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Crisis, salud y salidas

La situación económica puede propiciar una mejoría del sistema sanitario eliminando tratamientos o pruebas superfluas

La crisis tiene atributos y dimensiones profundos que pintan hacia una difícil, dolorosa y larga salida para nuestro país. Podemos, en positivo, aprovecharla y reconsiderar muchos planteamientos en la forma de hacer las cosas, que están muy anclados. De lo que estamos seguro es que casi nada seguirá igual, pues más con menos pero de lo mismo o incluso más con lo mismo, no servirán. Hemos de emplearnos a fondo en maneras creativas para realizar las cosas de forma distinta. Si en medicina más no es mejor, ¿por qué no empezamos a hacer menos?, es decir, dejar de hacer intervenciones diagnósticas y terapéuticas que no aporten valor clínico al paciente. Hablamos de aquellas que se practican rutinariamente, de manera acrítica o empujadas por razones poco nobles. Como ejemplo, la Audit Commission, en un documento de abril de 2011, calcula que en un año se pueden ahorrar cerca de 500 millones de libras en Inglaterra si la práctica clínica rutinaria en atención primaria priorizara solo en aquellos tratamientos de alto valor clínico.

Hay que evitar realizar cambios de forma rápida, ciegos, lineales, que acaben en meros recortes a pesar de las presiones internas y externas que puedan tener los decisores. Los cambios importantes, los que merecen la pena, son los estructurales que significan una renovación profunda de hábitos y comportamientos muy enraizados y por ende, requieren de voluntad y tiempo.

Nadie duda de que nuestro sistema sanitario precisa una reforma (11 sesudos diagnósticos publicados solo en 2010) si queremos seguir siendo un sistema sanitario solvente, término más correcto que sostenibilidad que no contempla costes de oportunidad ni que las asignaciones presupuestarias de fondos públicos tienen una perspectiva social (Vicente Ortún).

Sabemos que no existen las crisis permanentes, que éstas suelen ser cíclicas, más o menos intensas y duraderas y, por tanto, saldremos de ella. Lo que no sabemos es cómo y cuando. Si el gasto social no puede crecer apenas, como consecuencia de la caída de la recaudación tributaria tan intensa como estamos teniendo, la sanidad pasará de tener problemas a ser un problema. El reto no es tener más financiación sin más, ni tampoco gastar menos, el desafío es definir las prestaciones cubiertas rigurosamente y gastar mejor realizando las cosas de forma correcta. Y para ello hay que evaluar con rigor toda la tecnología que llama a la puerta del mercado sanitario. Un reciente documento de Nancy Devlin y Jon Sussex de marzo de 2011 que edita la Office of Health Economics, señala criterios y despeja caminos de cómo hacerlo.

El gasto público no es solo un problema de envejecimiento o de intenso consumo sanitario el año antes de morir. Si las tecnologías disponibles desplazan la frontera de posibilidades de producción de la sanidad, y sólo lo hacen por el lado de otros bienes y, además sabemos que las preferencias tienen poca elasticidad de sustitución, es muy probable que aumente el porcentaje de gasto sanitario de manera continuada, incluso sin ineficiencias, complicando "el problema de la sanidad". Esperemos, como sostiene Antonio Cabrales en el blog Nada es gratisque este desplazamiento no sea inevitable ni permanente.

Por otra parte, los sistemas de información existentes y su potencial de uso y análisis, no justifican el desconocimiento que se tiene sobre los resultados clínicos. Cierta aversión a la transparencia y escasa cultura de evaluación, pueden explicarlo. La variabilidad no justificada en los estilos de la práctica clínica, una gestión administrativa disfuncional, duplicidades, horarios insuficientes, etcétera, obligan a aplicar medidas de racionalidad en la oferta. Para la demanda, las medidas a implantar, más que copagos que la atenúan poco y ponen en riesgo la equidad de acceso a los más desfavorecidos, deberían venir de la mano de la promoción de mensajes claros en los medios de comunicación social que desmedicalicen la vida cotidiana y hagan más proclive la adopción de estilos de vida saludables y amortigüen el desmedido consumo y frecuentación que hacemos de los servicios sanitarios.

Adicionalmente, nos preocupa la profunda desmotivación de los profesionales vocacionales por el desgobierno y la desidia en la introducción de cambios vitales para el rejuvenecimiento de las organizaciones sanitarias. Es necesario mejorar la medida del desempeño profesional y la función directiva con herramientas que promuevan un liderazgo real, consistente y coherente. Para ello hace falta mover el statu quo y contar con una valiente implicación política.

El prolongado malestar social que ha emergido en las últimas semanas, en formato 15M, cuenta con un correcto diagnóstico pero la terapia propuesta hasta ahora es inmadura. Quizá, si se mantiene en el tiempo, ayude a que se muevan las élites tradicionales a actuar. Sabemos que a los políticos de todo el mundo sólo les mueve la presión social y ésta lo es. Sin embargo, se precisa de un debate más maduro que necesariamente tiene que salir, también, de los contextos académicos y profesionales. La opinión pública debería recibir mensajes precisos, que eviten el lenguaje raquítico y que estén suficientemente elaborados. En salud y en sanidad no se concreta ni se comunica bien a la población general, cerrando así el círculo vicioso que impide la toma de las decisiones que hacen falta y que, necesariamente romperá alguna de las reglas de juego hoy existentes. Fallamos pues en hacer advocacy como se hace, eficazmente, en Canadá y otros países, mayoritariamente anglosajones.

Finalmente, necesitamos una práctica médica más racional en sus planteamientos y efectiva en la toma de decisiones. Una medicina más humana que intente hacer frente, sobre todo, a las causas y, no tanto, a los síntomas. Si lo conseguimos será la salida menos traumática a la crisis.

Juan del Llano es presidente de la Fundación Gaspar Casal.

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