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Columna
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Cuentos chinos

Muchos pensamos, por mucho pensar, que una Gran Crisis como esta no será más tarde en vano. La Biblia está cargada de casos ejemplares donde primero llegó la plaga y, más tarde, desde la calcinación y la hambruna se levantaron palacios y almacenes de cosechas que rozaban el paladar del cielo.

Han pasado muchos años y meses desde aquellos tiempos bíblicos pero la Humanidad, a pesar de sus torpezas y sus corruptelas, ha continuado en pie. En marcha y dispuesta a pervivir colaborando y no masacrándose, recuperando lo perdido y no sepultándolo antes de revisar su utilidad.

La Gran Crisis mueve a hablar en estos términos campanudos porque, efectivamente, día tras día las campanas doblan a muerto o crece el finado como un monstruo sin cabeza. Un monstruo incapaz de oírnos ni entendernos. Tan perverso en su evolución como blindado a todas las inyecciones de liquidez que tratan de diluirlo o desguazarlo. Aquí se advierte con toda claridad la incompetencia de los Gobiernos. Su incapacidad superlativa que, desdichadamente, ya constatábamos antes en su proceder menudo. Gobiernos que sufraga el pueblo y que, a la manera del maharajá de Kapurthala, lo forman equipos que no se manchan las manos en el quehacer de gobernar la vida común de la vecindad. Y menos su desdicha extraordinaria.

Los Gobiernos, en vez de mejorar los repartos de riqueza, emiten declaraciones hueras

Prácticamente nadie pide en estos tiempos que los Gobiernos practiquen una firme ideología o se muestren como adalides de una salvadora misión social. Sencillamente, la demanda ciudadana se refiere exclusivamente a que siendo poderosos nos protejan y siendo nuestros elegidos para gobernar trabajen en mejorar la vida de quienes les dieron vida. ¿O es que son elegidos -como dioses- para "ser lo que son", para posar y posar?

Un largo repertorio de injusticias pasan diariamente ante los gobernantes de hoy -ni figuras sagradas, ni seres carismáticos, ni magos de Oriente- sin llevarles a corregirlas. No se tratará, en la mayoría de los supuestos, de intervenir en litigios de categoría histórica, sino de solventar abusos de compañías aéreas, explotaciones, timos y estafas que sufren las personas a granel y casi en cualquier parte.

La inhibición de los gobernantes en las sistemáticas estafas de las empresas de comunicación, la indolencia de la ley ante los hurtos que bancos o aseguradoras, preparan dolosamente en la letra pequeña, la explotación de mujeres en los puestos de trabajo o de hombres que llegan o no de otro país, la lenidad de los partidos ante la podredumbre de sus afiliados, la tolerancia sobre la acumulación de dinero en unos cuantos que arruinan a decenas de miles, la pasividad ante el conchabamiento de compañías para incrementar los precios, etcétera, forman una ristra de hechos encadenados a la inmoralidad, la inclemencia, la inequidad y la prepotencia. Y ello, efectivamente, ante la culpable ineficiencia del Gobierno que está pero no está.

¿Sociedades de consumidores y usuarios? ¿Defensores del pueblo o del ciudadano? El Estado debiera ser quien desempeñara real y directamente estas funciones. ¿O no? ¿O la sociedad civil será incivilizada siempre y el Estado solo debe ocuparse en formar policías que multen, dictar prohibiciones que amordacen o arresten, medidas destinadas a vigilar y castigar?

Los tiempos del Antiguo Régimen que trataba a los ciudadanos como bárbaros se prolongan hoy, estetizadamente, en los Gobiernos que, en vez de ocuparse en mejorar los repartos de riqueza y el bienestar general, emiten declaraciones hueras o demasiado tontas y luego duermen o no.

La cuestión en suma ha llegado a ser esta: ¿para qué sirve esta grey de cargos nacionales o no, que mientras despilfarran, otorgan favores a sus allegados o son tan escolarmente ignorantes que no solo no hablan inglés o algo de economía en este mundo globalizado sino que mienten como sistema para lograr la próxima investidura que le cubrirá de la cabeza a los pies y con la cual no ve, no oye, apenas se mueve?

Sordos, ineptos, cegados por la burbuja del poder, se comportan de la misma manera que los especuladores financieros. Se miran en el espejo de su cima o se deslumbran con los flashes hasta que un día, el país arruinado, los derechos quebrantados, la estafa en ebullición y el desempleo rampante les hacen manotear aquí y allá, viajar incluso desesperadamente hasta la misma China para contar desde allí los auténticos cuentos chinos. Cuentos -ya, a estas alturas- para no dormir.

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