Una puerta dibujada con el dedo
Como mi propio trabajo de pintor, mis incursiones en la escenografía siempre las he entendido, más allá de un oficio, como una actitud de vida. Mi querencia por la escena es de sístole y diástole, que no sabría hacer como una constante actividad. El teatro me ofrece un bonito hecho añadido, rescatándome de la soledad de la pintura, el trabajo colectivo con su intercambio de ideas y experiencias a la búsqueda de una conjunción de visiones en la escena posibilitando la escenografía al emplazar las ideas y voluntades inconcretas un territorio donde representarlas. Un entorno en donde, sin acotar un espacio de una manera aséptica o artificiosamente realista, se estimule la imaginación del espectador para conseguir la gran ilusión escénica que es el hacer de una simulación una verdad donde reconocernos. El abanico de las diferentes maneras y medios de expresión que invita el escenario teatral es inmenso. Por lo general toda evocación resuelta en el espacio escénico suma mayor credibilidad al espectador que la obviedad de un decorado descriptivo. Como consideraba el maestro Fabià Puigserver, con el público, no hay que ser muy obvio. Hay que sugerir las cosas más que mostrarlas... De él aprendí una vocación e interés por un teatro de temperatura poética donde un actor dibuja con su dedo índice una puerta y la abre o un haz de luz configura una habitación o una caja de cartón puede llegar a ser una fortaleza... Una voluntad de síntesis y cuestionamiento que hace por crear un espacio escénico en donde celebrar esta otra realidad y acontecimiento que reinventa el teatro en cada representación.
Una evocación es mejor que un decorado descriptivo
Si la intención del escenógrafo es abrir la percepción visual del espectador, no hay duda de que el protagonismo de la música que ofrece la ópera impulsa, en gran manera, la creación de un espacio escénico como vehículo de tránsito del mundo auditivo al mundo visual y que aparecerá en correlación con las diferentes expresiones en escena: poesía, coreografía, dramaturgia y, hoy evidentemente, con la expresión cinematográfica. Todos ellos dispuestos a diluir su mutua presencia con el fin de que la ópera se revele a sí misma.
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