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OPINIÓN
Columna
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Más técnicos y menos ingenieros

LA PÉRDIDA DE ATRACTIVO de estos estudios entre los jóvenes se detecta en muchos países de la OCDE. En Estados Unidos la demanda ha caído el 49% desde 2002. Las sociedades profesionales, tratando de dar orientación laboral a estudiantes y profesores de secundaria, propusieron en 2006 cinco futuros diplomas: Computer Engineering, Computer Sciences, Software Engineering, Information Systems e Information Technology. Era reconocer que la profesión agrupa actividades diversas y que no maneja un solo campo de conocimiento, situación poco asumida en España, donde los títulos tienen un sentido global y único.

En la Unión Europea el acceso a la profesión es variado. En Alemania conviven las Fachhochschulen o escuelas especializadas, orientadas a la práctica profesional, y las universidades, con estudios más teóricos y amplios. Francia tiene una gama de diplomas oficiales, relacionados entre sí, pero diversos en profundidad y especialización.

Un factor común reside en que siendo un título oficial una cierta garantía de acceso al trabajo, el ritmo de la innovación impone una dura formación continua. El vacío entre el ritmo de las novedades que la industria lanza y la real capacidad de absorción y filtraje de éstas por parte del sector académico explica que los títulos internos ofrecidos por las multinacionales (Microsoft, Oracle, etcétera) sean muy valorados por el empleador. Este escenario no encaja en un tejido empresarial de empresas pequeñas, con trabajos poco atractivos, y es un problema muy duro para nuestro sistema educativo. Ello explica que los jóvenes interesados en la ingeniería informática intuyan que su carrera profesional esté en otras coordenadas.

Aunque dominar la programación sea un talento importante en la raíz de esta ingeniería, no significa que ambas profesiones coincidan. La estandarización del proceso de programación y el ahorro que supone exportar estas tareas a zonas con bajos costes laborales (India, países del Este, etcétera) cambia la demanda de cualificaciones, con el consecuente clima de inseguridad en países de mayores costes laborales, algo que no ayuda a paliar la carencia de estudiantes. El papel de las Fachhochschulen supone todo un cambio de mentalidad, al apostar por la profesión de programador sin exigir nivel universitario, al tiempo que al ingeniero, inevitablemente minoritario, se le piden otras capacidades: control de tareas, I + D, soltura frente a los entes plurinacionales, contacto con el cliente...

Nuestro mercado laboral demanda más técnicos capaces de usar nuevas herramientas de software que ingenieros que desarrollen aplicaciones y proyectos avanzados. Son imprescindibles acuerdos serios y solventes entre Universidad y formación profesional, con pasarelas mutuas todavía sin explorar. La Universidad española tiene su parte de responsabilidad y debe plantearse si el entorno de funcionarios e investigadores es adecuado para afrontar la falta de aprecio social de su oferta académica.

Gregori Martin Quetglas es catedrático de ciencias de la computación de la Universidad de Valencia.

Esther Ruiz Ben es profesora asistente en el instituto de Sociología de la Universidad Técnica de Berlín.

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