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Columna
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¿Qué peligro?

"¿Quién en el mundo querría soñar con chinos?", escribió una vez Joseph Conrad, estigmatizando de un plumazo a millones de orientales al colgarles la etiqueta "Pesadilla", equiparando más o menos a un chino con un tiburón. Pero ocurre que estos días el biólogo marino Rob Stewart promociona su documental sobre escualos insistiendo en que "los tiburones no atacan a las personas. Al contrario: huyen de nosotros". Y añadiendo que "no sabíamos casi nada de tiburones y llegó Spielberg y nos enseñó a odiarlos".

Es curioso cómo los miedos o fantasías de algunos (grandes) artistas toman acomodo en el imaginario de sus civilizaciones, convirtiéndose en lugares comunes que casi nadie contesta, sobre todo porque faltan argumentos, información.

"Los tiburones representan muchos de los miedos que tenemos los humanos: miedo a que nos coman vivos, miedo a la oscuridad, miedo a lo desconocido...", ha señalado Stewart, y alguien podría pensar que metafóricamente aludía a los chinos. La idea "peligro amarillo" es un clásico en el paisaje del miedo racial y no será del todo azaroso que algunos de los viajeros que últimamente han escrito sobre China, como Paul Theroux o José Ovejero, pensaran allí a menudo en la muerte.

El pasmoso número de habitantes y la antigüedad de aquel pueblo, su capacidad para sobrevivir, podrían hallarse en las raíces de esta vieja inquietud occidental: ¿qué será de nosotros si los chinos toman la iniciativa? Un pavor latente que, parece, no tardará en tener respuesta.

El renacimiento del viejo Imperio impone un periodo de intercambio, y los chinos parten con la ventaja de saber más de Occidente que al revés. El cine, la música, la moda o la literatura occidental interesan en China hasta estar modificando conductas. (Ejemplo: las fotografías y películas que se realizaron en Hong Kong -cuando era británica- animaron a muchos artistas a derribar tabúes y desnudar a las mujeres).

La influencia de los orientales en nuestra cotidianidad se antoja bastante más superficial, pero cabe plantearse la necesidad no sólo de retratar a China en teoría, apoyándonos en mapas o estadísticas, sino de buscar el contacto, la piel, el viaje, para aproximarnos de un modo más íntimo a ese universo fundamental en la construcción del mundo inminente.

Una dificultad para abordar de cerca al Dragón puede haber sido su envergadura. Porque, ¿es posible escribir un Libro de Viaje Sobre China? Esta pregunta fue el mayor incordio cuando hace siete años me planteé el desafío. Leí desde la síntesis de Georgina Higueras -China- al Yijing. ¡Cuánto aprendí de estudiosos como Manel Ollé, Ted C. Fishman o Harry G. Gelber! Encontré incursiones de Ismael Grasa, Santiago Gamboa, textos que apuntaban a ciudades concretas, pero, ¿dónde estaba el libro de viaje reciente a-lo-Marco-Polo, el que cubre miles de kilómetros contrastando caracteres, campos, rostros? Y entonces, tras disfrutar de las expediciones de Pedro Ceinos y Vikram Seth..., llegué al viaje en tren que realizó Paul Theroux.

En En el gallo de hierro, Theroux fustiga al sumiso carácter indígena, abomina de su servilismo, pero logra uno de los mejores libros escritos por un occidental sobre ese país -sin olvidar Claves para China, de Claude Roy- destapando el choque de culturas. Y, en ese contexto, señala: "La China costera me gustó. Estaba influida por los negociantes y los ocupantes, y gracias a sus comunidades marineras, miraba hacia fuera". Eso escribió Theroux, llevándome a vislumbrar que sabíamos muy poco del litoral donde se forjaba la moderna potencia. Porque, aparte de Shanghai, Cantón, Macao y Hong Kong, ¿qué más conocíamos de aquellos 18.000 kilómetros?

Resulta extraño enfrentarse a un vacío informativo tan abrumador en una época y en una cultura que se suponen al corriente de todo. Semejante hueco da la medida del espectacular desconocimiento que todavía tenemos de los chinos, y ayuda a entender la razón de algunos miedos. Y por qué un autor como Lin Yutang continúa en España en el práctico anonimato, cuando podría iluminarnos sobre tantas cosas de allí.

La singularidad de Lin Yutang, además de en su genio, radica en haber vivido muchos años con chinos y occidentales y, en una cumbre de madurez, haber escrito sobre unos y otros con esa ecuánime moderación sólo asequible a los sabios. Lin Yutang, como T. E. Lawrence, Kapuscinski, Chatwin, Robert Byron o Josep Pla, han mostrado que la palabra peligro no debe ir vinculada a un color, brindando un motivo suficiente para amar los libros de viaje... o para decirle a Conrad y a Spielberg: "Eh, que yo no temo al chino. Ni al tiburón".

libro en el que narra el viaje que hizo por la costa china junto a su traductor.

Gabi Martínez (Barcelona, 1971) acaba de publicar Los mares de Wang (Alfaguara)

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