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Reportaje:

Roma enreda el proceso a Galileo

El ex Santo Oficio dice ahora que el sabio abjuró de sus descubrimientos por miedo a condenarse, no por temor a las torturas

El astrónomo Galileo Galilei nunca dijo en voz alta aquello de "eppur si muove", (" y sin embargo se mueve") pero habría aceptado que la Luna estaba hecha de queso verde con tal de librarse de las garras de la Inquisición y regresar cuanto antes a casa. Había unanimidad entre los historiadores sobre el asunto, e incluso Juan Pablo II pidió perdón en 1992 por el maltrato de los eclesiásticos a Galileo para que negara solemnemente que la Tierra daba vueltas alrededor del Sol. La disculpa del Papa fue también solemne tras 14 años de estudio a cargo de una comisión creada por el Pontífice.

¿Caso cerrado? Eso parecía tras el discurso papal de 1992, pero Roma acaba de reabrirlo, con ánimo de rectificación y algunas precisiones que parecen desmentir cualquier espíritu de contrición o arrepentimiento. Lo ha hecho el arzobispo Angelo Amato, secretario de la poderosa Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio de la Inquisición) a lo largo del mes de agosto. Según este prelado, segundo del cardenal Joseph Ratzinger en la congregación que ejerce de policía de la fe romana, la Iglesia católica nunca tuvo miedo a la ciencia y lo dicho hasta ahora por científicos e historiadores sobre el proceso contra Galileo es una "mentirosa imaginación" —textualmente, "una menzognera iconografía"— para arrinconar al Estado vaticano en el desván del oscurantismo y la crueldad.

"Para algunos, Galileo es sinónimo de libertad, mientras que la Iglesia es dogmatismo"
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La tesis del arzobispo Amato es que todo empezó por culpa de la escuela peripatética de Pisa, enseñoreada por aristotélicos y adversaria de Galileo por motivos que nada tenían que ver con la ciencia. Roma sólo se dejó arrastrar, en mala hora. Pero no hubo persecución ni amedrentamiento. Si el imputado Galileo renegó de sus descubrimientos y pidió disculpas después de un penoso proceso fue por temor a ir al infierno, no por miedo.

Galileo nunca fue torturado, advierte también el arzobispo Amato. Ni hubo ánimo de ensañarse en los interrogatorios: fue el papa Urbano VIII en persona quien pidió que el proceso fuera rápido en atención a la mala salud del acusado. En su empeño por adornar lo mucho que se esforzaron los inquisidores con su ya muy famoso reo, el prelado del ex Santo Oficio añade un dato más: entre interrogatorios, Galileo pernoctó incluso en casa de un alto cargo de la Inquisición.

Las explicaciones del prelado Amato han tenido gran eco en los medios de comunicación católicos durante el mes de agosto. Por ejemplo, la revista Famiglia Cristiana, que vende dos millones de ejemplares en Italia, dedicó al tema una parte de su número 34, del 24 de agosto, con una gran foto del arzobispo. Y lo mismo hizo la poderosa prensa católica en Estados Unidos recogiendo amplios despachos de agencias como Zenit, Ansa o ACI. El pie para esa ofensiva contra lo que el arzobispo Amato denomina "mentirosa iconografía" fue un súbito descubrimiento en los archivos de la Inquisición, realizado por Francesco Beretta, profesor de Cristianismo en la Universidad alemana de Friburgo.

El manuscrito encontrado por Beretta fue remitido por el comisario del Santo Oficio Vicenzo Maculano de Firenzuola el 22 de abril de 1633 al cardenal Francesco Barberini, sobrino de Urbano VIII, expresándole la preocupación del Pontífice por el bienestar del anciano encausado por herejía, muy frágil de salud.Con esa carta en la mano, el segundo del cardenal Ratzinger insiste en calificar de patraña la leyenda negra. "Para algunos, todavía hoy, Galileo es sinónimo de libertad, modernidad y progreso, mientras que la Iglesia es dogmatismo, oscurantismo y estancamiento. La realidad es muy diferente de esta percepción surgida de la fantasía", dice Amato, arzobispo salesiano de 65 años. Uno de los despachos de agencia salidos del Vaticano con ese motivo estaba titulado sin tapujos: "La Iglesia nunca persiguió a Galileo, revela la autoridad vaticana".

Pero esta campaña ha tenido la mala suerte de coincidir con la publicación de nuevos estudios que no dejan lugar a dudas sobre los miedos y sufrimientos que Galileo padeció a manos de la Inquisición. Uno de esos libros, Galileo en Roma. Crónica de 500 días, ha sido escrito por el canadiense William R. Shea y el español Mariano Artigas, de la Universidad de Navarra. Lo publica en España Ediciones Encuentro.

Con meticulosidad extraordinaria, los autores relatan lo que hizo Galileo durante sus seis viajes a Roma; el primero en 1587, a los 23 años, en busca de trabajo; el último, del 13 de febrero al 6 de julio de 1633, cuando acababa de cumplir 69 años y era un hombre deprimido por las dificultades que le estaban causando sus descubrimientos.

Era la Inquisición la que urgía ahora su presencia en Roma. Por herejía. La situación era seria, por muy famoso que fuera el reo. Al fin y al cabo, por hereje y parecidas teorías había sido torturado con saña durante siete años Giordano Bruno, quemado vivo en 1600 en la plaza de Campo dei Fiori —Galileo tenía entonces 36 años: el horror estaba en su memoria—; y el gran René Descartes, silenciado por el miedo, había buscado en Suecia el amparo de la reina Cristina. Antes que todos ellos, el fraile Nicolás Copérnico llevaba años en el índice de los libros más perseguidos.

El arbobispo Angelo Amato, a la derecha, en una celebración en enero pasado.
El arbobispo Angelo Amato, a la derecha, en una celebración en enero pasado.AP

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