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Los deportistas gritan cuando ganan y lloran después

Ganó Argentina el Mundial de México de 1986 y Jorge Valdano, uno de los integrantes de su selección, cuando acabó el partido, quería llorar. Estaba deseando llorar. Incluso, necesitaba llorar. Y no podía. Y no pudo, a pesar de lo que el fútbol significa en Argentina, de lo que ese Mundial significaba en Argentina y de lo que significaba para él mismo. No lloró. Pasados los años, Jorge Valdano corría por el parque del Retiro de Madrid con los cascos de la radio en el oído y de pronto surge, en un recordatorio, la voz de Víctor Hugo Morales, el oráculo radiofónico de Argentina, relatando el famoso gol de Maradona a Inglaterra. El gol del barrileto cósmico. Y entonces Valdano, años después del éxito conseguido, se echó a llorar, según cuenta, en la soledad del Retiro. Quizás le pasó como a García Lorca cuando afirmó: "Lloro porque me da la gana".

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El llanto en el deporte tiene tantas versiones como en la psicología. No son iguales las lágrimas de Iker Casillas cuando ganó el Mundial de Sudáfrica que las de Federer cuando perdió el Abierto de Australia en 2009. Las primeras eran la expresión del éxtasis, las segundas, la sensación de un fracaso deportivo y psicológico. Una definición explica que llorar "es un signo inconfundible de alegría, tristeza, placer o dolor". Es decir, de todas las sensaciones de la vida que en el deporte se extreman hasta el límite, atendiendo al exceso de adrenalina. En los éxitos deportivos, la lágrima es más habitual en la celebración posterior que en el momento del triunfo, en el podio que en el gol. Descontado el sufrimiento, el dolor de la lesión o la derrota, de la injusticia o del asalto a la legalidad, el deportista tiende más al grito que al llanto. De hecho, en el fútbol, en el deporte rey de medio mundo, los futbolistas establecen artificios de celebración que están más cerca de las artes escénicas que de la emotividad. Es como un recoveco para la felicidad que puede transmitirse con un llanto. Llorar, lloraba Luis Enrique cuando Tassotti le rompió la nariz en el Mundial de EE UU, rompiendo a la vez el sueño de un equipo. O llora el ciclista que se cae por un terraplén. Llora de dolor o de tristeza. Por sus huesos o por su sueldo. Y no hay distinciones de masculinidad o feminidad. El éxito en el deporte expulsa momentáneamente la adrenalina y la dibuja después con un llanto. Unos y otras.

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