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Reportaje:

Todos somos Robin Hood

Un estudio muestra que las personas tienden de forma natural a quitar al que más tiene y dar al que menos posee

Dar y quitar. Es el juego más tonto del mundo. Tanto, que ni siquiera se sabe cuándo se gana. Pero ahí está la gracia: dar un dinero ficticio a los jugadores, y ver qué hacen con él y con el de los demás. El resultado, cuando no hay otros intereses, es que los participantes tienden a igualar las cantidades: le quitan al que más tiene, y le dan al que menos. En este ficticio bosque de Sherwood, Robin Hood no hubiera necesitado de los abusos de los normandos para actuar.

El ensayo ha sido realizado en la Universidad de San Diego en California. Su objetivo era buscar cuáles son las motivaciones que mueven a las personas cuando no hay un interés particular. Para probarlo, los investigadores reclutaron a 120 estudiantes de distintas facultades que no se conocían entre sí. Y les asignaron, por azar, una cantidad variable de dinero falso -lo que los antropólogos llamaron unidades monetarias-.

Sólo la rabia ante la injusticia en el reparto explica la actuación de los voluntarios

Luego comenzaba el juego: un proceso sin normas en los que cada uno podía decidir qué hacía con lo suyo y con lo de los demás, pero sin verse la cara y cambiando de grupo cada vez, para que no influyeran manías o simpatías. El resultado fue el siguiente: los que más tenían recibieron una media de 8,9 ataques de otros participantes que querían reducir sus posesiones, frente a 1,6 acciones para reducir el dinero que sufrieron los que tenían una cantidad por debajo de la media. Por el contrario, los más pobres recibían 11,1 regalos de media por partida; mientras que los más ricos sólo se beneficiaban de cuatro ofertas.

Los científicos ya habían descrito comportamientos similares, pero en situaciones en las que tener más era bueno y tener menos era malo. Además, en esos casos muchas veces interviene un concepto de falsa solidaridad: se tiende a dar al que menos tiene porque así, juntando pocas cantidades, se puede conseguir una presencia fuerte y ser tenido en cuenta.

Pero en este caso no hay factores externos. Es la pura voluntad de los jugadores la que tiende a igualar las cantidades. Aun cuando no saquen ningún beneficio ni causen ningún perjuicio. La justicia retributiva está, de alguna manera, inscrita en nuestro funcionamiento.

Para asegurar las conclusiones, los científicos hicieron varias rondas del juego. Repartieron cantidades distintas en grupos diferentes aunque formados por los mismos participantes. Ni siquiera el hecho de saber que el juego no llevaba a ninguna parte hizo que cambiaran los patrones de conducta. Al final, la tendencia era siempre la misma: quitar a los ricos y dar a los pobres.

La única variable recogida en el estudio, que ha publicado Nature, depende de lo que cada jugador tiene en cada momento y la diferencia con las cantidades que se asignan a los demás: a menos unidades monetarias, más agresivo será su comportamiento para quitar dinero a los ricos, y viceversa: si uno sabe que forma parte del grupo con más dinero, se vuelve más generoso con los menos favorecidos.

Los autores del trabajo sólo encuentran una explicación para la conducta de los jugadores. En otros experimentos había factores, como la rabia o las manías personales, que podían justificar esta necesidad de dañar a los que más tienen. Este factor se mantiene en este juego. Aun sin conocer a los que más tienen, los jugadores manifestaron que sentían cierto enfado con los más favorecidos.

En una escala del 1 al 7 (1 sería me da igual, y 7 me cae fatal), el 46% de los participantes afirmaban que, de alguna manera, se sentían molestos por la injusticia del reparto. Cuando la diferencia entre los que más tenían y los que menos era mayor (lo que los científicos definen como un escenario de gran injusticia), esta rabia aumenta, y un 75% se sentía molesto.

Este enfado hacia los que más tienen ha sido el único motivo que se ha podido justificar para el resultado del experimento. Los jugadores que afirmaban estar más enfadados tenían una mayor tendencia a quitarle dinero a los más ricos. Pero también eran los que más frecuentemente favorecían a los que habían recibido menos.

Al final, el sentido de justicia no era más que una reacción egoísta ante la rabia experimentada. Lo mismo que si hubiera habido algo que ganar.

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