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Reportaje:La intervención italiana en la guerra civil española /1

Golpe, de mano en Mallorca

El interés de Mussolini en las islas Baleares ha confirmado la importancia que tuvo la política mediterránea dentro de la intervención italiana en España. El interés fundamental de las islas residía en que estaban situadas directamente en las principales rutas entre las colonias francesas del norte de Africa y los puertos franceses del Mediterráneo. En caso de un grave conflicto europeo, el Estado Mayor francés planeaba trasladar al menos un millón de soldados de las colonias a la metrópoli por esas rutas. Si la Marina italiana estaba en condiciones de utilizar los puertos de Mallorca y Menorca para impedir ese tráfico, su posición en el Mediterráneo se vería considerablemente fortalecida. No hay duda de que éste era un elemento consciente en la política italiana; en noviembre de 1937, por ejemplo, Mussolini dijo a Ribbentrop: «Si podemos usar la base de Mallorca, la de Pallentería y otras ya en funcionamiento, ni un solo negro podrá pasar de Africa a Francia por la ruta del Mediterráneo.»En la península, Mussolini respaldaba a Franco sin apoyar especialmente a ninguno de los bandos que estaban de su lado, e incluso si jugar ningún papel histórico propio dentro de la zona nacional. Ello se debía, probablemente, a que los italianos advertían que Franco era en definitiva el poder real en España y no deseaban, por ello, mezclarse en cuestiones que consideraban puramente domésticas.

Las islas Baleares, por estar situadas en la costa mediterránea española, estaban geográficamente apartadas de los principales escenarios de la guerra en la península. De ahí que las cosas siguieran allí su propio curso. Desde mediados de agosto de 1936 un extravagante fascista italiano, Arconovaldo Bonaccorsi, empezó a jugar un papel primordial en los acontecimientos que allí se desarrollaban. Pronto se le conoció como conde Rossi. Sus actividades explican algunos aspectos interesantes de la política italiana en España.

Roma autorizó a Bonaccorsi a jugar en Mallorca un papel muy activo en la política local y a apoyar con fuerza el desarrollo de la Falange. Veremos, incluso, cómo Bonaccorsi organiza un golpe contra el gobernador sin que Roma le censure por salirse de sus límites. Una posible explicación a esta política tan diferente podría ser que el interés estratégico de las Baleares hizo que los líderes fascistas actuaran sin contemplaciones. Por otra parte, quizá pensaran que en el caso de que los nacionalistas perdieran la guerra, podrían de todos modos intentar conservar allí una situación de privilegio. Además, si Franco demostraba no estar de acuerdo con las actividades de Bonaccorsi, siempre se le podía desautorizar y lamentar sus excesos.

Finalmente, es interesante observar cómo, bajo esas circunstancias, los italianos hicieron todo lo que estaba en sus manos para favorecer el desarrollo de la Falange. En este sentido es significativo que el propio Ciano animara específicamente a Bonaccorsi a que la organizara y apoyase su crecimiento.

La defensa militar de Mallorca

El levantamiento de julio tuvo un éxito inmediato en Mallorca, mientras que Menorca permanecía en manos republicanas después de un intento fallido: Ibiza y las otras pequeñas islas también se sumaron al levantamiento.

En Mallorca los rebeldes tenían dificultades. En primer lugar estaba el problema del control de la población local, pero sobre todo existía el peligro real de una Invasión desde la península, ya que la costa mediterránea entera estaba en manos republicanas y lo mismo la mayor parte de la flota. El 2 de agosto, el capitán Juan Thomas y Martín Pou Rodelló salieron de Mallorca en un barco alemán que los llevó a Italia. Después de un encuentro con Pedro Sáinz Rodríguez, el joven líder monárquico que había acompañado a Goicoechea en la misión de Mola ante Mussolini, las perspectivas del capitán Thomas, que habían sido adversas hasta entonces, mejoraron considerablemente. Hacia el 11 de agosto, Thomas, que era falangista, pudo informar al líder de los falangistas mallorquines, marqués de Zayas, de que las negociaciones para la compra de aeroplanos progresaban con rapidez.

Las negociaciones habían sido secundadas por el almirante Magaz, que actuaba como representante oficloso de los rebeldes en Roma, y por el agregado naval de la embajada española, capitán Rafael Estrada. Los italianos pedían a cambio de su asistencia tres millones de liras, que debían ser entregadas al cónsul italiano en Mallorca antes de la entrega de los aparatos. Los insurgentes mallorquines no tuvieron dificultad para la obtención de fondos: el rico financiero, Juan March, natural de la isla, había manifestado ya su acuerdo de hacerse cargo de la defensa de la misma. Sus dos hijos también se habían ofrecido a financiar la compra de aeroplanos, y los fondos de la sucursal del Banco de España habían sido puestos a disposición de los rebeldes por orden del gobernador militar de la isla.

El 13 de agosto Zayas telegrafiaba a Roma que el dinero ya estaba a cargo del cónsul italiano, y dos días más tarde se le informaba de que tres hidroaviones equipados para bombardeo volarían a la isla el 17 de agosto, seguidos por un buque de carga el 19, que llevaría seis cazas y tres baterías antiaéreas.

Por entonces, la necesidad de ayuda era crítica: la ofensiva republicana había empezado a materializarse hacia el 7 de agosto. Una fuerza expedicionaria de catalanes y valencianos había desembarcado en la isla de Formentera y la habían ocupado el 8 de agosto. El día 13 aparecieron en la costa occidental de Mallorca cuatro transportes, escoltados por el acorazado Jaime I, el crucero Libertad y dos destructores. Después de cierta indecisión sobre el lugar de desembarco, el comandante de la expedición, capitán del Aire, Alberto Bayo, desembarcó en Porto Cristo al anochecer del día 16 con una fuerza de 2.000 a 3.000 hombres. Al día siguiente, los nacionalistas recuperaron Porto Cristo, pero perdieron terreno hacia el norte de la ciudad. Durante los días siguientes, no se produjeron cambios significativos. Los hidroaviones italianos prometidos no llegaron a Palma hasta el 19 de agosto; atacaron y dispersaron varias unidades de la flota republicana en Porto Cristo, y bombardearon la zona donde estaban concentradas las tropas de Bayo. Después de que una incursión republicana alcanzó a uno de ellos, las autoridades locales decidieron que no valía la pena arriesgarlos más, en vista de que estaban sin munición y regresaron a Elmas, en Cerdeña, el 26 de agosto.

En la semana transcurrida desde el desembarco en Porto Cristo, las fuerzas de Bayo no habían hecho ningún avance significativo, aunque su número había aumentado considerablemente, hasta alcanzar un número de entre 8.000 y 9.000 hombres. El comandante de las fuerzas creía que un ejército así sería irresistible, siempre que contara con apoyo aéreo y de la flota republicana. Zayas, por el contrario, esperaba que la isla se salvara de la insurrección si contaba con una dirección adecuada. El 23 de agosto pidió a Sáinz Rodríguez que solicitara del Gobierno italiano el envío de un consejero militar para dirigir la defensa de Mallorca. Al día siguiente el capitán Margottini, comandante del destructor italiano Fiume, anclado en la bahía de Palma, telegrafió a sus superiores del Ministerio de Marina: «Le confirmo mi opinión de que la situación, aunque expuesta a un colapso en cualquier momento, puede todavía dominarse fácilmente con la pronta y enérgica intervención de un consejero y de la aviación. El problema mayor es la falta de valor de los dirigentes.»

Como respuesta a esta petición, Mussolini no volvió los ojos a un oficial del Ejército regular, sino a uno de los más antiguos miembros de sus escuadrones fascistas, Arconovaldo Bonaccorsi. Su extravagante nombre armonizaba bien con el hombre: robusto, pelirrojo, barba recortada, Ojos ardientes. La energía y el fanatismo de Bonaccorsi le hacían recomendable para la tarea de reavivar el entusiasmo de los insurgentes de Mallorca.

Bonaccorsi llegó a Palma el 26 de agosto en un hidroavión que en seguida volvió a Italia. Inmediatamente re reunió con el cónsul italiano, Facchi, y en su compañía visitó al gobernador militar en la isla, coronel Díaz de Fraijó. Según Bonaccorsi, el coronel era afable pero descorazonado y convencido de que la situación estaba irremisiblemente perdida. Le dijo que ya estaban iniciadas las negociaciones con Bayo y que las fuerzas de la isla se rendirían pronto a los invasores republicanos.

Junto con Zayas, Bonaccorsi empezó a reunir una milicia falangista para defender la ciudad. Las campanas de las iglesias repicaron convocando a la gente y se dio a conocer un manifiesto que exhortaba a los mallorquines a movilizarse Bonaccorsi, vestido con el uniforme negro fascista, altas botas negras y una gran cruz blanca en el cuello se adornaba con pistolas, granadas de mano, dagas, y cartucheras. Pronto, cincuenta hombres jóvenes se alistaron en los Dragones de la muerte a las órdenes del conde Rossi. Algunos golpes audaces contra las posiciones republicanas cerca de Porto Cristo y Son Servera, contribuyeron mucho a elevar la moral de los insurgentes de Mallorca, aunque no modificaron la situación militar. El 27 de agosto llegó a Palma un barco que transportaba dos cazas CR-32, junto con una docena de ametralladoras antiaéreas de 20 mm., municiones, bombas y gasolina. Los cazas entraron en acción dos días más tarde e inmediatamente consiguieron absoluta superioridad en el aire. El 31 de agosto se les reunieren tres bombarderos trimotores S-81, que atacaron a las fuerzas de Bayo. Hacia septiembre el Ejército del Aire italiano había enviado cincuenta hombres a Mallorca. A fin de mes, las tropas a las órdenes de los insurgentes en Mallorca, no iban más allá de 2.500 hombres. Entonces se celebró una reunión de altos jefes militares. El comandante de las fuerzas operacionales en Mallorca fue depuesto, debido en gran parte a la presión ejercida por Bonaccorsi y Margottini, que amenazaban con retirar el apoyo italiano si sus peticiones no eran atendidas. En su lugar, el gobernador militar, Díaz de Freijó, nombró al coronel García Ruiz, que hasta entonces había sido gobernador civil de la isla.

El ministro de Asuntos Exteriores italiano no tardó en ser informado de las extrañas cosas que ocurrían en Mallorca. Bonaccorsi había izado las banderas española e italiana en un fuerte en Palrna y, se estaba convirtiendo rápidamente en la figura dominante, muy a disgusto de los británicos, que habían sido Informados por medio de su vicecónsul de que era probable que la población ofreciera a Italia cualquier tipo de protectorado sobre la isla. El 1 de septiembre, Ciano dio instrucciones al comandante del Fiume de que ordenara a Bonaccorsi de la Falange. El capitán Margottini telegrafió de vuelta que en esos momentos era vital que Bonaccorsi permaneciera en el frente y se le permitió retrasar la trasmisión de las órdenes.

El 3 de septiembre, con gran sorpresa de los defensores de la isla, el capitán Bayo empezó a evacuar su cabeza de playa. A las diez de la mañana del día siguiente, las últimas tropas republicanas dejaban la isla.

Intromisión en asuntos políticos y económicos

La retirada brusca e inesperada de Bayo no era debida a la presión ejercida por ]os nacionalistas ni por las fuerzas italianas, sino a órdenes recibidas de Madrid. El ataque a Mallorca nunca había suscitado mucho entusiasmo en la capital y la imposibilidad de avanzar de Bayo convencido a las autoridades republicanas de que era Inútil continuar apoyándole con unidades de la flota que eran inuy necesarias en el Estrecho para inipedir el tráfico nacionalista con Marruecos. Bayo recibió el 3 de septiembre órdenes de evacuar la cabeza de playa; de lo contrario sería abandonado por la flota.

La retirada de Bayo hacía imposible para Margottini retener por más tiempo las órdenes de Ciano para Bonaccorsi en lo que se refería a la Falange. Bonaccorsi, sin embargo, estaba impávido: su carrera en Mallorca acababa de comenzar solamente. Después de los días sombríos de agosto, cuando parecía que la derrota era inminente, los nacionalistas mallorquines estaban entusiasmados con su victoria. El 6 de septiembre Bonaccorsi dispuso un desfile de tropas y organizaciones falangistas. Durante los días precedentes, el número de falangistas había crecido enormemente, y el desfile fue un éxito impresionante. Bonaccorsi en persona cabalgaba a la cabeza de sus tropas por las calles de Palma mientras la multitud gritaba: « ¡Viva el heroe!». Gran parte de la población estaba en la calle homenejeando al conde Rossi, quien gustosamente aceptaba el título de liberador dela isla.

Bernanos, testigo de los excesos fascistas

Bonaccorsi se lanzó apasionadamente a la tarea de desarrollar la Falange y de reprimir toda resistencia a su mando. Antes delevantamiento, la isla había vivido al margen de la política española, y el rápido éxito de los rebeldes en julio no había dado tampoco oportunidad para explosiones de violencia popular. Por todo ello, la isla estaba muy poco politizada; sin embargo, la victoria sobre los invasores señaló el principio de un período de terror y violencia falangista en la que Bonaccorsi jugó un papel dirigente, violencia dirigida no sólo contra miembros de la clase trabajadora, sino también contra todo aquel que hubiera dado la más ligera muestra de desafecto a la causa de los insurgentes.

Entre los residentes en Mallorca en el verano de 1936 estaba el novelista francés Georges Bernanos, que residía con su familia en casa del jefe falangista marqués de Zayas._Su libro Les grands cimetiéres sous la lune presentó por todo el mundo al conde Rossi como un infame, por su liderazgo de la represión. Bernanes estimaba que entre septiembre del 36 y marzo del 37 perdieron la vida unos 3.000 mallorquines, la mayoría sin juicio previo. El cónsul italiano en Palma declaró en marzo del 37, que durante agosto y septiembre los nacionalistas habían ejecutado 1.750 personas. Probablemente nunca se podrá saber la cifra exacta, pero la precisión estadística es de importancia secundaria en este caso. Aún es el caso de que el cuadro pintado por Bernanos fuera exagerado e inexacto, no cabe la menor duda de que Bonaccorsi y sus escuadrones cometieron numerosos excesos que eran, no sólo moralmente injustificables, sino políticamente innecesarios. No existe, por otra parte, ninguna evidencia de que las autoridades de Roma, que en otras ocasiones habían demostrado su preocupación por la severidad de la represión nacionalista, intentarán de algún modo moderar el celo de Bonaccorsi.

El éxito del italiano y su aire fanfarrón no podían menos que enajenarle el apoyo de muchos mallorquines que apoyaban sin embargo la rebelión nacionalista. Muchos militares estaban especialmente en contra de sus intentos de convertir la isla en un feudo falangista. La situación, aparentemente calmada, se volvía cada vez más tensa. El 6 de septiembre, día del desfile falangista, el capitán Margottini, después de consultar con Bonaccorsi, decidió posponer la descarga de un cargamento de armas del Neride hasta que la situación política se clarificase. Este mismo día, Margottini tuvo una tormentosa entrevista de dos horas con el gobernador militar, Díaz de Freijó. Margottini, saliéndose con mucho de sus atribuciones, pidió en nombre del Gobierno italiano mayor libertad para el desenvolvimiento de la Falange y mayor control de la misma sobre la vida local.

Díaz de Freijó rehusó ceder a estas peticiones y su actitud animó a otros mallorquines que respaldaban a los insurgentes, pero rechazaban los métodos de Bonaccorsi y sus intentos de concentrar todo el poder en manos de la Falange. El 9 de septiembre, Juan March jr., hijo del financiero, declaró a Bonaceorsi que él personalmente no era falangista y por lo tanto, no deseaba ver cómo la Falange dominaba la vida de Mallorca. Italia no podía pretender que hubiera una deuda de gratitud para con ella, pues su padre había pagado con muy buenos dineros por la ayuda prestada. Además, él mismo había hablado en Roma con altos representantes oficiales y éstos le habían manifestado su total desinterés por la política interna española. March, hijo, acusó a Bonaceorsi de interferencia en cuestiones que eran puramente españolas y que se salían con mucho de las instrucciones que había recilbido de Ciano. La entrevista finálizó abruptamente. Bonaccorsi estaba exasperado y envió a Roma un telegrama solicitando permiso para obtener de las autoridades locales que tomaran medidas contra March.

El mismo día, al saber que el nuevo gobernador militar, Benjumea del Rey, que había sido nombrado el día 5, tardaría algo en llegar, pide a Roma que actúe sobre Burgos para que ordene al gobernador que dé su «más sincero y completo apoyo al movimiento falangista, en la línea indicada por el consejero italiano».

Ciano estaba molesto por todos estos informes que demostraban las agudas divergencias que existían entre su enviado y figuras tan influyentes como March o el gobernador militar. En vista de ello, no le censuró por los incidentes, pero le mandó instrucciones ese mismo día advirtiéndole que evitara las fricciones con los mallorquines. Las órdenes de Ciano tuvieron cierto efecto momentáneo, y al día siguiente Margottini podía informar que la sit uación con March estaba lo suficientemente aclarada como para evitar consecuencias desagradables.

Bonaccorsi seguia ansioso de aventuras. Propuso la invasión de Menorca, aunque sabía que el gobernador militar se oponía a la idea. Ciano, que no quería enemistarse más con franceses e ingleses, ya bastante preocupado por los sucesos de Mallorca, vetó por el momento la propuesta. Otros grupos políticos entre los insurgentes, y particularmente los oficiales del Ejército sentían naturalm'ente amenazada su autoridad. En la tarde del 12 de septiembre, Margottini informa que se está fraguando un enfrentamiento entre el nuevo gobernador civil, coronel Ossorio, y el coronel García Ruiz, que esperaba recuperar la situación del gobernador civil que abandonara en agosto, caarido se puso al frente de las tropas. La situación era confusa, pero Margottini presentía que favorecía en cualquier caso a los elementos pro-fascistas. El control de la isla estaba de todas formas en manos falangistas.

Esa misma tarde fue convocada una reunión secreta de todos los líderes falangistas de la isla. Asistieron el marqués de Zayas; el comandante Marín, personalidad falangista más destacada del Estado Mayor del gobernador militar; Zarrariz, juez militar; el comandante de Marina Rodríguez; Bonaccorsi y Margottini. Se llegó al acuerdo de que en el plazo de una semana la situación tenía que cambiar: si el día 17 no había llegado enuevo gobernador militar y Burgos no había ordenado a Díaz de Freijó que garantizase el status oficial de las organizaciones falangistas, ellos se harían cargo de la situación. Durante la semana, Zayas y Bonaccorsi intensificarían la propaganda como preparación de un despliegue masivo de fuerzas falangistas el jueves, día 17. Mientras tanto, el comandante Marín haría lo mismo entre los oficiales pro-falangistas. El íueves, si no se habían recibido órdenes de Burgos, se haría el despliegue de fuerzas e inmediatamente después el juez Zarranz sería nombrado gobernador militar, y el comandante Marín jefe de su Estado Mayor. Margottini estaba optimista y confiado. Informó con detalle de todos los planes al Ministerio de Marina y concluía diciendo: «Ocurra lo que ocurra, no existe motivo alguno de preocupación».

El 18 de septiembre fue nombrado comandante ad interim de las fuerzas -en Mallorca el teniente coronel Ruiz García, mientras que el teniente coronel Rubí, conocido por sus manifestaciones públicas de admiración por Mussolini y la Italia fascista, era nombrado gobernador civil.

Este episodio contrasta agudamente con la política seguida por los italianos en el resto de España. Ni Bonaccorsi ni Margottini tenían órdenes explícitas de seguir una política tan agresiva. Bonaccorsi, por el contrario, había recibido órdenes concretas de Ciano de que abandonara la organización de la Falange y evitara las fricciones. Por otro lado, ninguno de los dos hizo el menor esfuerzo por matener a sus superiores ignorantes de sus actividades. El informe detallado de Margottini sobre los planes para el golpe falangista fue telegrafiado a sus superiores del Ministerio de Marina la misma tarde de la reunión, con una nota de Bonaccorsi para que fuera trasmitido directamente al ministro de Asuntos Exteriores. Ni éste ni el ministro de Marina expresaron desaprobación de los planes del golpe, ni de la participación de Bonaccorsi o Margottini en el mismo.

El hecho de que Margottini permaneciera continuamente en Palma desde agosto hasta mediados de noviembre, a pesar de la rotación regular de los barcos asignados a ese puerto, indica que se le estaba manteniendo en ese punto deliberadamente para dirigir desde allí las actividades italianas. Todo ello demuestra que Italia estaba aprovechándose del aislamiento de la isla y del status no oficial de Bonaccorsi para intervenir en política mucho más activamente de lo que se atrevía a hacerlo en el resto de España,

Una vez que la crisis en Mallorca había pasado, Bonaccorsi continuó organizando la Falange. El gobernador militar también empezó a apoyprle, y según informó Margottíni, el teniente general Rubí era «entusiasta de la idea de llevar a cabo proyectos de tipo fascista». Especialmente rápido fue el desarrollo de los sindicatos falangistas corporativistas, ya que cualquier trabajador mallorquín que no se enrolara, incurría en sospecha de sentimientos antiinsurgentes. A finales de septiembre, Margottini informaba, después de un viaje por toda la isla, que «Italia, el Fascio y el Duce eran considerados por todas partes como una guía y ejemplo del Movimiento e spañol».

Los intereses no militares de Margottini se extendían no sólo a cuestiones políticas, sino también económicas. Así, propuso a Roma, sucesivamente, el establecimiento de comunicaciones marítimas entre Italia y Mallorca, el control de una gran parte del comercio y la navegación mallorquina por medio del Ente Nazionale Fascista per la Cooperazíone y, por último, el,intento de obtener un monopolio formal de todo el comercio mallorquín, propuesta que Roma, al parecer, nunca tomó en serio.

Los planes italianos para la conquista económica de Mallorca no tuvieron demasiado éxito. Roma pronto abandonó porcompleto la idea de teneruna agencia designada especialmente para el, comercio mallorquín y se limitó a incorporarlo al nuevo acuerdo alcanzado en noviembre para todos los territorios controlados por los nacionalistas.

Repercusiones internacionales

La presencia creciente de Italia en Mallorca, en lo político y en lo militar, no pasaba inadvertida en otros países. El número de italianos en ta isla a finales deo ctubre era inferior a 1.200 y en ningún caso seácercaba a la cifra de 12.000 que citaban los rumores y algún historiador acepta. Sin embargo, la presencia italiana era suficiente para causar una alarma genuina. La estratégica posición de la isla había hecho temer que Italia se apoderase de ella, incluso antes de que los primeros italianos llegaran. El ministro de Asuntos Exteriores, Delbos, estaba firmemente convencido a primeros de agosto de que Alemania e Italia habían pactado con los rebeldes sobre bases en Marruecos español y en las islas Baleares y Canarias. El 5 de agosto, los almirantes Darland y Decoux viajaron a Londres para consultar con el Almirantazgo británico sobre la amenaza de una ocupación italiana de las Baleares. Los británicos se, mostraban escépticos sobre la existencia de un peligro inmediato, del cual los franceses no podían aportar prueba alguna, pero estuvieron de acuerdo en que la situación era molesta.

Anthony Eden estaba particularmente preocupado con la idea de que Italia podía intentar debilitar o destruir la posición preponderante de Inglaterra en el Mediterráneo. El 19 de agosto, dijo a los miembros de su Gabinete: «No podemos evitar el pensar que Italia mirará los problemas españoles, no sólo como una lucha entre fascismo y comunismo, sino primordialmente como un campo en el que ella verá la posibilidad de refórzar su influencia y debilitar el poderío marítimo británico en el Mediterráneo occidental». El 24 de agosto, los jefes del Estado Mayor británico informaban al Comité de Defensa Imperial en estos términos: «La ocupación italiana de cualquiera de las islas Baleares, Canarias o/y Río de Oro es altamente inconveniente desde el punto de vista de los intereses británicos, pero no puede verse como una amenaza vital». Esta afirmación explica lo que muchos observadores contemporáneos consideraban un fallo inexplicable de Gran Bretaña al no reaccionar a una grave amenaza a su control del mar.

A primeros de septiembre Eden dirigió a los italianos una cuidadosa advertencia sobre el-interés británico en el resultado posible de los acontecimientos en España. En una entrevista con el encargado británico en Roma, Ingram, Ciano había negado categóricamente que Italia tuviera ninguna intención de aprovecharse de la guerra civil española para adquirir territorios españoles. Eden vio aquí una, oportunidad de hacer patente a Ciano la preocupación del Gobierno de Londres sobre el tema y dio órdenes a Ingram de que informara a Ciano verbalmente de que cualquier variación en el status quo del Mediterráneo sería objeto de la más honda preocupación del Gobierno de Su Majestad.

Las admoniciones británicas parecen no haber tenido mucho efecto. A primeros de octubre, Londres tenía sólidas pruebas de las violaciones italianas del acuerdo de no-intervención en las islas Baleares, pero continuaba convencido de que no estaba planeada una ocupación permanente de las islas, por lo que no quiso plantear el caso al Comité de no-intervención.

Los británicos no supieron tratar la cuestión de Mallorca con suficiente energía como para impresionar a los italianos. El 13 de octubre, Eden pidió al Grandi seguridades sobre las intenciones italianas en las Baleares, pero explicó que las quería para poder mitigar los temores de los miembros del Parlamento, que estaban excesivamente preocupados. Animado por esta actitud, Grandi negó categóricamente no sólo que Italia tuviera planes de ocupación permanente, sino incluso que hubiera oficiales de la milicia fascista en Mallorca. De nuevo, a fines de mes, sir Robert Vansittart expresó su inquietud por las declaraciones de Bonaccorsi en el sentido de que Italia nunca abandonaría las Baleares y por la llegada continua de hombres y material. Grandi consideró las declaraciones de Bonaccorsi tan poco importantes como las afirmaciones anti-fascistas de los voluntarios ingleses que se encontraban del otro lado. Quizá la debilidad de las protestas británicas fue lo que convenció a Ciano a creer que podía seguir allí una política todavía más activa.

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