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Tribuna:ESPECIAL 30º ANIVERSARIO
Tribuna
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Pasó de todo... pero fuimos fieles a la primera cita

La irrupción de EL PAÍS en Internet (entonces chiquitita y perezosa) vino precedida de una espada de Damocles. Pasara lo que pasara (y pasó de todo), El PAÍS Digital tenía que hacer su entrada en el ciberspacio coincidiendo con el XX aniversario de EL PAÍS, el 4 de mayo de 1996.

En el mes escaso que precedió al alumbramiento, repito, pasó de todo. Pero en la madrugada (mejor dicho, en el amanecer) del día 4 volcamos todo el poderío analógico acumulado a lo largo de dos apasionantes décadas en los servidores de Telefónica y, desde ahí, en ordenadores de todo el mundo.

Justo esa Semana Santa, según volvíamos de no recuerdo dónde, le comenté a mi hija que ya estaba bien de no saber de qué iba eso de Internet y que lo primero que iba a hacer al llegar a Madrid era contratar un acceso para bucear en el ciberocéano.

Juro que en el periódico, en el que en ese momento era redactora jefe de la sección de Nacional (tras haberlo sido 10 años de Internacional), no comenté nada al respecto. Por eso, mi sorpresa fue si cabe mayor cuando el director, Jesús Ceberio, me llamó pocos días después a su despacho y me invitó a tomar las riendas de un proyecto hasta entonces rodeado del mayor de los secretismos, en cuyo ajo apenas si estaban algunos miembros del equipo de Innovación y Tecnología, encerrados en un oscuro despacho perdido del sótano anexo a las rotativas.

Y como los retos son mi fuerte y la informática ya era una especie de segunda piel por aquel entonces (sistema editorial Atex, incluido), la perspectiva de ampliar la audiencia de EL PAÍS allende mares y montañas, sin fronteras físicas ni temporales, me pareció tan apasionante que sin dudarlo acepté… ante la incredulidad y el asombro de prácticamente todos mis compañeros.

Conviene adelantar que por aquel entonces tan sólo la sección de ciencia disponía de un correo electrónico, que en la redacción no había ordenadores personales y que apenas ningún periodista sabía nada de Internet (con algunas excepciones que honran el don de la curiosidad), empezando por el reducido equipo que conformé.

Pero sí intuíamos que nuestra misión encerraba una garantía de futuro, cercano y prometedor, para los medios de comunicación y, muy especialmente, para la profesión periodística.

Así que, sin necesidad de armarnos de excesivo valor, sino más bien de entusiasmo (algo ingenuo desde el punto de vista de los muchos que nos auguraban un purgatorio) y complicidad con nuestra futura e invisible audiencia, nos desplegamos en la quinta planta dispuestos a comernos el mundo.

En la vanguardia, los informáticos ya habían diseñado un minieditor de textos y, con ayuda de un manual de lenguaje HTML que compramos en unos grandes almacenes y a pesar de una terrorífica araña negra que nos habían preparado para lucirla como portada del web (nos la cargamos en apenas unas semanas, pues era todo menos amigable para el usuario), embarcamos a EL PAÍS en la nave digital rumbo al infinito.

La noche de autos fue interminable. Las conversaciones con los técnicos de TSAI, dónde estaban alojados los servidores, constantes. Los problemas se multiplicaban. Un futuro lector de Alicante no paró de llamar para saber en qué momento íbamos a estar en la Red (¡cómo si lo supiéramos!) pues deseaba ser el primero en conectarse a EL PAÍS Digital.

Pero cumplimos. Eso sí, muertos de hambre y de sueño. Fue entonces cuando conocí la existencia de la Dormidina, que falta me hizo para conciliar el sueño mañanero tras las sucesivas y larguísimas noches que rodearon el alumbramiento.

EL PAÍS Digital irrumpió en el ciberespacio el 4 de mayo, cuando su progenitor cumplía 20 años. Cientos y cientos de felicitaciones se fueron acumulando desde los más remotos rincones del planeta, enviadas por los flamantes lectores de EL PAÍS Digital.

Recuerdo con especial cariño una llegada desde Mongolia y enviada por un antiguo estudiante de español que había vivido en Madrid, ahora convertido en profesor, que no acababa de creerse que desde allí pudiera leer EL PAÍS y compartirlo con sus alumnos.

Mariló Ruiz de Elvira es subdirectora de EL PAÍS

Mariló Ruiz de Elvira.
Mariló Ruiz de Elvira.

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