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Reportaje:

El espejismo del cubo amarillo

El reciclaje aumenta, pero los vertederos se colman: la cantidad de basura que se genera en España crece vertiginosamente

Andrea Rizzi

No tiene por qué ser el olor. La primera señal que delata la presencia de un vertedero en la distancia puede ser un movimiento intenso y repentino de aves. Eso al menos es lo que pasa en los vertederos actualmente en uso en Alcalá de Henares y en Colmenar Viejo (Madrid). Desde lejos, la cosa tiene su encanto. Los vuelos dibujan geometrías armoniosas. Obviamente es un encanto frágil, que se rompe incluso antes de llegar a percibir olores, sencillamente descifrando la ley que regula el movimiento de los pájaros: es el acercarmiento de los camiones de basura lo que levanta las oleadas. La poesía se disuelve, y lo que queda es una ecuación: una inmunda descarga, un impulso al vuelo. A buen ritmo, ya que los camiones pasan con frecuencia.

Entre 1997 y 2003, Bélgica ha logrado disminuir su producción de basura 'per cápita' en un 4%

En España cada ciudadano genera en un año unos 600 kilogramos de residuos sólidos urbanos (RSU, la basura doméstica y parte de la comercial), según estima la oficina estadística comunitaria Eurostat. La cifra está en constante ascenso. En 1996, se generaron unos 19 millones de toneladas. En 2003, unos 25, lo que representa un flagrante incumplimiento del Plan nacional de RSU 2000-2006, que establece que "el objetivo que se pretende alcanzar [...] es el de estabilizar en cifras absolutas la producción de residuos urbanos a finales del 2002 al nivel del año 1996". Y si otros estudios indican cifras absolutas diferentes a las de Eurostat, todos coinciden en detectar un aumento vertiginoso.

Los vertederos siguen siendo los principales acogedores de tanta maravilla. Por ello, aunque puedan parecer el final de la historia, en realidad no hay nada mejor para empezar a contarla. Una montaña de basura es un espectáculo significativo. Y poco visto, pese a que no falten las oportunidades... Todos llegamos con los ojos hasta los cubos amarillos y azules. Casi nadie, hasta esas montañas olvidadas que se alzan en España gracias a los RSU al ritmo de unos 15 millones de toneladas al año, según Eurostat. Unos dos millones acaban incinerados. En cambio, el reciclaje de envases (plástico, papel, cartón y metales) se situó algo por debajo del millón de toneladas en 2004, según la empresa que lo gestiona en todo el territorio, Ecoembes. El resto es, básicamente, reciclaje de materia organica y vidrio. Los números ofrecen al vertedero el proscenio.

Eso, sin embargo, no significa que la cultura del reciclaje no esté avanzando en España. Las estadísticas sugieren que la gestión mejora y que se reciclan cada vez más envases, vidrio y materia orgánica, (que se puede convertir en compost). "Los envases reciclados el año pasado llenarían unos 80 estadios cómo el Bernabéu", indica Antonio Barrón López de Roda, portavoz de Ecoembes. "Hay que contarlo, para que la gente sepa que el esfuerzo de separar los residuos no es inútil". Pero en la sombra del simbólico y útil cubo amarillo se oculta lo que para muchos es un problema sin resolver.

"Las campañas publicitarias sobre reciclaje y la aparición en el paisaje urbano de los contenedores de separación de residuos han creado entre los ciudadanos la sensación de que en España el tema de la basura está controlado. Pero no es así. El modelo actual no funciona", opina Sara del Río, responsable de la Campaña Residuos de Greenpeace España.

Es un hecho que la generación de basura crece en España a un ritmo vertiginoso. Y es otro hecho que a los RSU hay que añadir los residuos industriales, los de construcción, los mineros, etc. Sólo las dos primeras categorías cuadruplican los RSU en la Unión Europea (UE), según señala Eurostat. Las montañas olvidadas crecen y se multiplican, bien alimentadas.

Ante ese escenario, según del Río, es necesario recordar y subrayar que la prioridad es la reducción de la cantidad de basura generada, como también establece la legislación de la UE. Y "responsabilizar a los productores, exigiendo que sus productos se aligeren, pierdan capas y envoltorios inútiles, que duren más, que sean reutilizables, recargables. El marco legislativo ya prevé eso en cierta medida, pero la realidad es que sólo se está actuando en la línea del reciclaje".

La tarea de la reducción de residuos es naturalmente titánica. Pero no más que otras, como por ejemplo la reducción de las emisiones de CO2 postulada en el protocolo de Kioto. Sencillamente, la conciencia colectiva de los daños que produce una realidad en algunos casos genera la voluntad de invertir las inercias.

En todo caso, hay en Europa ejemplos esperanzadores en la perspectiva de la reducción: de 1997 a 2003, Bélgica ha logrado disminuir su producción de basura per cápita de un 4%, mientras que Países Bajos y Finlandia han logrado crecimiento cero.

Hay más: el popular envase de lata de la Coca-Cola ha reducido en el tiempo su peso de un 21% gracias a oportunas modificaciones. Los envases de los detergentes han perdido hasta un 97% de peso pasando de los tambores de cartón a las bolsas de plástico. Es razonable pensar que si políticas de ese estilo se extendieran y generalizaran, el resultado sería apreciable. Sólo hace falta la voluntad o la obligación de ponerlas en marcha.

Este es un momento oportuno para moverse en este sentido en España, ya que este año se concluye el plan de gestión de residuos 2000-2006 y habrá que perfilar uno nuevo.

Jaime Alejandre, director general de Calidad y Evaluación Ambiental del Ministerio de Medio Ambiente, señala en una conversación telefónica, que el actual Ejecutivo se está moviendo "con decisión en la dirección de una mayor prevención. Es algo que nos preocupa y, por ello, en todas las normas que hemos aprobado hasta ahora se han incluido previsiones al respecto".

Con vistas al futuro, Alejandre explica que se están "estudiando medidas y actuaciones que permitan ir adelante en ese sentido. Por ello, estamos hablando con todos los protagonistas -empresas, instituciones, etc.-. Pero de momento prefiero no entrar en los detalles, ya que los proyectos todavía no están del todo definidos".

"Más allá del problema de la reducción", argumenta Del Río, "nosotros creemos que incluso dentro del reciclaje sería oportuno cambiar política y priorizar el de materia orgánica", que representa la mitad de los RSU en término de peso. Los envases, más o menos una tercera parte del total.

Antonio Barrón, de Ecoembes, observa que "si pesan menos, en cambio los envases tienen más volumen y sobre todo son más contaminantes que la materia orgánica". Eso naturalmente no excluye que lo orgánico también crea problemas. La mezcla de materiales que se entierran en los vertederos es explosiva. Y no sólo en sentido figurativo.

El antiguo vertedero de Alcalá, que se encuentra a pocos kilómetros de distancia del actual, tiene al respecto propiedades educativas: lo único que crece sobre las colinitas -sorprendentemente cercanas al río Henares- son... tubos. Se trata de herramientas que se implantan en las montañitas para permitir a los gases (metano, entre otros) que se crean en sus cuerpos salir e ir en paz sin crear mayor daño. Por ahí no hay ni gaviotas ni nada.

Descarga de envases en una planta de reciclado.
Descarga de envases en una planta de reciclado.ULY MARTÍN

El viaje de una lata

Una lata empieza a abrirse su camino hacia el reciclaje muy pronto, mucho antes de que su consumidor la tire en la bolsa amarilla. Para que su metempsicosis se cumpla, el mecanismo es bastante complejo.

En España, la ley establece que quienes introducen en el mercado envases son responsables de que se recuperen y no terminen en vertederos. Por ello, las empresas pueden actuar autónomamente o, como hace la inmensa mayoría, asociarse al Sistema Integrado de Gestión (SIG). Para los envases, el SIG lo lleva Ecoembes, una empresa sin ánimo de lucro cuyos accionistas son las principales empresas que introducen envases en el mercado español, desde Coca-Cola hasta L'Oréal. Ecoembes impulsa y gestiona la recogida separada y el reciclaje, y cobra por ello una tasa a sus asociados, que son actualmente unos 12.000. A cada lata que entra en el mercado corresponde una cuota (el aluminio tiene que pagar ocho céntimos al kilogramo; el plástico, 19; la madera, 1,9).

Una vez consumida y depositada en el cubo correcto, la lata esperará a que el camión la recoja y la entregue a una planta de clasificación. Allí se filtrarán los residuos indebidamente dejados en las bolsas amarillas y luego, a mano, se separarán los residuos idóneos al reciclaje (latas, botellas de plástico, envases de cartón, etcétera). Las rápidas manos de los trabajadores rescatan de las cintas los residuos. Impresiona ver la enorme cantidad de basura que se recupera.

Desde la planta de clasificación, la afortunada lata -como los demás residuos- irá a la de reciclaje especializada en el material que la compone, donde se le dará otra vida convirtiéndola en materia prima secundaria.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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