué exclusivamente a la prosa. Sentí una especie de liberación, pero no es exacto decir que dejara la poesía. Seguía ahí, sólo que el vehículo en que aparecía eran mis novelas. Y todavía sigo escribiendo poemas, sólo que lo hago con carácter privado, para celebrar ocasiones familiares, como bodas y cumpleaños. (Se ríe). Son poemas con rima, y me divierto mucho componiéndolos.

P. En 1979 publica La invención de la soledad. ¿Cuál es la importancia de ese libro?

R. No es una novela, pero siempre he pensado que fue el catalizador que puso en marcha toda mi carrera como novelista. Lo escribí tras la muerte de mi padre, con ánimo de entender quién había sido. La invención de la soledad es un intento de encontrar el sentido que había tenido la vida de mi padre. ¿Y qué es la ficción sino el intento de entender las vidas ajenas? Ésa es la razón por la que se escriben novelas. La invención de la soledad abrió para mí una puerta que desde entonces nunca se ha cerrado, la de la ficción. Estamos en 2006, han pasado 27 años, y a lo largo de todos estos años no he dejado de escribir novelas en ningún momento.

P. ¿Por qué hay tan poco diálogo en sus novelas?

R. Resulta llamativa la influencia que ejerce hoy día el cine sobre la literatura. Son muchos los narradores cuya imaginación está condicionada por el cine. Estructuran sus novelas yuxtaponiendo escenas que luego llenan de personajes que intercambian palabras. En cuanto a mí, a pesar de que he hecho cine, soy el menos cinematográfico de los escritores. Lo que a mí me interesa es el cuerpo mismo de la narración, ir desplegándola lentamente para dar forma a la novela, y aunque hay diálogo, es relativamente escaso.

P. ¿Qué le ofrece el cine que no encuentra en la novela?

R. Son dos maneras completamente diferentes de contar historias, y en eso hay un desafío que me atrae como creador. Soy un cinéfilo empedernido desde que era niño, aunque eso no se refleje en mi manera de escribir. Me metí a hacer películas por accidente. Luego hay un elemento extra-artístico y es que escribir es un oficio atrozmente solitario. Me he pasado muchos años encerrado en una habitación, sin hablar con nadie. Por el contrario, el cine es un arte colectivo, te permite trabajar con mucha gente, y eso es algo muy gratificante.

P. ¿Qué ocurre en el tiempo que media entre el final de una novela y el principio de la siguiente?

R. Cuando termino una novela tiendo a olvidarme de ella, aunque los personajes siguen vivos dentro de mí durante algún tiempo. Es como si después de haber convivido muy de cerca con unos amigos, de repente se van y los echas terriblemente de menos. De vez en cuando me pregunto: ¿qué estarán haciendo X o Y ahora? Algo así. Luego viene un vacío abrupto, durante el cual me siento deprimido y no soy capaz de hacer nada. Sólo que en la parte de atrás de la cabeza, ya está la siguiente novela, tratando de abrirse paso y al cabo de un par de meses, ya estoy encerrado, escribiendo. Por cierto, he terminado otra novela. La terminé a finales de diciembre... Sí... (pensativo). Es una novela corta, muy extraña... Se titula Viajes por mi escritorio. Su génesis es distinta de la del resto de mis novelas. Normalmente tengo las novelas en mi cabeza durante muchos años antes de ponerme de hecho a escribirlas. El caso de Viajes por mi escritorio es distinto. Surgió de la nada, como por ensalmo. Un día tuve una visión de un anciano en pijama que calzaba zapatillas de cuero. Lo vi sentado al borde de la cama, con las manos apoyadas en las rodillas y la cabeza hundida, mirando al suelo. (Paul Auster aparta la silla de la mesa, reproduce el gesto que acaba de describir, y se queda un rato callado). Era una imagen hipnótica, que no me podía apartar de la cabeza. De pronto la entendí: aquel anciano era yo dentro de veinte años. Esa imagen fue lo que generó la novela, pero no me pregunte de qué va, porque no sabría por dónde empezar. El año que viene podrá leerla, si quiere.

P. Su obra está firmemente anclada en el legado de los autores mayores de la historia de la novela. En la Trilogía de Nueva York hay un homenaje directo a Cervantes y Hawthorne aparece en muchas de sus obras, incluida Brooklyn Follies, donde hay un manuscrito falsificado de La letra escarlata.

R. Cervantes nos dio el libro de los libros. Don Quijote es una novela en la que aparecen todas las cuestiones relativas al arte de la ficción. Es, sencillamente, un libro inagotable. Dos libros, en realidad, porque la segunda parte es otra novela, la verdaderamente moderna, todavía mejor que la primera. Don Quijote es un libro que te lleva a lugares insospechados. No sé cuántas veces lo he leído. En cuanto a Hawthorne, toda la literatura norteamericana remite a él. La letra escarlata es fundamental, pero tiene otras muchas cosas de gran interés. No hace mucho edité y prologué un librito suyo muy curioso, el diario que dedicó a su hijo Julian, un diario que comprende un periodo de 20 días. Y luego están los relatos. Hawthorne es un cuentista prodigioso. Tiene razón Borges cuando dice que es un precursor de Kafka. Los cuadernos, en particular, están impregnados de una atmósfera que prefigura llamativamente una sensibilidad como la de Kafka. Están cuajados de apuntes y bosquejos, de ideas para relatos que parece haberlos escrito alguien que vivió en el siglo XX. Me siento muy cerca de él, por eso aparece constantemente en mis libros. Mi personalidad se asemeja a la suya, tengo el mismo gusto por la soledad que tenía él. Cuando decidió ser novelista se pasó doce años encerrado en una habitación, escribiendo. Sólo salía durante el verano, a viajar por Nueva Inglaterra. Me parece fascinante. Hawthorne es nuestro primer gran escritor, junto con Edgar Allan Poe.

BIBLIOGRAFÍA

NARRATIVA

La noche del oráculo.

El libro de las ilusiones.

Creía que mi padre era Dios.

Tombuctú.

A salto de mata.

Mr. Vértigo.

El cuaderno rojo.

Leviatán.

La música del azar.

La trilogía de Nueva York.

El palacio de la Luna.

El país de las últimas cosas.

La invención de la soledad.

ENSAYO

Experimentos con la verdad.

GUIONES

Smoke; Blue in the Face.

Lulú on the Bridge.

POESÍA

Pista de despegue.

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