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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La rebelión de los mancebos

Que William Burroughs buscó anclaje en sendos libros religiosos de origen tibetano y egipcio no sólo lo anuncia el subtítulo, también el ansia con la cual transporta su argumento hacia la liberación y transformación que supuestamente brinda la muerte con su viaje al más allá.

El acertado prólogo de Luis Antonio de Villena a este libro hace hincapié en la imposibilidad de que la literatura experimental, la de guerrilla cultural, difícilmente encuentre en los tiempos que corren espacio dentro de un mercado editorial dominado por la prosa realista, algo que atestigua la suerte corrida por obras de autores españoles vinculados a esta corriente, entre ellos la de los malogrados Aliocha Coll y Jesús López Pacheco o del incombustible Julián Ríos.

LOS CHICOS SALVAJES. El libro de los muertos

William S. Burroughs

Traducción Ana Herrera Ferrer

El Aleph. Barcelona, 2006

173 páginas. 18 euros

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Distopías y derrotas

Nos encontramos, por ello, ante el dilema de saber distinguir entre la experimentación literaria, a la que se debe apoyar a ultranza, y los ejercicios disfrazados de vanguardia, eso mismo que Burroughs califica de "lenguaje desconocido que desgrana el mismo mensaje una y otra vez, con charadas crípticas". Los chicos salvajes, a diferencia de El almuerzo desnudo, Yonqui o Nova Express, es una obra de gran calado visionario pero menor peso estilístico, un alegato antisistema donde la experimentación que practica Burroughs mediante la técnica del recorte (cut-up), de la repetición monotemática o del componente sexual como arma arrojadiza que intenta transformar de forma no lineal la confusa realidad del entorno mediante la trasgresión, revela desafortunadamente signos de desgaste.

En esta novela conviven la sofisticada violencia pandillera de La naranja mecánica, de Anthony Burgess, junto a la fogosidad atávica de los chavales en taparrabos de El señor de las moscas, de William Golding; sus protagonistas son adolescentes incontinentes que se entregan frenéticamente a sesiones de amor pederasta autodestructivo, ya sea en un jardín de la carne donde árboles y plantas provocan o disfrutan de orgasmos, como sumidos en los sórdidos ambientes de un folletín mexicano bordado de humor acre. Todo lo que tiene de subversiva lo tiene de turbulenta imaginería homoerótica, por lo que se hace difícil enterarse de algo que no sea el obsesivo y sistemático emparejamiento entre efebos, lo cual puede acabar por extenuar hasta al lector más "abierto". Aquí se podrá anatemizar al crítico de puritano u homófobo ignorante, lo cual no es el caso, ya que lo que se pretende no es poner en cuestión lo homosexual como instrumento demonizador, sino valorar la elasticidad del empleo machacón de una pornografía hemorroidal (en la novela todo el mundo parece llevar consigo vaselina) en un contexto contradictoriamente poco guarro y más bien "alien".

En lo que respecta a la cuestión de que si estamos ante un manifiesto para la rebelión de los más jóvenes contra un sistema opresivo, no hay más que referirse a ciertos pasajes inspirados y premonitorios que presagian el auge del totalitarismo moderno -particularmente el del imperio norteamericano con la CIA actuando de punta de lanza-, ese que "permite a los estados policiales mantener una fachada democrática desde detrás de la cual acusan de criminal, pervertido y drogadicto a cualquiera que se oponga a la máquina de control".

Más allá de infiernos artificiales y paraísos carnales, lo cierto es que nadie que no fuese Burroughs podría haber tejido, con el fluir de su conciencia eminentemente epicúrea, una telaraña retrofuturista tan insumisa, discordante y tóxica.

William S. Burroughs (Misuri, 1914-Kansas, 1997), visto por Loredano.
William S. Burroughs (Misuri, 1914-Kansas, 1997), visto por Loredano.

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