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La 'enfermedad del topillo' se extiende

En Castilla y León ya hay 88 casos confirmados de tularemia - La Consejería de Salud sólo relaciona 17 casos directamente con la plaga del 'Microtus arvalis'

Carmen Morán Breña

Los casos de tularemia (una enfermedad que contagian los conejos, las liebres y los roedores) se extienden por Castilla y León, que lleva soportando desde hace meses una plaga incontrolada de topillos en sus campos. La Junta reconoció ayer otros 47 nuevos casos de personas afectadas, lo que da un total de 88, aunque los sindicatos agrarios llevan semanas advirtiendo de que son muchos más los afectados. El año pasado sólo hubo un caso declarado en la región y el anterior, seis. Pero este año hay 750 millones de topillos correteando por todos lados, por los cultivos y por los jardines, en las piscinas y en los corrales de los pueblos.

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La Consejería de Salud dice que no hay preocupación, que los servicios epidemiológicos trabajan como deben, y administran los datos de tal forma que sólo adjudican al topillo directamente el contagio de 17 personas. El resto, dicen, es por "paseos por el campo", "contacto con el ganado", "contacto con la paja, alfalfa o estiércol", "picaduras de garrapata y otros insectos" o, sencillamente, por la actividad agrícola. Y no deben de andar desencaminados, porque los agricultores no pueden evitar estar en contacto directo con los miles de topillos que arruinan sus cosechas: los atrapan, los sacan de las trampas, los entierran y respiran el polvo de la tierra seca donde se mueven cientos de roedores, todas ellas posibles vías de contagio. Y tampoco basta que a las personas les pique una mosca o una garrapata para contraer la enfermedad. Antes, esos insectos han debido estar en contacto con los roedores.

Palencia, la provincia donde se originó la plaga y por ahora la más afectada, junto con Valladolid, es la que registra más casos confirmados de tularemia: 70 de los 88. En la Consejería de Salud destacan que el 97% de los enfermos se ha curado o evoluciona favorablemente. El resto son dos enfermos que siguen ingresados. La infección no se contagia de persona a persona. "Habría que hacer estudios, que no sé si se han hecho, en la población de topillos, para ver la incidencia de la tularemia entre los roedores, pero la lógica indica que, cuando una población de animales se multiplica de esa manera tan espectacular, la probabilidad de que la bacteria se extienda entre ellos es mayor", explica el presidente de los veterinarios españoles, Juan José Badiola. "Parece obvio", dice el catedrático de Sanidad Animal, y recuerda que, si no se puede atribuir al topillo el contagio, tampoco a la liebre si no se hace un análisis al animal con el que la persona tuvo contacto.

La tularemia europea no es apenas mortífera, como sí ocurre con la que se desarrolla en América, pero los afectados hablan de fuertes dolores en las articulaciones, fiebre y tremendo cansancio que los han postrado a veces un mes o más. La culpa es de la bacteria francisella tularensis, que en el organismo produce éstos y otros malestares que se curan con antibióticos. La Junta ha repartido 160.000 folletos con indicaciones para protegerse de la tularemia, mientras niños y mayores se acercaban a estos ratoncillos, por obligación o para jugar, sin temor alguno.

La tularemia, una enfermedad endémica en Castilla y León, es de declaración obligada cuando se detecta. El laboratorio de referencia en este caso es el de Majadahonda (Madrid), dependiente del Ministerio de Sanidad. Para confirmar oficialmente un caso se necesitan dos análisis de sangre efectuados con dos semanas de separación entre ellos. Por esa razón, dicen los sindicatos agrarios, los datos oficiales que va facilitando la Junta no corresponden con los que se aprecian a simple vista en los pueblos, donde la gente acude al médico con síntomas parecidos al del vecino, al que ya se le diagnosticó. Los agricultores hablaban hace semanas de más de 200 casos. Las cifras oficiales ya han confirmado 88. Éstos son algunos de ellos. Los afectados ya están en casa, pero aún arrastran las secuelas de la enfermedad.

TOMÁS VILLASUR. "Hay que avisar a la gente"

A mediados de junio Tomás ya tenía síntomas, pero el ganadero no les hizo mucho caso y siguió con sus tareas. A comienzos de julio la fiebre no cesaba, "pero los análisis no daban nada". "Pensábamos que era una gripe, pero luego se confirmó la tularemia. Yo no he andado con ratones, pero los tengo a la puerta de la casa. A mí me picó una abeja y creo que de ahí pudo venir". De ahí llegaron los dolores de cabeza y de articulaciones, de brazos, piernas, hombros, caderas, "hasta los dedos de los pies". "Me dicen que tiene que ser así, que unos días mejor y otros peor, pues vaya plan. Sí, dicen que la enfermedad no es mala, como a ellos no les duele", se queja este ganadero de 46 años que vive en Piña de Campos (Palencia). Dice que las autoridades "tratan de ocultar para no alarmar, pero es al revés como debería ser, habría que avisar a la gente para que se tomen las precauciones debidas". Mientras mejora, es su mujer la que atiende al ganado.

MARÍA. Manchas por el cuerpo

Esta mujer de 69 años, también de un pueblo de Zamora, no quiere que se la identifique por su nombre verdadero. Y es su hija la que cuenta su enfermedad. "Pasó dos semanas sin fuerzas, sin energía, con fiebre, pero el médico no le dio mayor importancia. Las manchas rojas en el cuerpo iban a más y fue a urgencias. También tiene un ojo malo [un clásico de la tularemia son las afecciones en los párpados]. Le hicieron muchas pruebas para descartar enfermedades hasta que le diagnosticaron tularemia aunque no tiene confirmación todavía del laboratorio de referencia. Ha estado 10 días ingresada y la han tratado con antibióticos. Ayer mismo volvió a casa. No sé cómo lo ha podido pillar, ella no va al campo, pero mi hermano y mi padre, sí. Ella pasea por el pueblo, pero es que hay ratoncillos en los jardines. De hecho, el Ayuntamiento ya ha prohibido que la gente entre en el parque porque hay varios casos de tularemia. Al principio los médicos le dijeron que no se obsesionara. Y después, a urgencias. Es una vergüenza que no se reconozca el número de enfermos que hay", relata enfadada la hija de María.

EDUARDO HIERRO. Diarreas y vómitos

Eduardo Hierro anda siempre entre el cereal y la alfalfa, por tanto, entre los topillos. "Esto es una pena", dice acordándose de la cosecha. A principios de junio la pena se extendió a la salud con señales de fiebre y cansancio. Ahora esos síntomas, después de análisis y tratamiento, le han remitido, pero las pastillas le han dejado el estómago tocado. Hoy ya no toma nada, pero los vómitos y las diarreas de los medicamentos le dejan baldado. En su pueblo (Melgar de Yuso, Palencia), dice que hay más casos. Aseguran que hay unos cuantos en Palencia. Cuando llegaron las pruebas tuvo que cambiar el primer tratamiento que le habían prescrito. Ahora espera sus segundos análisis.

ROBERTO GÓMEZ. "He adelgazado cinco kilos"

Sólo tiene 29 años, pero la tularemia no hace distingos y la fiebre le tuvo en cama lejos del forraje y los topillos. Comenzó como casi todos los casos: una gripe, pero la fiebre se alargaba días y días. Llegó a 40 grados. Se marchó a urgencias. "Era como una neumonía, me dolía el pecho, tenía tos y los análisis dieron positivo". "Cuando iba al médico malo no me ingresaban y cuando me quisieron ingresar ya me negué, había pasado lo peor. Antes tuve más fiebre". Lleva con síntomas y combatiendo la enfermedad desde finales de junio. "He adelgazado más de cinco kilos, en mi casa me decían que me estaba quedando como un jilguero, qué le iba a hacer, si no tenía apetito. En mi pueblo [Piña de Campos, Palencia] ha habido gente con los mismos síntomas que no se han tratado. No sabían que podía ser eso, ahora lo piensan".

Fuego en el cereal segado

En Fresno el Viejo (Valladolid) el topillo ha hecho de las suyas. Tanto, que las quemas controladas de parcelas segadas empiezan esta mañana para intentar acabar con la plaga. Es el primer pueblo en el que se toma esta medida, largamente solicitada por los agricultores. La Junta de Castilla y León, sin que lo supiera el alcalde, Ángel Luis Navarro, empezó ayer a abrir cortafuegos alrededor de las 50 hectáreas que se quemarán. El alcalde se enfadó; después le pidieron perdón.

Se han envenenado las cunetas de las parcelas y el cortafuegos está dos metros más allá. Se espera que los topillos se refugien en un primer momento en las cunetas con la ponzoña. Los más espabilados huirán hacia el cortafuegos, pero allí la lumbre les espera mañana. Nadie sabe la eficacia que pueda tener esto. "Pero, por intentarlo...", dice el alcalde.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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