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Tribuna:Adiós a Carlos Llamas
Tribuna
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Charly

Desde hace un año, cuando los domingos voy a comprar el pan siempre me para un hombre en la puerta de la iglesia de Santa Tecla, en Barcelona. "¿Qué hace Llamas?", pregunta. Debe tener más de setenta años, viste pulcramente y es muy educado. "Soy un devoto de Llamas desde hace muchos años", me dice.

Este hombre de conversación culta pide limosna. O mejor dicho, se ofrece en la puerta de la iglesia, sin extender la mano, para que todos los que le conocen le ofrezcan un donativo. "Dele usted recuerdos a Llamas si habla con él y dígale lo mucho que le encuentro a faltar". A Carlos Llamas le hubiese gustado conocerle. Es el tipo de personaje sobre el que le gustaba indagar.

Carlos Llamas, Charly para todos los que le quisimos, diría que fue una estrella de la radio a su pesar. Lo suyo no era lucir el estrellato. Lo suyo era Canillejas, su barrio de siempre con el bareto de siempre y los amigos de toda la vida hablando del Atlético de Madrid, de sexo y de desventuras, renegando de la cocina moderna y burlándose de los catadores de vino.

Se hizo amigo del actor Paco Rabal cuando éste llamó a la radio a echarle una bronca
"Ábrete paso a codazos", les aconsejaba a invitados a sus tertulias

-A mí tráigame un pez- pedía Carlos a los maitres de restaurantes de lujo en los que por razón de su trabajo se veía obligado a sentarse a mesa.

Hombre parco en autobombo, la noche que su programa estrenó el indicativo "Hora 25, dirige Carlos Llamas", él salió en antena diciendo con ironía "Uuuuuy.... éste soy yo", y cuando en la SER le pidieron que esbozase su biografía personal dejo unas líneas tan escuetas en datos que, si han de trabajar a partir de ellas sus biógrafos, lo van a tener crudo:

"Nací en 1954, en Zamora, y soy licenciado en Ciencias de la Información. Aunque he colaborado en varias publicaciones, mi trayectoria profesional ha estado siempre ligada estrechamente a la radio. En 1979 entré en el gabinete de la Cadena SER y realicé el programa Caja redonda, en Onda Media. En 1983 me incorporé a radio EL PAÍS y cinco años más tarde llegué a los servicios informativos de la SER, donde dirigí Hora 14. Desde 1992 dirijo y presentó Hora 25".

Nada sobre el Ondas que ganó por la calidad del informativo que dirigía. Nada sobre el premio Tomás y Valiente obtenido por su defensa de las libertades y los derechos fundamentales. Ni una línea dedicada a rememorar éxitos del programa o, a modo de anecdotario que enriquece una biografía, momentos de duda, de tensión, de búsqueda de la palabra exacta.

Si existiese un ADN sentimental, el de Carlos Llamas debería recoger los datos de que genéticamente fue gruñón e irreverente y vocacionalmente fue proclive a una vida desordenada. Añadiría que siempre fue feo y, para sorpresa de los que le conocían, sentimentalmente transparente en su madurez.

Sobre su apertura a la confidencia sentimental, Toñi Fernández, su colaboradora más fiel en Hora 25, asegura que no fue hasta muy tarde, ya en la madurez, que Carlos aprendió a decir te quiero y a expresar sus sentimientos. Agustín Cubillo, al que Llamas definió como su hermano cuando parecía que había vencido la enfermedad, sabe de otro Carlos: el que afrontó con valor las pruebas más duras para vencer el cáncer y, paradójicamente, se estiraba en el sofá de su casa sin poder superar el miedo a las inyecciones que le ponía su esposa.

La banda sonora de su vida fue Sabina. Su tema predilecto de conversación, el sexo. El oyente al que más quería, Paco Rabal, del que se hizo amigo a partir de la noche en la que el actor telefoneó a Hora 25 para pegarle a Llamas una bronca épica.

Lo curioso de Carlos, entre las muchas cosas curiosas de una compleja personalidad como la suya, es que siendo desordenado al extremo de que en los viajes no se le podía dejar un billete en sus manos porque siempre acababa por perderlo, anotaba con pulcritud de amanuense los temas que salían a colación en las reuniones en las que con su equipo debatía el guión del programa en sesiones que los lunes empezaban con Carlos llegando tarde y cabreado y los viernes acababan como una fiesta.

"Ábrete paso a codazos, como si jugaras al baloncesto", les aconsejaba a invitados ocasionales a sus tertulias, acoquinados por la agresividad con las que los habituales se abren paso ante el micro. "A mis tertulianos les pido si no sería posible que una vez al año, sólo una vez al año, me trajesen una noticia", comentaba con su característico fruncido de labios, el sempiterno cigarrillo entre sus dedos. "Esto mi tía Rosario no lo entenderá", argumentaba para rechazar un tema que a lo mejor era bueno pero se le vendía oralmente mal.

Carlos Llamas no ha llegado a la vejez. Pero quiero creer que al final de su vida, consciente de que esta se iba, se miró en el espejo. Y en ese momento de intimidad en el que se enfrentó a la verdad, en paz y con tranquilidad, con la misma dignidad y valor con la que ejerció el periodismo supo decirse "has hecho de todo en tu vida y ahí acaba tu historia tras haber aprendido la difícil lección de saber decir te quiero".

José Martí Gómez es periodista

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