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Reportaje:IV CONGRESO DE LA LENGUA

El tórrido ponche de ron con pimienta

El mundo era tan reciente -dice García Márquez en las primeras páginas de Cien años de soledad- que "muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo". Hace cinco siglos, hubo un momento en que el español, una lengua tan madura que estaba en vísperas de escribir el libro fundador de la modernidad en Occidente, enmudecía en el Caribe ante la realidad del continente recién descubierto. No tenía palabras para nada de lo que era específicamente americano (árboles, frutos, animales, fenómenos de la naturaleza, lugares, pueblos nativos, utensilios, rituales) y para no tener que limitarse a señalar las cosas con el dedo tuvo que aprender los nombres del caobo y de la guanábana, del jaguar y del huracán, de Calamar y del Tayrona, de la canoa y de la hamaca, en las lenguas nativas de arhuacos y taínos.

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Los primeros cuarenta años posteriores a la llegada de Colón a Las Antillas convirtieron al Caribe en el caldero donde se formó una cultura, donde se inició el mestizaje de la lengua. Los primeros encuentros entre "símbolos, cosmos y cosmogonías", los primeros asombros, las primeras fusiones, el cruce de mitos y rituales, el lento entreverarse de la sensibilidad española del Renacimiento, monoteísta, latina, católica, mediterránea, con el universo animista y panteísta de los pueblos del vasto archipiélago: en medio de las furias de la sangre y del oro también se vivió ese milagroso intercambio de sonidos y símbolos.

Para quien tenga sentido de

la historia, mirar el siglo XVI en el Caribe no es sólo ver cómo fue integrado un mundo a la economía y a la política de la sociedad europea sino principalmente cómo avanzó una lengua tomando posesión de un territorio. Hay allí tema para lingüistas y filósofos, para antropólogos y teólogos, para la etnología y la psicología, para el historiador y para el músico. No se trata sólo de un hecho lingüístico, es el relato del nacimiento de una sensibilidad, de una cosmovisión y de una estética.

También fue García Márquez quien declaró alguna vez que el Caribe es un mundo que se extiende desde el delta del Misisipi hasta el delta del Orinoco, y podríamos agregar que ese mar que poblaron los taínos y los arhuacos, al que se asomaron los aztecas y los mayas, los tayronas y los guanebucanes, llevó lejos su influencia por el continente. La triple fusión de lo europeo, lo indígena y lo africano define bien, culturalmente, el cosmos caribeño. Allí aprendió el castellano a ser la primera lengua de la globalización, la primera lengua europea dilatada en lengua planetaria.

Como bien escribió Manuel Alvar en su estudio sobre Juan de Castellanos: "Las voces arhuacas se extendieron como mancha de aceite sobre todo el continente: no hubo rincón al que no llegaran los términos taínos. Convertidos el náhuatl y el quechua en lenguas generales de Meso y Sur América, respectivamente, el taíno fue la única superestructura léxica que cubrió a las dos grandes lenguas prehispánicas. El español llevó por todas partes lo que había aprendido en Las Antillas".

Muchos dicen que el género fundador de América en lengua española fue la crónica, y fue en el Caribe donde nacieron las crónicas y la historia de Gonzalo Fernández de Oviedo, testigo privilegiado de una época en las dos caras del mundo, y maestro de todos los cronistas. Pero cabe decir también que el género fue la poesía, si pensamos que el desmesurado poema Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos, nombró y cantó en español el Nuevo Mundo con la minuciosidad de un enciclopedista, la amenidad de un novelista, la amplitud mental de un hombre del Renacimiento, la delicadeza de un orfebre y la paciencia de un santo. Su poema fundó la poesía en castellano de Panamá, Cuba, República Dominicana, Jamaica, Trinidad, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Ecuador y la cuenca amazónica. Y las dos razones por las que el poeta fue más censurado por los críticos decimonónicos son las que más lo revelan hoy como un gran creador: su audacia para emprender el mestizaje de la lengua y hacer arraigar el castellano en un territorio innominado, y su abrumadora riqueza de detalles. Alguien se atrevió a decir que su defecto había sido detenerse en todas las minucias, pero bien ha dicho Henry Kamen que aquel encuentro de los mundos fue un hecho tan inusitado y tan irrepetible, que entonces sólo era sensato el que quería contarlo todo.

No en vano el Nuevo Mundo

nació en el Caribe. Esa región siguió siendo el centro de las fusiones, el laboratorio de las más ricas mixturas, donde alcanzaron primero su textura y su color muchas aventuras literarias del continente. En tiempos del Modernismo allí surgieron las grandes voces precursoras: José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera, José Asunción Silva, José Antonio Pérez Bonalde, y la voz abarcadora y exquisita de Rubén Darío. También hacia el Caribe miran los mejores versos de Alfonso Reyes, desde el Caribe arroja su mirada sobre la cultura del continente Pedro Henríquez Ureña, por el Caribe fluyen los sueños y las meditaciones de Alejo Carpentier, brotan y se enmarañan las frondas barrocas de José Lezama Lima, nacen las cadencias de Nicolás Guillén, brillan las sonrisas verbales de Luis Carlos López, se oye respirar el mundo de la mulatería en los versos de Luis Palés Matos: "Al bucanero densos perfumes, / el crudo aroma, la brava especia; las bergamotas y los jengibres, / los azafranes y las canelas /... / Al bucanero las tierras vírgenes, / el agua indómita, la mar inédita; los horizontes en donde aúlla / la agria jauría de la tormenta /... /Para el bucanero carne bocanada, /el largo mosquete de pólvora negra, / la roja camisa, la rústica abarca / y el tórrido ponche de ron con pimienta".

Todo el Modernismo navegó (y a veces naufragó) por esas aguas llenas de espectros de galeones españoles y fragatas inglesas, que embrujaron a Marcel Schwob y deslumbraron a Joseph Conrad. Las aguas que mecieron los sueños de Bolívar e inspiraron los ocios de Hemingway, que acunaron los ritmos de Saint-John Perse y dictaron los poemas de Derek Walcott. Es magnífico que se celebre ahora el Congreso de la Lengua en Cartagena de Indias, donde fue tesorero de la catedral Juan de Castellanos a mediados del siglo XVI, donde pasó su convalecencia creadora después de su aventura chilena y antes de retornar a España Alonso de Ercilla, donde Rubén Darío encontró en Rafael Núñez al hombre que lo puso en el camino de Buenos Aires y de España y de Francia. En la ciudad de Germán Espinosa y de Raúl Gómez Jattin, y en el centro de gravedad de las ficciones de Gabriel García Márquez, quien desde el comienzo se propuso escribir, en la lengua que le dejaron los libros y los siglos, "la Biblia pagana del Caribe".

William Ospina (Colombia, Tolima, 1954) es periodista, ensayista y novelista autor de libros como Ursúa.

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