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Reportaje:

Alergia al siglo XX

Amanda Strang reacciona negativamente a los derivados del petróleo; es un caso excepcional de alergia a todos los productos del mundo moderno

Andrés Ortega

A sus veinticuatro años, Amanda Strang no puede vivir una vida normal. Prácticamente aislada en una vieja casa de campo en Uxbridge, al oeste de Londres, es víctima de una enfermedad que, bajo la denominación de síndrome alérgico total, la hace reaccionar negativamente a todos los derivados del petróleo y otros elementos químicos. Es lo que se ha calificado de alergia al siglo XX. Amanda es un caso extremo cuya gravedad sólo comenzó a hacerse patente veintiún meses atrás. Hasta entonces, Amanda, madre de una niña -Jaimie, de cuatro años-, era una persona normal. A pesar de unas leves alergias cuando era joven, ganó cuarenta medallas en competiciones de natación.

Aunque algo letárgica -se creía que era anemia-, trabajaba en una clínica londinense como técnica en cardiología, hasta que sufrió un colapso. Su salud empeoró en un corto espacio de tiempo, con el efecto acumulativo de diversas alergias. En una ocasión perdió el conocimiento durante once horas, parándosele el corazón por tres veces, tras pasar delante de una farmacia. Se descubrió que era alérgica a todos los productos sintéticos. Al hacerle unas pruebas con un placebo -agua del grifo- se desmayó. Amanda Strang, muy peocupada, pensó que toda su enfermedad estaba en su mente. Pronto se descubrió que era alérgica al cloro que contenía el agua.Alérgica a todos los productos del mundo moderno, especialmente a los vapores de plástico de petróleo que sueltan los aparatos de toda casa del siglo XX, Amanda Strang ha sido trasladada a una vieja casa de campo. "Es como vivir en el siglo XVII, declaró en una ocasión. No nos dejaron verla, pues nuestro magnetófono o camisas de poliéster, la hubieran dejado inconsciente, según declaró a EL PAIS su madre adoptiva, Pam Rackham. Amanda Strang vive en compañía de su marido, Bob -del que está separada-, y de una enfermera. En esta casa se recupera, para poder ir a Estados Unidos, el único país donde se la puede tratar.

En la vieja mansión se levanta y pasea un poco por el jardín. Con su alergia total, no puede ni escuchar la radio, ni ver la televisión, ni leer un libro. Los aparatos eléctricos le cambian las sensaciones; la calefacción de gas la deja fría como una roca. Su hija Jaimie va a visitarla de tiempo en tiempo, y para ello se le viste con telas naturales y se le lava el pelo con champú especial. "La calidad de su vida es muy pobre", dijo su madre. Es un caso similar al de Sheila Rossall, una antigua cantante pop en el grupo Picketywitch Chat, que llegó al número uno de las listas de popularidad cuatro años atrás en el Reino Unido. A sus 31 años de edad, Sheila Rossall fue tratada por anorexia nerviosa en su ciudad natal de Brístol. Tras unos choques eléctricos, su doctor le dió diez días de vida; la cantante logró reunir un fondo de doce millones de pesetas para ir, en febrero de 1981, a la clínica de Brockhaven, en Dallas (Estados Unidos), donde la trató el doctor William Ray, en condiciones ambientales controladas, lejos de productos sintéticos y con una dieta que incluía carne de león y de oso; Sheila se recuperó en un 70%.

La dieta es algo fundamental para estas enfermas, pues las alergias funcionan como la adicción a las drogas duras o al alcohol. Amanda Strang comenzó por el café, del que bebía cantidades ingentes. Durante una temporada se tiraba sobre la comida, pero después llegaban los dolores de los síntomas de la falta de lo que no podía comer.

Para el doctor Len Mcewen, especialista en alergias, médico asesor del Fondo para salvar a Amanda, los productos alérgicos, mediados por hormonas que actúan sobre el cerebro, como la morfina, hacen sentirse bien al paciente mientras los ingiere, llegando a inducirle un estado similar al coma, sin dolor. Este aparece con la carencia de estos elementos, a los que es adicto el paciente.

La propia Amanda Strang ha señalado que "para mí la comida es como una droga. Me levanta y me deja caer. Sea lo que sea lo que coma me siento muy bien por el momento, pero sé que me vendrá una reacción. Me dolerá el corazón, tendré calambres, me desmayaré o me quedaré paralizada sin poder hablar". La doctora Jean Monro, del hospital para enfermedades nerviosas, que cuida a Amanda Strang, rechaza la posibilidad de que se trate puramente de una enfermedad psícosomática. Por el contrario, muchos de los problemas tradicionalmente contemplados por la psicología, como las epilepsias, jaquecas y depresiones, podrían deberse a alergias. La doctora Monro aplica la técnica de Miller de desensibilización, por la cual se inyecta en los enfermos dosis de los productos a los que son alérgicos en tales condiciones que frenan la reacción, a los que se manda un nuevo tratamiento con enzimas. Los ecólogos clínicos, como el doctor William Ray, de Dallas, prefieren aislar a los pacientes de los elementos que les provocan alergias. Un pionero británico en este campo es el doctor Richard Mackarness, del Hospital General de Basingstoke (Hampshire), que cuando unos años atrás publicó su libro No todo en la mente sobre las causas inmunológicas de las alergias, levantó una viva polémica entre los medios médicos. Mackarness -que ya se ha retirado a Australia- creó un centro para investigar por qué algunos cuerpos caen en un estado semicomatoso al ingerir algunas sustancias que no nos dañan a la mayoría.

Otros centros de este estilo han surgido en el Reino Unido, pero en su gran mayoría carecen de fondos estatales. Salvo en dos hospitales, la seguridad social británica no trata las alergías de los alimentos, y así, Amanda ha tenido que acudir a la medicina privada, necesitando, además, ir a Estados Unidos para un tratamiento intensivo. El fondo para salvar a Amanda -donaciones particulares- ha logrado reunir tres millones de pesetas en tres meses, pero el dinero sigue siendo escaso. El mantener a Amanda con vida es costoso.

La doctora Monro ha señalado, además, que Amanda Strang no puede recibir un tratamiento más avanzado hasta que no disponga de un lugar a salvo al que regresar. Su casa de Sheperds Bush (Londres) está siendo transformada, suprimiendo las moquetas sintéticas, elevando las paredes para eliminar la pintura y comprando mantas y sábanas de algodón o lana pura.

Entretanto, Amanda Strang, demasiado enferma para pensar en volver a su hogar londinense, tiene un severo régimen alimenticio. A pesar de haberse convertido en alérgica a prácticamente todos los alimentos, Amanda tiene que comer, la doctora Monro le ha puesto en un sistema rotatorio de dieta, organizada sobre una base diaria de familias de alimentos que no se repiten en cuatro días. De este modo Amanda no se encuentra con el mismo tipo de comida más de una vez cada cuatro días. En el Reino Unido, la primera alergia -a las frases- que registraron los médicos data de tan sólo veinticinco años atrás. Ahora, sin solucionar sus causas ni sus efectos, se reconoce la posibilidad de un síndrome de alergia total, que imposibilita a quien la padece una vida normal en este siglo XX de los derivados del petróleo. Casos como el de Amanda Strang han despertado las conciencias no sólo a reconocer diversos nuevos orígenes de enfermedades, sino también a mirar con más cuidado las porquerías que todos comemos al cabo del día.

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