_
_
_
_
_

Imbatible ingeniería milenaria

En Filipinas se conservan algunos de los bancales de arroz más antiguos, muestra del ingenio ancestral de sus campesinos. Sin embargo, los tifones y la globalización los han puesto en peligro

Desde lo alto de la montaña, la vista es espectacular. El valle cede parte de su belleza natural para ganar otra propia de una escultura social. De hecho, la Unesco describe los bancales de arroz de Banaue, en el norte de Filipinas, como "la perfecta interacción de lo físico con lo sociocultural, económico, religioso y político", a lo que la FAO añade que se trata de "la manifestación de una fuerte conexión entre naturaleza y cultura, y la muestra de un espíritu innovador decidido a maximizar el uso de los recursos para la producción de comida".

Ninguno de los dos organismos internacionales se queda corto. Tampoco quienes aseguran que se trata de una de las "ocho maravillas del mundo". Porque el complejo sistema de irrigación que permite la plantación de arroz en pendientes situadas a más de mil metros de altura, que, de forma natural, jamás habrían albergado el cultivo de este cereal, es un milagro de la ingeniería agrícola que ha servido para alimentar a cientos de miles de personas. Son, como apunta la Unesco, "una contribución a la humanidad que no tiene precio". Es una obra de arte con un sentido práctico, "la única que no se ha visto influenciada por los poderes coloniales".

Si se sumase la longitud de todas las terrazas, que ocupan más 10.300 kilómetros cuadrados, unirían Filipinas y España
Los bancales esconden una gran biodiversidad, que la FAO estima en casi 300 especies diferentes de árboles y animales

Si se sumase la longitud de todas las terrazas, que ocupan más 10.300 kilómetros cuadrados, conseguirían unir Filipinas y España. Mayor todavía es la longitud de la intrincada red de canales, conductos subterráneos, represesas y túneles que distribuye tanto el agua de lluvia como el de algunos acuíferos subterráneos. Poco líquido se desperdicia en el camino, y el diseño permite que hasta el último rincón reciba suficiente para saciar la gran sed del cereal.

A pesar de que todo el sistema tiene más de dos mil años de Historia -hay quienes incluso datan las secciones más antiguas hacia el año 650 antes de Cristo-, y aunque sigue siendo explotado de forma colectiva según las pautas tribales tradicionales de los Ifugao, todavía hoy sigue siendo viable su explotación, en la que sólo se utilizan variedades locales de arroz, algunas de las cuales pueden germinar incluso a temperaturas cercanas a los cero grados.

"No permitimos el uso de transgénicos ni de arroces importados, aunque había quienes estaban a favor de hacerlo, ni materiales que puedan dañar la tierra o no estén en armonía con el paisaje, como lo está el bambú. Además, los pesticidas están muy limitados, porque preferimos utilizar diferentes tipos de plantas que sirven para mantener alejadas a las plagas. Así hemos conseguido que variedades autóctonas como la tinawon no se extingan, y que la tierra no esté contaminada", asegura Yaman Tayaban, uno de los agricultores que mantiene en buen estado los arrozales, una ardua tarea que incluye recomponer las paredes de barro y piedra que sujetan cada terraza "en las peores condiciones meteorológicas".

No obstante, Tayaban reconoce que, ahora, "la mayoría de los ingresos llega a través del turismo". De hecho, Banaue se ha convertido en uno de los imanes más potentes para los amantes del senderismo. Porque los bancales no son sólo una bonita postal, también esconden una gran biodiversidad, que la FAO estima en casi 300 especies diferentes de árboles y animales, y una cultura guerrera, la de los Ifugao, que no sucumbió a la colonización española y que añade misterio y color al paisanaje que salpica las diferentes rutas existentes para descubrir los diferentes grupos de bancales.

No obstante, todo el conjunto está en peligro. "Cada vez somos más viejos los que trabajamos aquí", cuenta Tayaban. "Los jóvenes se van a la ciudad en busca de trabajos en los que pagan más y que son menos duros, o se limitan a trabajar como guías turísticos". Esto último provoca polémica, como demuestra el enfado de otro de los agricultores, Rolando Baisij, cuya gloria pretérita se escenifica con la multitud de huesos que hacen de su vivienda un lugar ciertamente inquietante: "Trabajamos la tierra y, aunque se paga mejor que el de otras zonas, el arroz nos da justo para sobrevivir. Mientras tanto, otros se enriquecen paseando con turistas por un lugar que se mantiene gracias a nuestro sudor, y ni siquiera son de aquí", dice Baisij.

Jaypo Guinyang es uno de los que sí han nacido en Banaue, y reconoce que si bien el turismo es un aliciente económico para mantener en buen estado los diferentes bancales de la región, lo cierto es que la mayoría de las ganancias no llegan a los bolsillos de los lugareños. "Y, con el flujo de visitantes los arrozales ,se erosionan mucho más. Es necesario estar reparándolos continuamente, y muchos son demasiado mayores como para hacerlo". Jaypo Guinyang ofrece sus servicios como guía en los arrozales: jayguinyang@yahoo.com

Además está el daño que causan los tifones, tan importante que muchas veces queda sin reparar. Para evitar que finalmente los bancales caigan en la ruina, este mes el Senado de Filipinas ha aprobado una resolución que urge al Ejecutivo a tomar medidas para su conservación. Según datos oficiales, los tifones Pedring y Quiel han destrozado este año más de 102.000 metros cúbicos de estas terrazas, y si los políticos no llevan a la práctica sus buenas palabras, así quedarán.

Vista panorámica de las terrazas de Banaue, en Filipinas, con las paredes de barro características.
Vista panorámica de las terrazas de Banaue, en Filipinas, con las paredes de barro características.ZIGOR ALDAMA

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_