No había oro en el siluro del Ebro
Los rumanos que iban a exportar el pez se arruinan al vetar Cataluña la pesca
Parecía un proyecto redondo para eliminar las especies invasoras del Ebro sin coste para la Generalitat. La lógica del trueque debió de parecer aplastante: el siluro, pez depredador de origen centroeuropeo que lleva décadas apartando a las especies autóctonas, tiene valor comercial en países como Rumania, donde se come. Faltaba persuadir a una empresa rumana a la que ofrecerle permisos de pesca. La compañía asumiría los gastos de los trabajos; luego se embolsaría los beneficios obtenidos de la venta del pescado.
El Departamento de Medio Ambiente tanteó el asunto con dos incipientes empresarios, los Ivanov, llegados a España a mediados de los noventa para dedicarse a la construcción y sin trabajo por la crisis. Quedaron convencidos e invirtieron 40.000 euros, incluso reclutaron a otros tres compatriotas, Un mes después, los Ivanov cargaban las barcazas en la furgoneta para partir sin un solo pez. El mismo departamento que les reclutó pasó a reprocharles que pretendieran comercializar un pescado tóxico y decretó el paro de la actividad. "Nos han dejado con una mano delante y otra detrás", relata Valentin Ivanov.
El pescado acumula demasiado mercurio y no se puede comer
La Generalitat arrancó la iniciativa en octubre pasado. "Plan para erradicar el siluro realizado por pescadores expertos de la cuenca del Danubio", destacó el comunicado de Medio Ambiente que omitía los detalles del negocio. Tampoco refería que Valentin Ivanov y sus camaradas, que rondan los 50 años, no pescaban desde los años de juventud. Ni que habían derrochado sus ahorros en el empeño. "Tenemos trabajo para años", comentaba Ivanov entonces. Los "pescadores expertos" comían, se duchaban y dormían bajo la techumbre de uralita que cubría la cámara frigorífica con los siluros. "Vivimos aquí porque con el alquiler de la nave no da para más", explicaba el empresario que echaba mano del siluro pescado para ahorrar en comida.
Pero pronto llegó el cerrojazo de Medio Ambiente, que requisó las casi dos toneladas de siluro y las llevó a una incineradora. "Es una decisión política, alguien ha querido boicotear el comercio de siluro", opina Ivanov. El empresario desconoce que el pescado contiene niveles de mercurio que exceden la normativa europea para el consumo debido a la contaminación del pantano de Flix. Algo que, aparentemente, también ignoraba Medio Ambiente. Esto último resulta más difícil de asumir dado que la toxicidad fue detectada por el Centro Superior de Investigaciones Científicas en febrero de 2008 -más de un año antes del proyecto- gracias a una investigación financiada por ese departamento. Cuando EL PAÍS informó de que la Generalitat impulsaba la comercialización de un pez tóxico, Medio Ambiente cayó en la cuenta y tumbó el proyecto.
"Parecía una idea brillante, pero era una chapuza. Ese negocio no iba a ningún sitio", señala Joan Grimalt, autor del estudio del CSIC. Grimalt se reunió con los técnicos después de que anunciaran el proyecto. "Pero si es algo que ya os habíamos dicho, no podéis hacerlo", alertó a los responsables. "Todos conocían la toxicidad. ¡Si ellos habían financiado el estudio!", detalla.
Tras defender que con el pescado podía fabricarse harina, Medio Ambiente envió el camión que vació la cámara frigorífica. "Si ese pez llega a venderse en Rumania habría desencadenado un problema para la Generalitat. Y para el Gobierno", advierte Grimalt. "Fue un fallo de coordinación interna que resolvimos a tiempo", justifica Medio Ambiente.

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