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Tribuna
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Un clásico incómodo de la teología católica

De Karl Rahner se ha dicho, al igual que de Shakespeare, que su biografía era su obra, una obra en la que el rigor conceptual se da de mano con una curiosidad inagotable por todos los temas de la vida. Los escritos de Rahner han sido un éxito editorial ininterrumpido y los cientos de miles de ejemplares en ediciones de bolsillo demuestran que no sólo se compraban, sino que se leían "hasta por los obispos", como dice su mejor discípulo, Juan Bautista Metz.Sin embargo, él pensamiento de Rahner ni es el último grito ni es nada fácil. Es, quizá, el último gran clásico de la teología católica que ha conseguido fecundar a la vieja escolástica con buena parte de los pensadores clásicos de la modernidad filosófica. Los aficionados a este tipo de cuestiones etiquetan a su pensamiento de teología trascendental. Quien hurgue en las fuentes de su reflexión encontrará el tomismo aristotélico, por supuesto, pero también a Kant. No al Kant de la razón práctica, que lleva a Marx, sino al de la teoría del conocimiento trascendental; también a Hegel, exponente del idealismo trascendental, preocupados ambos en fijar la condición y el contenido de la conciencia en la propia experiencia. Sin embargo, la referencia constante de su pensamiento, sobre todo el filosófico, es Heidegger, de quien el jesuita alemán no consiguió la aprobación de la tesis doctoral. Heidegger no compartía la teoría del joven Rahner de que la solución a los problemas de la metafísica pasaran por una actualización de la metafísica clásica, aristotélico-tomista, sino más bien por sacar a aquéllos de todo el contexto cristiano.

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Karl Rahner, uno de los teólogos católicos mas importantes del siglo, murió ayer, a los 80 años, víctima de un fallo cardiaco
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La teología trascendental, lo que buscaba en el fondo de sus alambicadas categorías era colocar el hombre como sujeto de la teología En Roma pensaron que aquello era desacato, pero Rahner estimaba que el hombre histórico, es decir, la propia experiencia religiosa era el punto de partida de la teología, porque llevaba consigo la posibilidad de conocer el misterio cristiano.

La irritación que provocaron sus tesis entre los guardianes de la ortodoxia confirmaron al pensador alemán en la idea de que alcanzaba uno de sus objetivos: romper con la teología neoescolástica para la que el hombre era el objeto pasivo de un plan divino cuyos movimientos le estaban dados una vez por todas. Las peripecias de los mortales eran objeto de ciencias secundarias, como la pastoral o la doctrina social, que en nada afectaban a la impasible teología dogmática. Para Rahner, por el contrario, el corazón de la teología dogmática era la biografía mística. De esta suerte, Rahner se emparentaba con figuras como Newman, Pascal o Bonhöeffer.

Pero había una diferencia respecto a estos místicos modernos. Nada hay en Rahner de la angustia existencial de estos hombres. Lo suyo es una reflexión sosegada sobre las situaciones más triviales de la vida. "Rahner", ha escrito Metz, "siente una aversión proletaria contra toda forma de elitismo". Esta voluntad de explicar la teología a los cristianos contemporáneos de a pie choca, sin embargo, con la sofisticación de sus escritos teóricos.

Pocos temas de actualidad hay a los que Rahner no haya dirigido su atención, desde las más complejas reflexiones trinitarias hasta las revoluciones populares latinoamericanas, pasando por Teilhard de Chardin, las críticas al Vaticano en la reciente crisis de la Compañía de Jesús, la enseñariza confesional o la droga y la juventud. Común a todas sus respuestas era la ubicación de las mismas en un amplio contexto teológico, fiel a la tradición y a la sustancia de la teología, que acababan con frecuencia por disgustar a conservadores y progresistas. Su proverbial indiferencia descolocaba a pretendidos amigos.

Rahner muere sin que haya escrito esa summa theológica que algunos le pedían. Desde antes de su muerte muchos se lamentaban igualmente de que, pese a lo ingente de su obra y a la cantidad de alumnos a los que ha enseñado, no dejara una escuela propia. Sin embargo, las múltiples derivaciones de su obra en teologías progresistas y menos progresistas muestra la fecundidad de su modo de trabajar. La ruptura metodológica de Rahner respecto a la teología clásica ha posibilitado el renacimiento de la teología en los años sesenta y setenta.

Meses antes de morir, Rahner se preguntaba cuál era el sistema global de todas las nuevas teologías y cómo resolvían preguntas clásicas, tales como la resurrección, la salvación o la trinidad. Había en su "`interrogación trascendental" una velada crítica a las teologías modernas sensibles a los problemas del hombre, pero desentendidas del horizonte trascendental que él nunca perdió de vista. En esa pregunta se revela la diferencia entre un pasado teológico del que él fue el máximo exponente moderno y las teologías que le han sucedido.

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