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Columna
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El incesante vuelo de la atención

En los colegios le llaman "déficit de atención" pero donde realmente saben de este fenómeno lo denominan CRA (Continiuos Partial Attention), "una continua atención parcial". Los profesores se enervan, los padres se desesperan, los estudios se embarrancan. La atención que reclaman unos y otros no tiene nada que ver con la clase de atención que las nuevas tecnologías han inculcado en las cabezas de los niños.

Los nativos de la era digital componen un grupo diferente de consumos y conocimientos, también de acelerado consumo del conocimiento que sólo una futura generación de líderes y profesores será capaz de atender. Por el momento el reproche sobre su falta de atención se corresponde con la deficiencia en la atención que reciben en las investigaciones pedagógicas.

La publicidad es acaso el sector que, por lo que directamente se juega con sus inversiones, ha tanteado e investigado con mayor afán. Insistir en anuncios que pretendan absorber la atención resulta menos eficaz que introducir las marcas en el mismo quehacer de los clientes. El spot no saldrá en la televisión fastidiando la continuidad de un programa sino formando parte del entretenimiento, el anuncio no demanda una atención desviada sino que desea incluirse en el mosaico de la CPA.

Los sujetos de la era digital no son más tontos pero sí más superficiales, animales patinadores. Las nuevas tecnologías les han formado un cerebro tendente a ganar agilidad y recordar menos, a viajar mucho sin ahondar en ningún lugar. "Durante el visionado de un spot -decía Maurice Saatchi en el último festival internacional de publicidad de Cannes- el receptor formado en lo digital puede hacer varias cosas a la vez, como poner un sms, navegar por Internet, escoger un CD".

Este sujeto móvil necesita a su vez que los aparatos les faciliten un uso rápido y con la máxima simplificación. Así se conocen con el nombre de dumbing down (atontamiento hacia mínimos, según la revista if, a los procedimientos que permiten usar la tecnología con el mínimo de conocimientos. Se trata, verbi gracia, del empleado que teclea en la pantalla sobre iconos para hacer la cuenta del bar, sin necesidad de retener el nombre de los platos o de sus componentes.

De esta práctica simplificada y la lasitud en la concentración se deriva una temporal disminución del coeficiente intelectual, de acuerdo a un estudio reciente de Hewlett Packard. Uno de sus párrafos dice así: "Los trabajadores distraídos por los e-mail y las llamadas telefónicas sufren un descenso en su coeficiente intelectual (IQ) dos veces mayor que el registrado en los fumadores de marihuana". Y añade que algunas de las nuevas tecnologías pueden ayudar al aumento de la productividad pero la compulsión del 62% de los trabajadores a consultar su correo electrónico y sus móviles en cualquier momento y lugar debe considerarse perjudicial para su psique. La movilidad incesante de las atenciones desequilibra el fundamento mental.

¿Quién no lo ha pensado? Pero ¿lo lamentan los más jóvenes? Claro que no. En primer lugar, no se encuentran en situación de establecer comparaciones con otros mundos pretéritos. Y, en segundo lugar, porque este resulta ser naturalmente su amado mundo.

Los señores adultos de Hewlett Packard todavía alertan sobre el peligro de que la "infonomía", la manía de información y de informatización, incremente los peligros de estupidez pero no ven la manera de solventar el asunto porque el llamado ahora "instinto de información", la desazón incurable por hallarse permanentemente al día, siempre conectado (always-on) va deslizándose como un estado mental absoluto. ¿Se vivirá más a través de este modo de vida volátil, sin el lastre de la concentración y con la intermitencia de la electricidad? O bien, ¿se acoplará el organismo al ritmo de los circuitos electrónicos y gestará una simbiosis más segura aún que los injertos, más fluida que las transmisiones antiguas, los procesos racionales y el mundo de la reflexión?

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