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Francia prohíbe los móviles en la escuela por riesgo para la salud

El Gobierno restringe la telefonía hasta los 10 años - Propone aparatos con auriculares o sólo para SMS - Teme su efecto, no demostrado, sobre el cerebro

Antonio Jiménez Barca

El Gobierno francés prohibirá el uso del teléfono móvil en la escuela primaria (hasta los 10 años) por motivos de salud pese a la falta de evidencias científicas de sus riesgos. La medida está encaminada a proteger a los menores del posible daño de las ondas electromagnéticas que emiten estos aparatos y que, según el Gobierno de Nicolas Sarkozy, aún no han sido determinados de forma tajante.

Desde hace semanas, un foro organizado por varios ministerios y compuesto por todos los sectores afectados, entre los que se cuentan representantes del Gobierno, de las telefónicas, de los sindicatos y de asociaciones ciudadanas de padres y de consumidores, se ha reunido periódicamente para discutir el asunto. Este ciclo de reuniones terminó el martes sin llegar a una conclusión determinante. Es más: decidió esperar y remitió al estudio que desde hace unos meses lleva a cabo sobre el tema la Agencia Francesa de Seguridad Sanitaria (Afsset). Será entonces cuando el Gobierno legisle de una manera precisa sobre la instalación, ubicación y potencia exigidas de las antenas y repetidores telefónicos y sobre el uso de los teléfonos portátiles en espacios públicos.

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Pero, mientras tanto (el estudio no estará terminado hasta septiembre), la ministra de Salud, Roselyne Bachelot, apelando a la incertidumbre que rodea la cuestión y recordando que "la prioridad" es la seguridad de los niños, ha decidido enviar una circular a los colegios franceses de primaria en la que ordena que se prohíba el uso de teléfonos móviles en sus instalaciones. En muchos centros no hará falta, ya que, por decisión autónoma, está prohibido desde hace tiempo entrar con ellos al recinto escolar.

Varias asociaciones ciudadanas que han participado en el citado foro se han mostrado disconformes y "profundamente decepcionadas" por las, a su juicio, tibias resoluciones extraídas por el Gobierno, y le reclaman más contundencia. Piden, por ejemplo, que la prohibición se extienda hasta el siguiente tramo de enseñanza, (los 14 años) o que se impida la venta de teléfonos a los menores de 12 años.

El Gobierno, en un principio, estuvo de acuerdo con esto último, pero se echó atrás después de escuchar a una asociación de padres separados también presente en el foro: "Nosotros podremos impedir que se vendan móviles a los menores de seis años", argumentó la secretaria de Estado de Ecología, Chantal Jouanno, otra de las participantes en el foro. "Pero es complicado prohibir que un niño más mayor posea un móvil, sobre todo en los institutos, porque algunos padres quieren tener a sus hijos localizados", dijo.

A las asociaciones de consumidores tampoco les han bastado otras medidas que el Gobierno francés piensa emprender a partir de ahora, sin que sea necesario esperar el dictamen de la Agencia Sanitaria: pedir a las compañías telefónicas que se fabriquen y comercialicen aparatos con los que sólo se puedan enviar mensajes, o con los que se pueda hablar a través de auriculares a fin de alejar el móvil de la cabeza mientras se usa. Modelos así no existen actualmente en el mercado ni estaban previstos por los fabricantes.

Francia también prohibirá que en la publicidad de los teléfonos móviles aparezcan menores de 12 años, y exigirá que al comprador de un teléfono se le incite, mediante notas o mensajes, "al uso razonable" del aparato.

El foro se volverá a reunir en septiembre, después de que se hagan públicos los resultados del, según el Gobierno, definitivo, informe científico de la Agencia Sanitaria francesa.

Hay padres que prefieren que sus hijos tengan móviles para tenerlos localizados.
Hay padres que prefieren que sus hijos tengan móviles para tenerlos localizados.ÁLVARO GARCÍA

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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