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Reportaje:

Ponga el dedo ¡y llévese la compra!

La biometría sale de aeropuertos y comisarías y entra en la vida cotidiana para proteger a los consumidores contra el robo de identidad

Andrea Rizzi

Pasaporte, carta de embarque y... un dedo. La toma de la huella dactilar en las aduanas de los aeropuertos de ciertos países es una obligación a la que ya se han acostumbrado millones de pasajeros de todo el mundo. Sin embargo, el escaneo del índice ha empezado a convertirse en una costumbre fuera de sus lugares habituales: comisarías de policía y aduanas. Alrededor de tres millones de ciudadanos estadounidenses ya se llevan la compra enseñando un dedo en lugar de la tarjeta; los clientes de varios bancos japoneses sacan dinero de los cajeros automáticos abriendo sus manos ante un lector digital; y en el aeropuerto londinense de Stansted, para alquilar un coche hay que dejar la huella física.

En EE UU, unos 10 millones de personas sufrieron robo de identidad en 2003
En Japón ya hay cajeros que permiten sacar dinero con el escaneo de la mano

"La industria biométrica se ha desarrollado históricamente por impulso de los Gobiernos. Sin embargo, ahora se está reorientando hacia el sector privado, ofreciendo nuevas aplicaciones a un mercado mucho más amplio y que abre grandes perspectivas de crecimiento", afirma Emilio Martínez, director general de Agnitio, una empresa española que trabaja en el sector.

Si los Gobiernos quieren proteger a sus ciudadanos del crimen, las empresas también desean defender a sus clientes. El robo de identidades es una amenaza muy consistente y en Estados Unidos lo sufrieron 10 millones de ciudadanos en un año, según un informe de 2004 elaborado por la Comisión Federal de Comercio.

La biometría -"estudio mensurativo o estadístico de los fenómenos o procesos biológicos", según la Real Academia Española- lo aprovecha todo para ofrecer sus soluciones. Si la huella dactilar es la medición más conocida, también existen ya en el mercado el reconocimiento de voz, de la mano, el iris, el rostro, las venas e incluso el olor corporal y la forma de teclear...

Todo ello se basa en el concepto de que el cuerpo y sus movimientos son la mejor contraseña de identificación posible: no se pueden olvidar, ni robar. Y es por lo menos muy difícil duplicarlos. En su conjunto, el abanico de tecnologías desplegado en el mercado procurará este año ingresos de unos 2.300 millones de euros a la industria del sector, según un International Biometric Group (IBG), una empresa consultora especializada.

La cifra en sí es la foto de un mercado todavía incipiente, cuyas dimensiones corresponden a la mitad del resultado de explotación de una compañía como Iberia en 2005. Pero si los valores absolutos son todavía relativamente pequeños, la dinámica de crecimiento es muy rápida, e IBG estima que ya en 2011 la industria biométrica alcanzará los 5.000 millones.

"La tecnología mejora, se hace más fiable, pequeña y barata. Eso permite concebir nuevas aplicaciones que despiertan cada vez más la atención. Por eso el mercado crece". Pero, hasta hoy, "la demanda del sector público sigue siendo mayoritaria", opina Oren Shur, analista de IBG.

En el caso de Agnitio, que trabaja en sistemas de reconocimiento de voz y vende sus productos a policías de diferentes países, la demanda del sector público representa todavía el 90%. "Calculamos que dentro de dos años ya será 50% y 50%", explica el experto en la sede de su empresa.

El reconocimiento de voz tiene la ventaja de "no exigir ningún hardware añadido. No hace falta instalar nada. Los teléfonos fijos y los móviles ya están en todas partes y sirven perfectamente".

Muchos bancos, por ejemplo, están interesados en la tecnología. ABN-AMRO, una entidad holandesa, tiene en marcha un proyecto piloto para reconocer sus clientes al teléfono. Añadir la voz al PIN dificulta el trabajo de los piratas. Con la misma intención han salido al mercado ordenadores y móviles que llevan lectores de huella incorporados: no se puede abrir la sesión sin el reconocimiento previo.

Los lectores de huellas son la tecnología dominante y representan más de la mitad del negocio biométrico. En Estados Unidos, unos 2.400 supermercados y establecimientos comerciales ya utilizan el sistema Pay by Touch, desarrollado por una compañía californiana, que permite a los consumidores pagar con el dedo.

Las tecnologías tienen distintos grados de fiabilidad, en función del parámetro (iris, huellas dactilares, voz, etcétera) y de las condiciones de verificación (calidad del aparato que efectúa el reconocimiento, ruidos desde el lugar de llamada, etcétera).

Los fallos pueden causar que no se reconozca la persona. O, peor: que se deje pasar a una por otra. Los críticos de la biometría subrayan que la duplicación de una huella no es algo imposible. Los defensores contestan que si no es imposible, resulta muy complejo. O por lo menos mucho más que apuntarse los datos de una tarjeta mientras se cobra la cuenta de una cena.

Este florecimiento de nuevas aplicaciones despierta también otro tipo de inquietudes. A algunos podría parecerle molesto el tener que fichar con un dedo o con la voz la entrada en el trabajo, por ejemplo. Para otros, tener que escanearse el dedo índice para alojarse en un hotel puede resultar un fastidio si pretenden mantener la privacidad de la compañía con que lo hacen. Cualquiera que sea el motivo, el síndrome Gran Hermano que rodea la biometría tiene varias razones de ser.

¿Dónde y cómo se almacenan los datos fisiológicos que se piden a los usuarios para confirmar su identidad? ¿Quién garantiza que el supermercado, el banco, el hotel o la tienda de turno no permitan el acceso -o, incluso, vendan voluntariamente- la información personal en su poder? Preguntas y dudas que anteriormente quedaban circunscritas a unas pocas instituciones públicas, se multiplican a medida que se extiende el uso comercial de estas técnicas.

"El desarrollo de la biometría es un tema que hay que seguir de cerca y tratar con cuidado", observa Jesús Rubí, director adjunto de la Agencia Española de Protección de Datos. "Es muy importante que en el sector se aplique el principio general de proporcionalidad: en la mayoría de las aplicaciones, no es necesario que se almacene el elemento biométrico en su integridad. Son suficientes plantillas, creadas con elementos que permiten reconocer el rasgo en cuestión, pero no reproducirlo".

Es decir, no se graba la huella, o la voz tal cual. Sino puntos, algoritmos, que colocados ante el original lo reconocen. Pero, en sí, no son suficientes para reproducir la huella.

"El marco legislativo español garantiza una protección adecuada ante los nuevos desarrollos de la biometría", afirma Rubí. Incluso si no hay leyes que disciplinen específicamente las nuevas situaciones, "la aplicación de los principios generales es suficiente".

Una mujer paga con su huella dactilar en una tienda de Estados Unidos.
Una mujer paga con su huella dactilar en una tienda de Estados Unidos.

Comprar con el móvil... y con la voz

El m-commerce, es decir la adquisición y la venta de bienes a través del teléfono móvil tanto en la Red como en tiendas físicas, es una realidad que empieza a desarrollarse con cierta amplitud en países como Japón y Corea del Sur. Muchos expertos del sector están convencidos que se trata -junto al m-banking, referido a la realización de transacciones bancarias- de la nueva y prometedora frontera del e-commerce.

La utilización del móvil como herramienta de pago ofrece al consumidor la ventaja de no depender de los cables de conexión a la Red. A las empresas, la de poder ser utilizado como blanco de publicidad, ofertas o comunicaciones que el cliente lleva constantemente activado y en el bolsillo.

La perspectiva del m-commerce pone un énfasis especial en garantizar la seguridad de las transacciones efectuadas con el móvil. La industria biométrica trabaja intensamente para aprovechar la oportunidad ofreciendo soluciones. Los teléfonos con lectores digitales de huellas incorporados ya son una realidad.

Pero también las empresas que trabajan en el sector del reconocimiento de la voz están sobre la pista. Se trata de una tecnología con menos años de desarrollo que la de las huellas, pero que cuenta con la ventaja de no necesitar ningún aparato o instalación posterior respecto a lo que normalmente lleva un móvil.

Con esta tecnología, por cada compra el usuario recibiría una llamada automatica, con la petición de vocalizar un número cada vez diferente, para evitar que se le pueda grabar subrepticiamente. Realizado el reconocimiento, el cobro resultaría autorizado.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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