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Reportaje:

Genocidio sanitario

La política de Suráfrica contra el uso de fármacos antirretrovirales causó 365.000 muertes por sida

Hay diferentes formas de llevar a cabo una matanza. Con bombas, colocadas por terroristas o lanzadas desde aviones; con muertes indiscriminadas, a punta de rifle o de machete; o mediante ejecuciones masivas. También hay aniquilamientos por omisión.

Si a un paciente con neumonía el médico le receta, en vez de los antibióticos indicados, una zanahoria al día, el paciente morirá. Si un Gobierno, regido por una feroz oposición al uso de antibióticos, estableciera por ley que la única respuesta apropiada a la enfermedad fuera la zanahoria, provocaría una epidemia mortal.

Esto, aplicado al sida, es lo que ha ocurrido en Suráfrica bajo el Gobierno de Thabo Mbeki, presidente desde 1999 hasta hace dos meses. Un estudio de la Universidad de Harvard publicado la semana pasada dice que como consecuencia de la política sanitaria de Mbeki murieron 365.000 personas de manera innecesaria, entre 2000 y 2005. La cifra, insisten los científicos que redactaron el informe, es conservadora.

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Debido a la negativa de Mbeki, en contra de la ortodoxia médica mundial, de aceptar la conexión entre el sexo y el sida, el presidente surafricano se negó a promover el uso de medicamentos antirretrovirales, utilizados con gran efectividad no sólo en Occidente sino también en países vecinos africanos. También se negó a fomentar el uso de fármacos que impiden la transmisión del virus VIH, causante del sida, de mujeres embarazadas a sus hijos. El Gobierno de Mbeki fue incluso más lejos. Su ministra de Salud de Mbeki, Manto Tshabalala-Msimang, ayudó a difundir la idea de que los antirretrovirales eran malos para la salud; que más efectivo sería el consumo diario de remolacha y ajo.

Max Essex, el virólogo que dirigió el estudio de Harvard, declaró que la respuesta al sida bajo la presidencia de Mbeki representaba "un caso de mala, por no decir malvada, salud pública". Zackie Achmat, líder de un movimiento nacional surafricano que aboga por los derechos de pacientes con sida, ha dicho que del mismo modo que a un médico se le puede procesar si un paciente muere por negligencia, Mbeki debería de responder ante un tribunal acusado de múltiples "crímenes".

Durante los casi 10 años de Gobierno de Mbeki murieron del sida 1,5 millones de personas. Cada año que estuvo en el poder la expectativa de vida en Suráfrica bajó. Sin embargo, Mbeki declaró en una entrevista en Nueva York en 2003 que no conocía a nadie que hubiera muerto de la enfermedad. Preguntado en otra ocasión por la televisión surafricana si se haría la prueba del sida, cosa que la casi totalidad de la comunidad médica exigía que hicieran todos los ciudadanos adultos del país, Mbeki contestó que no.

Así como las grandes matanzas, o los genocidios de la historia, tienen sus orígenes muchas veces en los complejos o confusos o perversos mecanismos mentales de un individuo, la teoría más generalizada en Suráfrica es que las muertes innecesarias del sida emanan de un rincón remoto y oscuro del cerebro de Mbeki, un hombre por lo demás inteligente y capaz. ¿Qué le pasa a Mbeki, que en una ocasión humilló a su antecesor, Nelson Mandela, en público por cuestionar su política contra el sida? ¿De dónde viene esta locura? se preguntan continuamente los surafricanos.

La teoría más habitual, alimentada por el autor de una magistral biografía del ex presidente llamado Mark Gevisser, es que Mbeki sufre un extraño complejo. Siente una desorbitada admiración por la cultura de Occidente, donde estudió y pasó gran parte de un largo exilio. Pero tiene una actitud ambigua hacia su condición de africano que combina un declarado orgullo con un autodesprecio oculto. El reconocer que el virus del sida proviene de la actividad sexual nutre, según esta interpretación de la psicología de Mbeki, un concepto occidental de los africanos como gente primitiva, sexualmente voraz. Mbeki se delató en 2001 cuando escribió una carta furiosa a un respetado inmunólogo surafricano a favor de la medicación antirretroviral, William Makgoba, acusándole de defender la ciencia occidental "y sus ideas racistas".

Afortunadamente para Suráfrica, los actuales gobernantes no comparten ni los complejos de Mbeki ni su visión de lo que le corresponde hacer al sistema de salud pública. El primer día que el nuevo presidente, Kgalema Motlanthe, asumió el poder despidió a la ministra de salud de Mbeki y la remplazó con Barbara Hogan. En una entrevista reciente, Hogan dijo: "Me avergüenzo de tener que reconocer que lo que dice el estudio de Harvard es verdad". Y agregó: "La era de la negación del sida ha acabado para siempre en Suráfrica".

Una mujer surafricana enferma de sida, en su cabaña.
Una mujer surafricana enferma de sida, en su cabaña.AFP

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