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Ya estamos matriculados en Ciencia

La nueva Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación viene a sustituir y mejorar la Ley de Fomento y Coordinación General de la Investigación Científica y Técnica, cuando esta ya había cumplido un cuarto de siglo. La primera diferencia que observamos está en su título. Que pase a llamarse "Ley de la Ciencia" quiere decir que trascendiendo el objetivo de potenciar y regular la actividad investigadora, es decir la faceta productiva de la ciencia, quiere también abarcar aspectos culturales y sociales.

En un cuarto de siglo cambian muchas cosas, y en ello se basa la justificación para una nueva redacción de la Ley. Es cierto que desde 1986 la comunidad científica española se ha multiplicado por seis, y que el panorama de la administración pública ha evolucionado notablemente; pero también es verdad que el conjunto de instituciones de cultura científica en nuestro país ha crecido aún en mayor proporción. En lo tocante a museos, planetarios y centros de divulgación científica contamos hoy en España con más de dos docenas de instituciones, con servicios utilizados por millones de personas, mientras que en 1986 su presencia social era prácticamente anecdótica. La novedad cultural más importante de los últimos 25 años es esta mayor presencia de la realidad científica en la vida y en la mente de los ciudadanos.

La nueva Ley pone énfasis en la palabra "innovación". Es la única salida en tiempos de crisis, y constituye uno de los elementos esenciales para el avance de la sociedad, nacido de la actitud creativa. Hemos de reflexionar un instante sobre la necesidad de creatividad, y del modo de provocarla y potenciarla, es decir, de educarla. Es sabido que el acto creativo es un proceso complejo, pero en él pueden reconocerse algunos signos, como el atrevimiento a pensar de manera diferente, el espíritu crítico al querer cambiar lo que todo el mundo acepta, la capacidad de ver las cosas desde una perspectiva original, la imaginación para crear nuevos entes y relaciones, o el oportunismo para saber aprovechar lo inesperado o imprevisto. Todas estas señales son propias a su vez de lo que llamamos cultura científica.

Esta faceta es un integrante imprescindible de la cultura que deseamos para nuestra sociedad. El texto de la Ley se refiere a una "cultura moderna, que quiere regirse por la razón y el pensamiento crítico en la elección de sus objetivos y en su toma de decisiones", y de modo explícito recoge en su preámbulo que "la Ley impone a las Administraciones Públicas el deber de fomentar las actividades conducentes a la mejora de la cultura científica". Algo que algunos Ayuntamientos y comunidades autónomas estaban desde hace años haciendo por devoción pasa a ser una obligación de todas las Administraciones. Albricias.

Entrando en detalles, el artículo 38 de la Ley especifica la necesidad de reconocer la actividad de los investigadores en materia de educación, formación y divulgación científica; además, concreta distintos objetivos que han de considerarse en este ámbito, como el apoyo a museos, centros de ciencia y planetarios, el fomentar la comunicación científica de los investigadores y la protección del patrimonio científico y tecnológico. Pero quiero en particular llamar la atención sobre la trascendencia del apartado "f" de ese artículo, que literalmente propone "incluir la cultura científica, tecnológica y de innovación como eje transversal en todo el sistema educativo". Esto puede significar un cambio de paradigma.

Y precisamente por ello y pensando en ello, no estará de más recordar que la educación que lleva a una cultura de esas características dista mucho de poder reducirse a la memorización de ciertos datos, definiciones, enunciados, fórmulas o clasificaciones, que es en definitiva lo que ocupa la inmensa mayoría de las actividades en la enseñanza reglada. La cultura científica implica, ante todo, una cierta postura ante la realidad, que se manifiesta, como ya se ha apuntado, sobre todo en actitudes, como la curiosidad, la racionalidad, el espíritu crítico y la constancia. Actitudes que en el aula se educan por ósmosis al enfrentarse juntos -maestro y alumno-, día tras día, a preguntas que se aceptan de común acuerdo. El proceso, por supuesto, implicará también el familiarizarse paulatinamente con los recursos, métodos y habilidades que son más frecuentes en la actividad científica e inevitablemente al conocimiento de numerosos datos.

Para que la cultura científica sea eje de nuestra educación hemos de sentir y vivir la ciencia. Y ello solo se aprende con la práctica. La nueva Ley significa, por decirlo así, que oficialmente, como sociedad, nos hemos matriculado en Ciencia. Para llegar a aprobar esa asignatura hemos de actuar en educación, formación y divulgación; en la universidad, en los medios de comunicación y en los museos, pero resulta imprescindible estimular el cambio desde nuestras estructuras educativas. Esta Ley ha de tener respuesta inmediata en las aulas, en el diseño de los currículos y en la actividad docente, lo que supone implicarse en la educación de los profesores, para que lleguen a ser maestros que hagan vivir a los niños el placer de la ciencia, de investigar e inventar. No olvidemos que solo se aprende lo que se hace.

Ramón Núñez Centella es director del MUNCYT (Museo Nacional de Ciencia y Tecnología)

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