_
_
_
_
_
Reportaje:Vida&artes

Mano dura contra el ciberacosador

La alarma por el 'mobbing' escolar en la red ya mueve a la justicia - Piden 10 años para el joven que humilló a otro hasta el suicidio en EE UU

En recientes casos de acoso escolar en Estados Unidos, que acabaron en suicidios que resonaron en toda la nación, los fiscales y los familiares de aquellas víctimas han decidido que el castigo de los depredadores sea ejemplar. Rodeado de silencio durante mucho tiempo, el abuso contra aquellos a los que se percibe como más débiles, diferentes o competidores en las aulas ha dejado de ser un tabú. En el terreno de nadie que a veces son las instituciones educativas, los acosadores han quedado expuestos ante compañeros, amigos, familiares y ante la opinión pública. Algunos han hecho penitencia de forma abierta. Los pocos que han preferido guardar silencio se enfrentan ahora a largas penas de cárcel. La inmunidad del acosador ha acabado.

Ravi informaba en Twitter de que iba a espiar a un compañero gay
El caso simbolizó un cambio sobre cómo enfrentarse a la homofobia
Algunos expertos creen que la tolerancia cero no es suficiente
Hay que enseñar al abusador a cambiar sus comportamientos
Más información
Condenas a agresores y colegios

Dharun Ravi se ha convertido en una cara fácilmente reconocible por su implacable acoso a un joven gay. Los juzgados de Nueva Jersey le pueden condenar a hasta 10 años de cárcel por intimidación y discriminación por motivos de orientación sexual. Ravi tiene 19 años. Entró en la Universidad de Rutgers en agosto. Allí conoció a Tyler Clementi, con quien le tocó compartir habitación en el colegio mayor. Ravi no estaba muy feliz. En su cuenta de Twitter escribió: "Me acabo de enterar de que mi compañero de cuarto es gay" y "mi compañero me ha pedido la habitación hasta medianoche. Fui a la habitación de Molly, encendí mi cámara y le vi enrollarse con otro tipo".

Ravi y su amiga Molly Wei, de hecho, controlaron por cámara los encuentros privados de Clementi, y los emitieron a través de un servicio de chat. El perfil de Twitter de Ravi da fe de ello: "Todo el que tenga iChat, que se conecte de 9.30 a 12.00 porque va a suceder de nuevo". Clementi se suicidó, saltando al río Hudson, horas después de esa retransmisión.

La fiscalía del condado de Middlesex presentó inmediatamente cargos contra Ravi y Wei por violación de la intimidad. Posteriormente, la chica llegó a un acuerdo con la fiscalía y aceptó testificar contra Ravi. El 20 de abril, un gran jurado aceptó ampliar los cargos contra este, incluyendo el de discriminación por orientación sexual. En su primera comparecencia ante la justicia, el lunes, se declaró inocente.

Algunos expertos opinan que castigos duros como aquel al que se enfrenta Ravi no siempre cumplen el objetivo reducir el acoso. "Sabemos que las estrategias de tolerancia cero no funcionan. El castigo no enseña a los acosadores cómo cambiar sus comportamientos", asegura Susan Swearer, psicóloga, experta en matonismo y profesora en la Universidad de Nebraska-Lincoln. "Necesitamos intervenciones terapéuticas, como sesiones de orientación psicopedagógica y prácticas de justicia reparadora para enseñarles a cambiar sus comportamientos".

El suicidio de Clementi simbolizó un cambio en cómo EE UU se enfrenta al acoso y la homofobia adolescente. La televisión informó. El presidente Barack Obama dijo en un vídeo emitido en Internet que el caso le había "roto el corazón". La muerte de Clementi dio fuelle a un programa de concienciación en que homosexuales de toda condición social hablan abiertamente ante las cámaras para admitir que ellos también fueron maltratados psicológica o físicamente en las escuelas, pero que las cosas mejoran con la edad.

Ante la duda de si hubiera sido mejor que un gay y un supuesto homófobo no compartieran habitación, la Universidad de Rutgers ha aprobado colegios mayores calificados de seguros, es decir, donde puedan convivir alumnos gais y transexuales. El senador Frank Lautenberg, demócrata de Nueva Jérsey, ha propuesto una norma, bautizada como Ley Tyler Clementi, que exigiría a todas las universidades que reciban fondos federales que tengan regulaciones que castiguen el acoso y la discriminación entre estudiantes por raza, nacionalidad, sexo, tendencia sexual, identidad de género, discapacidad o religión.

"Aunque no hay forma de eliminar completamente la crueldad que algunos estudiantes optan por infligir en sus compañeros, debería existir en todas las universidades un código de conducta que permita prohibir el acoso", asegura Lautenberg. "No podemos convertir la tolerancia en ley, pero podemos trabajar para que los campus tengan un ambiente más positivo y seguro", añade el legislador demócrata Rush Holt, que ha copatrocinado la ley en la Cámara de Representantes federal.

En una investigación del año pasado del Ciberbullying Research Center se entrevistó a 2.000 adolescentes norteamericanos. Un 20% de ellos había sentido, en algún momento de su vida, tendencias suicidas. "Los jóvenes a los que se molesta e intimida, o que han intimidado a otros, se encuentran en un riesgo elevado de sufrirlas", aseguran los autores, Sameer Hinduja y Justin Patchin. "Esta correlación se ha comprobado a través de investigaciones que demuestran cómo el acoso (muy a menudo como víctima pero también en calidad de autor) contribuye a la depresión, a la disminución de la autoestima, la angustia y el aislamiento -todos ellos precursores de pensamientos y comportamientos suicidas-".

El caso de Phoebe Prince es casi de manual. Esa joven se suicidó en enero de 2010, a los 15 años, en Massachusetts. El juzgado condenó a libertad condicional y trabajos comunitarios a cinco de los adolescentes a los que se acusó de someterla a un constante escarnio público en su instituto y a través de mensajes de texto y por Internet. Entre esos acosadores estaba el exnovio de Prince, Sean Mulveyhill, de 18 años, que, tras acabar su relación con ella, la sometió a numerosos insultos. En un mensaje a uno de sus allegados, antes de suicidarse, Prince escribió: "Creo que el hecho de que Sean se metiera en esto es uno de los últimos clavos en mi ataúd".

Hay quien ha querido ver la condena contra Muyvehill y otros compañeros de instituto como ligera. Sin embargo, para David Sullivan, el fiscal del distrito, el proceso de exposición pública de esos adolescentes ha sido la lección que toda la nación debe aprender. "Han pagado ante los medios y ante la opinión pública. Esto queda sobre sus espaldas para el resto de sus vidas. Y lo que es peor: lo llevan sobre sus conciencias", dijo. "La época de hacer la vista gorda ha tocado ya a su fin".

En el juicio por el caso Prince hubo un rosario de humillaciones públicas por parte de aquellos adolescentes. "Estoy avergonzada de mí misma", dijo Kayla Narey, de 18 años, que era exnovia de Muyvehill cuando este comenzó a salir con Prince, y que fue una de las que más se ensañó con la joven irlandesa. En el juzgado recordó que, en diciembre de 2009, Prince llegó a enviarle un mensaje de disculpa por haber salido con Muyvehill. Tal era su desesperación, que pedía clemencia a su acosadora. "Fueron mi dolor, mi enfado y mis celos lo que hicieron que mi actitud cambiara después de aquellas Navidades. En aquel momento tuve la oportunidad de actuar como la persona para la que se me había educado. No supe hacerlo", dijo esta compungida.

Narey, como otros tantos adolescentes, obró de ese modo para llegar a la cumbre de poder social que se crea en los institutos. Recientes estudios demuestran que los jóvenes ejercen una mayor violencia física y psicológica sobre otros cuando buscan popularidad. Según una investigación publicada este año en American Sociological Review, los acosadores no siempre lo son por naturaleza, sino que recurren al abuso para abrirse paso hacia la cumbre de sus entornos. "Según se van haciendo más populares, se comportan de forma más agresiva", asegura su autor, el profesor de Sociología de la Universidad de California Davis Robert Faris. "Hasta que consiguen llegar al círculo dominante en sus institutos y, en ese momento, la violencia decrece radicalmente".

Como los casos de Narey y Prince demuestran, puede que esos niños no acosen a los más débiles, sino a los que consideran rivales. Prince era agraciada, llegada de Irlanda, y comenzó a salir con el exnovio de la acosadora. "Sospechamos que lo que sucede, de forma más común, es que los niños convierten en objetivos a los rivales, y no siempre a los débiles o aquellos a los que ven como marginales", explica Faris. "Los estudios, hasta ahora, se han centrado en las dinámicas de abuso de niños socialmente aislados y han ignorado este otro tipo de acoso. En eso son determinantes los resortes de la violencia psicológica: rumores e insultos en la Red, sobre todo".

Algunos campus crearán colegios mayores <i>seguros.</i>
Algunos campus crearán colegios mayores seguros.STEPHANIE CARTER (GETTY)

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_