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Reportaje:

Genes nuevos para los samaritanos

La diminuta comunidad sale a buscar mujeres para ampliar su población

Vestido con túnica blanca y turbante rojo, Abd Almuin Sadaqa, jefe máximo de los samaritanos, se lamenta recostado en un sillón de su casa en el monte Gerizim. "Nuestro único problema es que no tenemos suficientes mujeres". Los samaritanos, una diminuta comunidad, a caballo entre palestinos e israelíes, anda a la busca de mujeres con las que sanear su genética y ampliar la población. El riguroso cumplimiento de sus tradiciones -no pueden por ejemplo comer nada cocinado fuera del pueblo- les obliga a casarse entre ellos, y eso ha contribuido a multiplicar el número de deficiencias físicas y psíquicas. Sólo la llegada de sangre fresca salvará a esta comunidad bíblica que hace 400 años estuvo a punto de extinguirse y que hoy cuenta apenas con 750 habitantes.

"La de Ucrania llegó por agencia; la de Siberia, por Internet", dice un lugareño

A sus 82 años, Sadaqa es el dueño y señor de los samaritanos del monte Gerizim. En el pequeño pueblo que se eleva sobre la ciudad palestina de Nablús y varios asentamientos judíos no hay alcaldía ni nada que se le parezca. Isaac gobierna a su antojo a las devotas almas que profesan una rama del judaísmo que observa la Torá, pero que la ortodoxia judía considera secta. Sólo hay un consejo religioso cuyos componentes designa el propio Isaac. Los de Gerizim -la otra mitad de la comunidad vive en Holon, en territorio israelí- hablan árabe entre ellos y mantienen buena relación con los palestinos de Nablús con los que estudian, trabajan y a los que adivinan el futuro.

El pueblo consiste en poco más de una arteria principal, con varias bocacalles y eso sí, una imponente sinagoga. Las chicas del pueblo pasean sonrientes arriba y abajo, enfundadas en estrechas minifaldas y amplísimos escotes, difíciles de ver por estas latitudes. Por fuera representan la modernidad, a pesar de que por dentro, sus creencias obedecen a centenarias tradiciones.

"Las mujeres tienen que obedecer a sus maridos y preservar la religión. Ésa es su misión", aclara, matamoscas en ristre, el todopoderoso Sadaqa. Y explica que, para los samaritanos, preservar la religión significa que la mujer debe quedarse en un rincón de una habitación el tiempo que esté con la menstruación. Durante ese periodo en el que no puede mezclarse con nadie para no contaminar, no puede además cocinar, por eso los samaritanos no pueden aceptar comida de nadie, porque no tienen la garantía de que haya sido cocinada por una mujer "limpia". Cuando las mujeres dan a luz, deben quedarse también en casa aisladas durante 40 días, si la criatura es niño, y 80, si es niña.

Éstas son algunas de las reglas que tienen que cumplir las mujeres a las que los samaritanos invitan ahora a sumarse a una comunidad con severos problemas de endogamia. El propio Sadaqa, casado con su prima, tiene dos hijos sordomudos. "Los médicos nos recomendaron que nos abriéramos para mezclar la sangre, los genes", dice. Y añade que las que vienen, como su nuera que llegó de Ucrania, tienen un periodo de prueba de seis meses y luego él decide si se suman o no a la comunidad.

Desde que decidieron abrirse al mundo, dos mujeres extranjeras han recalado en el monte Gerizim y otras ocho en Holon. Todas son de origen soviético y en el pueblo las han recibido como una bendición de Dios. "Está muy bien que vengan, nos ayudan a salvar la comunidad", dice Firyal Kohen. Kohen, de 33 años, ha acudido hoy a una de las bodas del pueblo. Toca comida sólo de mujeres en el edificio comunal y todas las del pueblo están allí reunidas para celebrar el casamiento.

Las jóvenes exhiben su orgullo de ser samaritanas y dicen que no abandonarían la comunidad por nada del mundo. Creen que lo de la pureza de las mujeres y el periodo es fundamental y les parece bien que vengan "las rusas" a pesar de que ellas no puedan elegir a un marido de fuera de la comunidad. "Aquí hay chicos de sobra", dice una provocando la carcajada de las demás. Todas estudian en la Universidad en Nablús, pero relacionarse con los chicos palestinos ni se les pasa por la cabeza. Aunque se les ocurriera, no triunfarían mucho, porque la gran parte de los matrimonios samaritanos son concertados por las familias.

Las jóvenes están en lo cierto, hay más chicos que chicas y por eso los samaritanos buscan ahora más allá de sus fronteras. Jacob Kohen, un lugareño de 37 años, casado y con hijos, explica las distintas técnicas que ensayan en el pueblo. "La de Ucrania la consiguieron a través de una agencia de Tel Aviv. Vas allí, te enseñan un catálogo de mujeres, eliges una y pagas 100.000 sheckels

. La otra, la de Siberia, la consiguieron por Internet". Los padres de Kohen también son primos, como casi todos los matrimonios del Monte Gerizim y como los de su amiga Salwa Kohen, una joven estudiante que trata de luchar contra lo que considera ideas preconcebidas acerca de su comunidad. "Que nos casemos entre primos no influye a la hora de que los hijos salgan más o menos sanos. Si Dios quiere enviarnos a un hijo con problemas, lo hará, aunque no estemos casados con un familiar. Ha habido incluso un caso de una mujer kuwaití que tuvo un hijo con un americano, fíjese qué distancia, y aún así tuvieron un bebé con malformaciones. Es verdad, créame, lo he leído en Internet".

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