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Reportaje:vida&artes | vida&artes

Vote lo que digo, no lo que pienso

Las indiscreciones a micrófono abierto de los políticos revelan en ocasiones la falsedad del discurso de los partidos, pero apenas generan reproche social

Pablo Ximénez de Sandoval

"Una conversación privada refleja la autenticidad de los sentimientos". Esta frase es de Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid. Se refiere a una "conversación privada" de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, con el vicepresidente, Ignacio González, que captó un micrófono abierto sin que la presidenta supiera que la estaban escuchando. Como ya sabe toda España a estas alturas, los sentimientos auténticos de Aguirre revelados en esa conversación son que se alegra de haber quitado un puesto en la cúpula de Caja Madrid a su propio partido y que se alegra también de que eso haya perjudicado a un "hijoputa" del PP.

Gallardón, que se declaró ofendido por estas palabras, dirigidas a él o a alguien muy cercano a él, concedió a la presidenta que "es verdad que una conversación privada es muy difícil someterla después a un juicio de reproche disciplinario o político como si fueran unas declaraciones ante la prensa". Pero vamos a hacerlo.

El relato de hechos sobre Caja Madrid no tiene nada que ver con el consenso
En cualquier diálogo privado se peca de incorrecto, dice un asesor del PP
Los cuadros medios evitan expresar discrepancias en sus partidos
El límite de la obediencia está en la conciencia, dice una experta
En nombre de la disciplina, las ideas se han sustituido por argumentarios
La ausencia de listas abiertas hace que prime lo que dice la organización
"Todos los partidos se han hecho leninistas", bromea Juan José Laborda
El PP vasco mostró que las disensiones pueden ser públicas y respetuosas
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La conversación de Aguirre revela dos cosas que el ciudadano no conocía. Primero, el lenguaje que utiliza en privado una dirigente que presume de llaneza y cercanía al pueblo. No se podía ni imaginar el pueblo lo llana y cercana que era. Y segundo, un relato de hechos de la renovación de cargos en Caja Madrid que no tiene nada que ver con la historia de consenso y normalidad que han intentado vender (sin éxito) los implicados.

Este ha sido uno de los ejemplos más impactantes de la "autenticidad de los sentimientos" de los políticos que normalmente se ocultan al ciudadano. De pronto, un micrófono indiscreto revela una distancia insospechada entre el discurso público del político y sus pensamientos más íntimos. Gracias a micrófonos abiertos el ciudadano se entera, por ejemplo, de que José Bono piensa que Tony Blair es gilipollas. O que el presidente del Gobierno no sabía mucho de economía cuando se presentó a las elecciones y hubo que explicárselo "en dos tardes". O que en el Gobierno veían imposible que "un charnego" como José Montilla pudiera ser presidente de Cataluña. ¿Hace falta un accidente para oír lo que los políticos piensan de verdad? ¿Es tan difícil ser más claro con el ciudadano?

En el caso de Aguirre, está claro que no le conviene que el público sepa que le sale del alma llamar "hijoputa" a un compañero de partido. Tampoco le conviene al ex presidente José María Aznar que todo el mundo vea que, cuando le critican por apoyar la guerra de Irak, lo que le pide el cuerpo es hacer un gesto tan obsceno que a un futbolista le costaría la expulsión y una buena sanción.

Jorge Rábago, experto en comunicación política internacional que trabaja para el PP, opina que no se puede hablar de "hipocresía". "Todos en nuestras conversaciones cotidianas pecamos de incorrección. Me pregunto qué comentarios puede hacer un empleado sobre su jefe en una conversación con sus iguales. ¿Eso es hipocresía? No". "Sería cínico si todo el día estuviera diciendo en público que adora a su jefe".

En el caso de Aguirre, "es evidente que Gallardón no es amigo de Esperanza", añade Rábago. "¿Quiere decir que se odian a muerte? Evidentemente, no. Las conversaciones privadas en tono coloquial no aguantan ninguna crítica".

Pero, palabras gruesas aparte, el contenido político de la conversación sugiere otra pregunta, ¿cómo se puede mantener el tipo en público, cuando la distancia con los sentimientos es tan grande? ¿No hay un límite para el paripé?

Sin centrarse en Aguirre, hay imposturas menos espectaculares que están en el día a día sin llamar tanto la atención. Por ejemplo, las mínimas discrepancias públicas en el PSOE sobre el repentino planteamiento del Gobierno de tocar el sistema de las pensiones. Casi todos sus cuadros medios están dispuestos a asegurar que conocían la estrategia desde hace tres meses y que no hay cambio de rumbo ni improvisación. O el hecho de que nadie en el PP se atreva a expresar públicamente la sospecha (casi un clamor) de que su tesorero, como mínimo, les ha estafado. El respeto, la lealtad y la disciplina son necesarios en un partido, pero ¿hace falta llevarlo hasta el ridículo?

"El respeto, siempre", contesta Itziar García, experta en comunicación política vinculada al PNV. "La lealtad y la disciplina, no. Deben mantenerse hasta que chocan con tus valores morales". García se refiere a temas graves, como que el partido al que perteneces apoye una guerra. "En temas más triviales, considero imprescindible ser leal y disciplinado. Nadie obliga a un político a afiliarse". En todo caso, para García "el límite se encuentra en la honestidad y la decencia de cada político, en la conciencia individual".

Sólo gracias a estos despistes, la campaña de las Generales de 2008 fue una de las más transparentes y honestas con el ciudadano. El presidente del Gobierno reveló la clave de la estrategia socialista en la cola de un vídeo de una entrevista televisiva con aquello de "nos conviene que haya tensión". Se refería a que favorecía al PSOE que hubiera ciertas dudas sobre su victoria, para movilizar al máximo a sus votantes. Pero el PP también reveló el corazón de su campaña en un desliz de su estratega, Gabriel Elorriaga, que confesó a un periodista del Financial Times que toda su estrategia consistía en sembrar dudas sobre el Gobierno. El PP tuvo que desmentirlo rápidamente.

Para Itziar García, uno de los aspectos más sorprendentes es la ausencia de reproche social cuando los despistes permiten conocer estas imposturas. "Siendo verdad que la valoración de los políticos es la más baja de los últimos tiempos, la sociedad no reprueba a los dirigentes por sus actuaciones". Para García, "la brecha entre sociedad civil y poderes públicos es tal que ambos siguen caminos paralelos, no se cruzan. Como consecuencia, lo que diga un político, aunque sea lo contrario de lo que ha dicho hace un mes, sólo será enjuiciado como un chascarrillo más". Lo que sí tiene consecuencias es la acumulación de esas anécdotas. Para María José Canel, presidenta de la Asociación de Comunicación Política, "el 'mandahuevos' de Trillo, el 'coñazo de discurso' de Aznar, el 'nos conviene que haya tensión' de Zapatero o el 'hijoputa' de Aguirre, para bien y para mal, acuñan en los ciudadanos unas imágenes específicas sobre los políticos". Sólo se da un rechazo social cuando hay una "acumulación de imágenes negativas que producen esos deslices".

Daniel Ureña, socio del grupo de asesoría política MAS Consulting recuerda que es un factor muy importante la ausencia de listas abiertas para que el mensaje del partido prevalezca sobre opiniones personales. Pero también apunta q ue "esta cohesión del mensaje de partido está interiorizada por los medios de comunicación españoles, que convierten en noticia cualquier ruptura del mensaje". Por ejemplo, las recientes opiniones de Ernest Maragall sobre la "fatiga" del Gobierno catalán (del que forma parte). Se ha montado tal revuelo que Maragall ha tenido que echarse atrás. ¿Se tenía que haber callado si le preguntan en una entrevista?

"Es muy difícil saber dónde está el límite", admite Ureña, "pero entiendo que cada político lo debe poner en su caso particular". Pero aporta un dato importante: "está claro que la transparencia es siempre bien recibida por la opinión pública".

El político al que pillan diciendo en privado lo contrario de su discurso público no gana puntos ante sus jefes por disciplinado. Y además, el ciudadano le reprochará su falsedad. Entonces, ¿por qué es tan difícil oír opiniones personales de políticos bien preparados sobre temas en que las controversias son obvias?

Los asesores políticos consultados coinciden en poner las culpas en un juego político que se ceba en las discrepancias. Los medios de comunicación, afirman, destacan esas discrepancias de forma que acaba siendo un arma para el adversario político. Incluso con contradicciones internas, como acusa Jorge Rábago: "Al titular con las discrepancias, el periodista asume que en los partidos todos deben tener la misma opinión, pero a la vez lo critica". "El juego es perverso. Si la discrepancia se va a utilizar de esa manera, pues no se expresa", dice Rábago. Es más, "como asesor mantendré siempre que no se rompa, con salidas de tono, una estrategia de comunicación que cuesta mucho elaborar. Esto no está reñido con la autenticidad de las personas".

Pero esa tensión que impide que haya más naturalidad en la política no la provoca sólo la presión mediática. Un político al que siempre ha irritado el control de las cúpulas de los partidos sobre las instituciones es Juan José Laborda, ex presidente del Senado y de los socialistas de Castilla y León. A Laborda, hoy miembro del Consejo de Estado, no era raro leerle críticas razonadas a su partido en artículos de prensa, y aun así pocos socialistas gozan de mayor respeto, propio y ajeno. Laborda opina que "hoy todos los partidos son leninistas, de izquierdas y de derechas". Se refiere a que en los partidos "una élite o vanguardia decide el bien y el mal, la verdad científica, y transmite hacia abajo las órdenes. Es terrible, porque un partido debe ser reflejo de la sociedad. No es una secta. No debe negar el pluralismo, sino acogerlo. Cerrar la boca a los partidos es cerrar la boca a la sociedad".

Llevado al caso inicial de Esperanza Aguirre, el consejero de Estado opina que "si Aguirre tiene una discrepancia con Gallardón lo lógico es que los ciudadanos se enteren a través de una comparecencia pública razonada y respetuosa". No escuchando un "hijoputa" en una conversación robada.

Pero en España esto es una quimera porque, según Laborda, "se ha introducido la noción de enemigo en la política española", algo que considera antidemocrático, porque plantea la política como una guerra, y como tal, "justifica la mentira". "Si prima el concepto de enemigo no hay debate interno, prima la disciplina". En esa disciplina, "las ideas se han sustituido por argumentarios", los papeles diarios que las cúpulas de los partidos envían a todos sus cargos públicos para que sepan lo que tienen que decir sobre cualquier tema de actualidad. En ese contexto, "en el momento que aparece una cosa en un micrófono abierto, algo que debe ser normal, la discrepancia, parece que rasga al partido".

Ese funcionamiento "leninista" de los partidos impide que políticos con gran preparación intelectual expresen sus ideas con naturalidad, sin participar de una función de teatro cuyo guión son los argumentarios. Buscando ejemplos de discrepancias razonadas, respetuosas y públicas, la más cercana es la aprobación del llamado blindaje del concierto económico vasco. El líder del PP vasco, Antonio Basagoiti, es un entusiasta de esta medida y lo ha proclamado públicamente. Cuando la dirección nacional de su partido decidió que se opondría al blindaje en las Cortes, Basagoiti no rectificó un ápice, se mostró seguro de poder convencer a su partido y siguió defendiendo su postura. No les convenció, pero tampoco asumió las tesis de su partido. Los parlamentarios vascos se ausentaron en la votación. Un parlamentario riojano del PSOE, por razones opuestas, también. Nadie se lo ha reprochado. Es una situación de discrepancia política interna de lo más civilizada que se ha visto.

¿Cabe alguna duda de que es mejor eso, más honesto con el ciudadano, que ir por los pasillos diciendo que no estás de acuerdo con tu partido? ¿O que un día te pille una cámara quejándote de lo que te han hecho votar?

Pero por muy razonada y respetuosa que sea la discrepancia, la disciplina de los partidos puede ser brutal. En marzo de 2007 se tramitaba la llamada Ley de Transexuales, a la que el PP se opuso desde el principio. Cuando llegó al Senado, el PP le encargó la ley a Evaristo Nogueira, senador por Galicia y decano del Colegio de Abogados de Santiago de Compostela. Se apasionó con el tema, se reunió con colectivos de transexuales y, al final, decidió que sus reivindicaciones eran jurídicamente de lo más razonable y no afectaban a ningún otro interés.

Nogueira expresó su opinión donde tenía que hacerlo, dentro del grupo del PP. Con argumentos, convenció a sus compañeros de la Cámara alta de que debían votar a favor de la ley. Así lo hicieron. Pero cuando la ley volvió al Congreso, Eduardo Zaplana impuso la tesis inicial, hizo que el PP votara en contra y despreció el trabajo de Nogueira. El senador no volvió a hacer nada. Al acabar la legislatura, abandonó la política y regresó a la abogacía en Santiago. Es la clase de ejemplo que revela por qué a veces en política es mejor seguir al rebaño y no pensar en voz alta.

"El ciudadano valora que reconozcas los errores", dice hoy Nogueira. Lo dice especialmente por esas situaciones en las que un político no reconoce cosas que en la calle son obvias. "Por ejemplo, que el Gobierno no reconozca la gravedad de la crisis", apunta Nogueira. "Pero también que el PP no reconozca que en la Gürtel hay algo que se ha hecho mal y que hay que arreglar". El ciudadano, dice Nogueira, "agradece los gestos de sinceridad, no negar la mayor. Ya llevamos unos años en democracia y al ciudadano ya no le cuelas todo". La experiencia de discrepar dejó a Nogueira completamente desencantado. Pero no lo juzga. "Eso es la política, ahí está, para el que le guste".

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Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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