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Río de Janeiro, la ciudad de las mil favelas

Continúa el crecimiento imparable de las barriadas pobres en suelo carioca

La ciudad brasileña de Río de Janeiro ha conseguido un triste récord: cuenta ya con más de mil favelas. Exactamente 1.020, según cifras del Almacén de Datos, del Instituto Muncipal Pereira Passos (IPP). Y 19 de ellas han surgido en casi un año. El dato oficial más reciente hablaba de 965 favelas.

La aparición de estas 19 favelas casi por arte de magia -algunas son invisibles desde un avión- revelan por su ubicación que las barriadas pobres cariocas se están diseminando por toda la ciudad, y al mismo tiempo que las autoridades, a pesar de los miles de proyectos para frenar esa ocupación irregular del suelo, se ven incapaces de acabar con el cáncer de Río.

Hoy las favelas son fuente de violencia, no por sus moradores -en su mayoría, gente honrada que se desplaza diariamente para hacer los trabajos más humildes en las casas de las familias de clase media-, sino porque se convierten enseguida en nido de narcotraficantes, ya que en ellas no ejercen su autoridad ni el Estado ni la ley. Y las fuerzas del orden, cuando llegan a ellas, son recibidas con disparos de ametralladora o con armas más sofisticadas que las del propio Ejército.

Entre 1999 y 2008, las favelas han robado al suelo de Río nada menos que 3.413 millones de metros cuadrados, principalmente zonas verdes de la ciudad que deberían haber sido preservadas.

Los sufridos habitantes de las favelas padecen tres tipos de violencia, a cuál peor: en primer lugar, la de los narcos y vendedores de droga en general, que reclutan a los jóvenes, muchos de ellos adolescentes ya que, si son atrapados, no van a la cárcel. En segundo, la de las milicias, una especie de ejército paramilitar que pretende aplicar la justicia por su cuenta; suelen estar formadas por ex policías o ex narcotraficantes. Y, por último, la de la propia policía, que entra en las casas sin previo aviso y acaba matando a inocentes. De hecho, 30 policías militares han sido acusados por el Ministerio Público de asesinar a personas que no habían cometido ningún delito. Hay gente de las favelas que teme más la llegada de la policía que la de los traficantes de droga, que a veces, paradójicamente, se convierten en benefactores de aquellos ciudadanos que reciben muy poco del Estado.

Por ahora, todas las iniciativas para mejorar la vida de las favelas y hacer que llegue a ellas la legalidad del Estado, para convertirlas así en verdaderos barrios, con infraestructuras y seguridad ciudadana, se estrellan con el crecimiento cada vez más imparable de las mismas.

De las 1.020 favelas actuales, sólo en una de ellas, la de Dona Marta, las autoridades han conseguido echar a todos los traficantes de droga mediante una masiva ocupación de las fuerzas del orden. Sin embargo, lamentablemente, los narcos no interrumpen su actividad, sino que eligen otras favelas para continuarla.

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