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Columna
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CR Superstar

El primer mandamiento del marketing lo pronunció Oscar Wilde a finales del siglo XIX. "Sólo hay una cosa peor a que hablen de uno: que no hablen de uno". El escritor irlandés supo cómo venderse. Sin el escándalo que siempre le rodeaba, y que en buena medida él mismo se buscó, su literatura sería menos conocida hoy. La reputación del autor de El retrato de Dorian Gray supera la calidad de su producción artística, cosa que se podría decir de varios escritores contemporáneos, y de actores de cine y de deportistas también. De Cristiano Ronaldo, en cambio, no.

La calidad del jugador del Real Madrid como futbolista está a la altura de su reputación. El valor añadido del escándalo y la polémica que genera, sumado al amor/odio que provoca en las multitudes, lo convierte en el fenómeno de marketing perfecto. Cuanta más fama, más interés público; y cuanto más interés público, más oportunidad de vender entradas o de atraer telespectadores y convencer a las grandes marcas mundiales de que paguen mucho dinero por el privilegio de asociar sus nombres con el suyo o con el de su equipo, el Real Madrid.

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Si Cristiano fuera más como Leo Messi, su supuesto rival para el título de mejor jugador del mundo, si fuera, es decir, un buen chico -tímido, sobrio y soso- generaría menos dinero. Y también se le valoraría menos como jugador. Quedaría claro, incluso para los madridistas más fundamentalistas, que Messi es un jugador superior; que Ronaldo es un atleta formidable, pero que La Pulga es un genio.

Todo esto lo entiende Florentino Pérez, el crack empresarial que preside el Real Madrid, perfectamente bien. Por eso no dudó en pagar 94 millones por el alto, guapo, joven y esculpido portugués. Pérez se lamentará de la tarjeta roja que recibió Cristiano el domingo pasado, y el impacto que tendrá sobre el equipo a corto plazo, pero se consolará con la reflexión de que medio mundo se ha pasado la semana hablando del tema, lo cual sólo puede ser bueno, a mediano y largo plazo, para las arcas de su club.

El ruido que ha generado la expulsión del portugués da, precisamente, la medida del poder mediático que posee. Si hubiese sido un jugador común y corriente del Real Madrid, no habría habido debate posible. Si el codazo que rompió la nariz del jugador del Málaga, Mtiliga, lo hubieran dado Arbeloa, Albiol o Garay, a nadie se le hubiera pasado por la cabeza la idea, manifiestamente absurda, de que el árbitro se equivocó al echarle del campo.

Igual de inverosímil es la idea de que Arbeloa, Albiol o Garay serían capaces de convencer a Paris Hilton, la heredera estadounidense, a pasar con ellos una noche de pasión. Cuando saltó la noticia el verano pasado de que Cristiano había hecho exactamente eso en Los Ángeles con la Hilton, un periodista inglés escribió que Pérez, que le acababa de fichar, debería de estar muy disgustado. El periodista inglés no entendió nada. Pérez lo habría celebrado. Oscar Wilde, quizá por distintos motivos, también.

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