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Reportaje:

Ganará el mejor (bañador)

El 'tecnodoping' rompe las reglas en natación: los récords caen cada pocos días - La ventaja de algunos materiales compensa defectos técnicos del nadador - ¿Se altera la esencia del deporte?

Amaya Iríbar

Federica Pellegrini batió el récord del mundo de 400 libre el fin de semana pasado. Britta Steffen se merendó el de 100 metros. Cuando ambas salieron de la piscina, la primera en Pescara, la segunda en Berlín, la pregunta era la misma: ¿con qué bañador han nadado? Y, claro, ambas se habían embutido, hasta perder casi las formas de su cuerpo, en una de esas prendas impermeables que desde febrero del año pasado están revolucionando la natación. Muchos dicen que para mal.

Porque vale que se estén batiendo en el agua más récords del mundo que nunca -130 en 18 meses, 22 este año, según el recuento de SwimNews, una publicación especializada-; vale que la natación, un deporte minoritario al fin y al cabo, acapare más portadas; vale que cuente con el tirón de una estrella del calibre de Michael Phelps. Todo eso es bueno. Lo malo es cuando se cruza una línea invisible, esa que separa la expectación popular de la sospecha total, la línea que cruzó en su día el ciclismo cuando empezaron a aparecer casos y más casos de dopaje.

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La natación no ha traspasado aún esa barrera, pero la bordea de forma peligrosa porque cada vez más gente se pregunta si su espectacular deriva de los últimos meses se debe al trabajo abnegado de nadadores y técnicos o a esas prendas milagrosas con las que pulverizan marcas. Es lo que en el mundillo del deporte se conoce como tecnodoping, o lo que es lo mismo, jugar con ventaja gracias a un avance tecnológico que poco tiene que ver con el esfuerzo físico o el duro entrenamiento. "Lo que está claro es que los bañadores se han convertido en una pieza fundamental para el rendimiento y eso antes no era así. Se han perdido las referencias", resume Luis Villanueva, director técnico de la natación española, la situación actual.

El culpable de ello son los nuevos materiales utilizados. Poliuretano, neopreno e incluso aluminio. Y la fecha en que todo empezó a cambiar, el 12 de febrero de 2008, cuando Speedo lanzó su LZR Racer con Michael Phelps con un espectacular holograma del mejor nadador de todos los tiempos que pudo verse al mismo tiempo en Nueva York, Londres, Sidney y Tokio. Ese bañador fue el primero en utilizar unas placas de poliuretano y el primero en hacer saltar las alarmas entre nadadores y entrenadores porque parecía aumentar la flotabilidad. Pero a medio año de los Juegos Olímpicos, el momento en que las grandes marcas ponen toda la carne en el asador y se juegan la inversión de cuatro años, la Federación Internacional (FINA) lo dejó pasar. Luego vendrían el Jaked, 100% poliuretano, con el que el español Rafael Muñoz batió el récord mundial de 50 metros mariposa; el Arena X-Glide, puro neopreno, con el que Bernard se convirtió en el primer hombre en bajar de 48 segundos en los 100 metros libre; el Adidas Hydrofoil de Steffen, un tejido ultraligero y delgado con el papel con aluminio...

¿Pero dan ventaja en realidad estos bañadores? Pues parece que sí, aunque no a todos los nadadores les van bien. "El Jaked funciona como una faja que suaviza las formas del cuerpo. Además es impermeable, y no deja pasar el agua, y cuando el nadador se lo pone crea una capa de aire de forma accidental", explica Raúl Arellano, responsable de biomecánica del equipo español de natación. Es ese efecto de aire el que podría favorecer la flotabilidad. "Es como si nadaran sobre una tabla de surf". Para Villanueva tienen un riesgo añadido: "pueden enmascarar defectos técnicos".

El precio -375 euros- y el hecho de que la prenda pierda sus propiedades milagrosas al cabo de algunas zambullidas añade otro argumento al debate: el Jaked no está al alcance de todos los nadadores. Crea desigualdad.

Los avances tecnológicos en el deporte son el día a día de cualquier disciplina. Basta con ver las zapatillas de menos de 100 gramos de peso, los nuevos tejidos cada vez más ligeros y a la vez más resistentes, las raquetas de grafito, los aparatos de gimnasia... O comparar los nuevos bañadores con el taparrabos de Mark Spitz en Múnich 1972.

La clave no está en los avances, sino en que éstos no desvirtúen la esencia del juego. Y ahí entran de lleno las federaciones, que son las encargadas de velar por la pureza del deporte. "El momento en que se introducen los avances, cómo se introducen y quién los introduce es muy importante", opina Xavier Aguado, de la Facultad de Ciencias del Deporte; "las federaciones a veces se precipitan y aceptan, aunque sea temporalmente algunos avances. Es como si les metieran un gol".

Lo normal es que cada deporte tenga estrictos reglamentos sobre instalaciones, prendas y materiales a emplear, pero a veces estas normas dejan resquicios. Por una de estas ranuras se coló en los años setenta el doble cordaje en el tenis, que permitía dar más efecto a las bolas y que acabó con la racha de victorias de Guillermo Vilas. "No perdí con un tenista, perdí contra una raqueta", se lamentó el argentino. El doble cordaje se prohibió en 1977.

Otro ejemplo tenístico. Cuando Pete Sampras impuso su juego de saque prodigioso en los noventa se cambiaron las bolas por unas más lentas. También se juega con la superficie de las pistas. Lo que está claro es que "la federación no permitiría que todos los puntos se ganaran de saque o que el público no llegara a ver la bola", resume de forma gráfica Aguado.

Hay muchos más ejemplos. Las zapatillas de suela extragruesa con las que Yuri Stepanov batió el récord del mundo de altura en 1957 (el grosor se limitó luego a un máximo de 13 milímetros); los manillares del triatlón en el ciclismo; o, mucho más cercano en el tiempo, los muelles de Pistorius, el deportista sin piernas que intentó participar en los Juegos de Pekín con sus prótesis. En todos esos casos las respectivas federaciones consideraron que era una ventaja y prohibieron o limitaron el avance para garantizar la pureza del deporte.

Otras limitaciones tecnológicas han tenido que ver con la seguridad. Como cuando se cambió el centro de gravedad de las jabalinas porque los lanzadores se acercaban peligrosamente a las gradas o se cambió el potro de la gimnasia para ampliar la base de apoyo y evitar accidentes.

Pues bien, la natación está ahora sumergida de lleno en el debate de los bañadores. En parte porque "no había ningún sistema de homologación de los bañadores", explica Villanueva. Hasta este año. Y cuando lo establecieron, probaron los bañadores vacíos, sin nadador dentro.

Pero ha sido sobre todo la falta de claridad, la confusión que ya dura seis meses, la que ha soliviantado a buena parte de la natación mundial. Hasta que se decretó el "todo vale" a poco más de un mes de los Mundiales de Roma en agosto, la FINA ha ido y ha venido, prohibiendo primero el Jaked y autorizándolo después, pero obligando a modificar a algunos de sus más directos competidores y anulando algunos de los récords conseguidos. Lo que ha prometido son nuevas normas, más estrictas, para el año que viene.

Por eso es previsible que en Roma la mayoría de los nadadores se enfunden en un Jaked, porque ninguno quiere salir en desventaja: "Calculo que será el 75%", estima Joan Fortuny, entrenador de Erika Villaecija, y representante de la firma italiana en España. "Una cosa es que los usen y otra que les parezca bien", añade Villanueva. Son muchos los que piden ya una vuelta a los orígenes, a primar al nadador frente a su bañador. El peligro es que la natación pierda su credibilidad por el camino. Por lo pronto L'Equipe, uno de los diarios deportivos más prestigiosos del mundo, ya ha anunciado que no publicará ningún récord facilitado por las nuevas prendas.

La italiana Federica Pellegrini, con el bañador Jaked, antes de nadar los 400m libre en los que batió el récord del mundo.
La italiana Federica Pellegrini, con el bañador Jaked, antes de nadar los 400m libre en los que batió el récord del mundo.AFP

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Sobre la firma

Amaya Iríbar
Redactora jefa de Fin de Semana desde 2017. Antes estuvo al frente de la sección de Deportes y fue redactora de Sociedad y de Negocios. Está especializada en gimnasia y ha cubierto para EL PAÍS dos Juegos Olímpicos y varios europeos y mundiales de atletismo. Es licenciada en Ciencias Políticas y tiene el Máster de periodismo de EL PAÍS.

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