_
_
_
_
_

Tímido retorno a La Restinga

Los vecinos del pueblo herreño empiezan a regresar a casa tras 10 días desalojados por la erupción submarina

La Restinga ya no es un pueblo fantasma. Más bien parece una aldea de Castilla en invierno, de esas que tienen cinco veces más edificios que habitantes. Después de diez días desalojados, en los que solo han podido visitar sus casas a ratos, esta mañana los vecinos han podido al fin volver para quedarse. No ha sido un regreso multitudinario, más bien un lento desperezarse de una localidad dormida que se despierta con el ruido que hace una señora al limpiar su fachada con una manguera o con el tintineo de las cajas de cerveza descargadas de una furgoneta. El pueblo ya no está en silencio pero sus calles suenan todavía a un volumen muy bajo.

José Antonio, propietario de la tienda Paula Moda, es uno de los 600 habitantes de la localidad. Él ha vuelto a medias. Pasará el día en el pueblo pero no piensa dormir allí. Mantiene la sonrisa, pese a la catástrofe económica que ha supuesto esta erupción volcánica a medias. "Iremos tirando de lo que tenemos, pero el que lo va a pasar mal es el que vive al día. Ese está jodido", sentencia. La mayoría de los comercios empiezan a abrir sus puertas pero de momento no hay clientes. Para algunos, como los clubes de buceo, no es previsible que los haya en algún tiempo.

Más información
La mancha provocada por la erupción en El Hierro afecta ya al 80% de su costa
Los científicos creen que la erupción en El Hierro pierde fuerza
Una gestión manifiestamente mejorable
Desconcierto volcánico

Francisco, propietario de la tasca La Laja, en primera línea de costa, se queja del aspecto deprimente del puerto. "De cien barcos han quedado nueve", se lamenta. No tiene ningún miedo a la erupción submarina y tampoco parece preocuparle la mancha, que, más diluida, llega hasta la playa. "Esos pajarillos de ahí, los que llamamos vuelvepiedras llevan días comiéndose los peces muertos. Y ahí siguen tan felices. Esto es un fenómeno natural". Francisco augura que en unos días todo el mundo volverá al pueblo, aunque algunos vecinos, como Rosi, que sigue alojada en la residencia de Valverde, de momento se resiste.

En el muelle hay una calma absoluta. Unos periodistas recogen piedras en la pequeña playa con ilusión de que sean del volcán. No hay peces flotando "porque los recogieron todos ayer", dice un vecino y si no fuera por el tono verduzco del agua hasta darían ganas de darse un baño. Amarrado a tierra reluce el Delirium, el barco en el que un navegante francés, Michel Milland, llegó desde Cabo Verde atravesando la gran mancha, ignorante de que había habido una erupción submarina hasta que fue recibido por una patrullera de asombrados guardias civiles. No huele a azufre, en realidad no huele a nada, y un cacharro aparentemente muy sofisticado instalado en un vehículo se encarga de medir la calidad del aire.

En la avenida marítima, Dimas, empleado municipal, se esmera en barrer una solitaria cáscara de cacahuete. "El pueblo está muy limpio, porque toda la basura que dejó la gente la sacamos ayer", explica. Es cubano, pero algo se le ha pegado de los herreños: basta decirle buenos días para entablar con él una conversación fascinante. Dos minutos después de conocerlo, enseña a quien quiera verlo el documento de identidad que tenía en Cuba, en el que figura como domicilio "Tenerife, entre Gran Canaria y La Gomera", y cuenta cómo su madre, muy supersticiosa, lo ataba de niño a la pata de la mesa para que aparecieran los objetos perdidos. Como tantos habitantes de El Hierro, en diez minutos ya se ha hecho amigo del visitante y si vuelve a verlo por la isla, algo no demasiado improbable, le dará un cariñoso abrazo.

La Restinga, como el resto de la isla está viviendo sus días más agitados de los últimos siglos. Pero no ha perdido ese sosiego que llega a desesperar a quienes la visitan sin la adecuada paz interior. De vuelta a El Pinar, un conductor se ha parado en medio de la vía para charlar con otro que circula en una furgoneta en sentido contrario. La carretera queda cortada hasta que terminan de "echar el palique" pero nadie toca el claxon, un gesto prohibido por las leyes no escritas de la isla. El pueblo más meridional de España mantiene la calma pero aún le falta pulso. Y Dimas tiene la fórmula para resucitarlo pronto: "Que los de los bares pongan música animada y saquen unas cervezas".

Un empleado municipal muestra un grupo de peces muertos que la marea ha llevado hasta la playa de La Restinga tras la erupción volcánica submarina.
Un empleado municipal muestra un grupo de peces muertos que la marea ha llevado hasta la playa de La Restinga tras la erupción volcánica submarina.CRITSTÓBAL GARCÍA (EFE)

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_