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HORTALIZAS CONTAMINADAS.

Los informes secretos del accidente nuclear de Madrid

El suceso más grave de contaminación radiactiva en España tuvo lugar en 1970 a orillas del Manzanares

Todo ocurrió un sábado por la mañana, en el Centro de Energía Nuclear situado en la avenida Complutense. Los desechos radiactivos debían trasvasarse del tanque A-1 de la planta M-I, donde había un reactor nuclear, al depósito T-3 de la planta CIES, donde se trataban los residuos. Los litros de líquido radiactivo vertidos en el Manzanares contenían Estroncio-90, Cesio-137, Rutenio-106 y partículas de Plutonio. El río Manzanares lo llevó hasta el Jarama y, del jarama, al Tajo. Decenas de kilómetros cuadrados de huertas fueron regadas con aguas de esos ríos contaminando los productos que crecían en ellas."Impedir el consumo de los vegetales que crezcan en las parcelas contaminadas ( ... ) Impedir el riego con agua de los canales y ríos que contengan agua o fangos contaminados". Estas recomendaciones figuran en un informe confidencial que redactó el 14 de enero de 1971 la Comisión Asesora de Seguridad del Centro Nacional de Energía Nuclear Juan Vigón (JEN). En el mismo informe se pedía una evaluación de "los riesgos a causa de la ingestión de alimentos contaminados con Estroncio-90". Para entonces, ya habían pasado dos meses del suceso y, obviamente, ya se habían consumido hortalizas contaminadas.

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No es extraño que se actuara con tanta lentitud si se tiene en cuenta que el mismo sábado del accidente, y cuando ya estaba detectado el mismo, los técnicos del Centro Nacional de Energía Nuclear se marcharon de fin de semana. "A las 2.45 horas aproximadamente cesaron las actividades relacionadas con el accidente y no se reanudaron hasta el lunes siguiente, día 9 de noviembre", se indica en el informe confidencial fechado el 18 de noviembre de 1970. Pero, además, los consejos de retirar hortalizas y prohibir el riego se cumplieron sólo en contadísimos casos, muy probablemente para no causar alarma entre la población, expuesta a una contaminación externa e interna por los efectos de la cantidad de líquido fugado (en un informe se habla de 40 litros y en otros de 80).

Benigno Girón, hortelano de 64 años., sigue hoy cuidando su huerta en Valcarrada Chica (Villaverde Bajo), a media docena de kilómetros del edificio del JEN.

Girón tenía 40 años cuando dos inspectores, acompañados de un policía, aparecieron por su campo, que linda con el río Manzanares. "Se llevaron dos o cuatro sacos de escarolas, lechugas y repollos; hicieron lo mismo dos semanas más tarde",-, recuerda Benigno Girón. "Nunca me dijeron qué pasaba y, como siempre, vendí todo en el mercado de Madrid".

Benigno comenta que él también comió productos de aquella cosecha. Hace 14 años, este hombre fue operado de un cáncer de laringe. Nunca se sabrá si su enfermedad guarda o no relación con el accidente por una sencilla razón: jamás se hizo un estudio epidemiológico de las zonas afectadas.

En Perales del Río (Madrid), cerca ya del Jarama, el hortelano Luis Lafuente también recuerda "algo raro que ocurrió en aquel año". "Las hortalizas empezaron a secarse y tuvimos que dejar de regar varios días". "Nos dijeron que era por un vertido de gasoil". Las plantas que no se secaron fueron vendidas en el Mercado Central de Madrid."

Más abajo, en San Martín de la Vega, en plena vera del río Jarama, Celedonio Guijarro también demuestra buena memoria: "Se llevaron barro de las caceras (canales de riego) y meses después se comentó que el agua había bajado con átomos". Felipe Sevilla, uno de los principales propietarios del pueblo, le interrumpe: "¡Aquí hay que hablar con cuidado! No pasó nada. No se llevaron ni una de nuestras verduras, que son las mejores de España, y aquí no se ha muerto nadie, salvo por accidentes". "Todos estamos gordos y sanos", subraya Celedonio.

José Manuel Garayalde tenía entonces una finca en Gózquez de Abajo, perteneciente al municipio madrileño de San Martín de la Vega: "Vinieron unos técnicos de la Junta de Energía Nuclear, vestidos con batas blancas, y compraron -toda la cosecha de coliflor que teníamos. Dijeron que estaban haciendo investigaciones sobre un nuevo pienso para el ganado. Pagaron una señal de '10.000 pesetas y se llevaron una partida de las hortalizas en una furgoneta".

"Al cabo de un mes sin noticias", sigue Garayalde, "y cuando las coliflores se habían echado a perder, conseguimos que pagaran el precio convenido. Nunca pasaron a recoger el resto de las coliflores. Tampoco nos recomendaron que no se consumieran y nunca nos dijeron qué había pasado".

Otros testimonios sobre recogida de muestras han sido expuestos por Jesús Rodríguez, en Ciempozuelos, o Pablo Nieves García de la Vega, en Seseña, así como en otras localidades regadas por el Jarama. Escuchándoles que vendieron sus cosechas para el consumo podría deducirse que apenas hubo contaminación en la zona. Los informes señalan lo contrario.

Así, en un documento fechado el 21 de diciembre de 1970, se indica que ya han sido detecta das 48 parcelas con elevada con taminación, alguna de ellas con una radiactividad 20 veces supe rior a la permitida. Un mes más tarde, el 18 de enero, los datos debían ser más alarmantes, pero nunca se conocieron "por orden superior", como consta en un acta del 3 de febrero redactada por la Comisión Asesora de Se guridad Nuclear del Centro Nacional de Energía Nuclear Juan Vigón.

Pero de los datos reseñados en los informes secretos ahora desvelados se desprende que la contaminación era muy superior en el agua de los ríos o en los lodos de los canales de regadío.

Uno de los técnicos de la JEN que realizó inspecciones en el área afectada, y que aún hoy prefiere guardar el anonimato, cuenta que iba por la vega del Jarama con un detector de radiactividad del tipo SPP-2. "En muchas ocasiones", dice, "el contador subía al límite, que era 15.000 cuentas por segundo, cuando lo normal en el ambiente suele ser entre 100 y 120 cuentas por segundo". "La gente nos preguntaba qué hacíamos y les teníamos que mentir", añade.

Lechugas bajo Moncloa

Por los informes a los que ha tenido acceso este periódico -otros no se incluyeron al expediente "por orden superior"-, se sabe ahora que en la propia sede de la JEN, muy próxima a la Ciudad Universitaria, se midieron dosis de radiactividad un millón de veces superior a la tolerable a lo largo de todo un ano.

Diez días después del accidente, en el Manzanares y en el Jarama, y hasta en las inmediaciones de Toledo, se detectaron dosis de hasta 10.000 veces la permitida. En una zona de Aranjuez se midieron dosis 75.000 veces superiores a la permitida. Personal de la antigua JEN recuerda que la contaminación se detectó incluso en Lisboa, en la desembocadura del río Tajo, pero no hay referencia oficial al respecto. Pese a todo, en ningún momento se prohibió el uso del agua de esos ríos.

El silencio sepulcral sobre lo ocurrido sólo se rompió en marzo de 1971, cuando los periódicos de la época se hicieron eco de algunas filtraciones sobre el accidente. Para entonces, cosechas enteras ya habían sido consumidas y otras, regadas con agua contaminada, ya estaban crecidas. La JEN, además, difundió una nota tranquilizadora minimizando los hechos. Las cosechas de los años posteriores fueron también regadas con aguas que seguían contaminadas. Pese a ello, nunca se realizó un estudio médico para saber las repercusiones sanitarias sobre la población afectada.

"No se espera que el escape tenga consecuencias graves a largo plazo. En lo que concierne a las consecuencias a corto plazo, se carece de la información suficiente para llegar a una conclusión". Era ésta una de las resoluciones del informe redactado por la JEN el 5 de diciembre.

En julio de 1971, cinco miembros de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) visitaron las instalaciones del centro madrileño. En su informe posterior, la OIEA describe el accidente de noviembre de 1970 y reconoce que se produjo contaminación "en los lechos del Manzanares, Jarama y Tajo, así como en los canales de riego alimentados por esos ríos". El documento recomienda, entre otras cosas, mejorar los procedimientos para el manejo de los residuos procedentes del reactor nuclear JEN-1.

Pero las huellas de lo ocurrido todavía subsisten. Las cosechas de las huertas donde se detect6 el mayor nivel de radiactividad fueron compradas por la JEN. A la sede de la junta llegaron decenas de camiones con verduras contaminadas. La mayor parte de ellas fueron enterradas en un descampado del mismo centro de investigación, hoy conocido como Centro de Investigaciones Energéticas, Medio ambientales y Tecnológicas (CIEMAT), en plena Ciudad Universitaria, y concretamente en el número 22 de la avenida Complutense, muy cerca del palacio de La Moncloa. Las lechugas están hoy bajo un talud hecho al efecto junto al campo de fútbol del centro.

Miguel Yuste, de la Confederación General del Trabajo (CGT), miembro de la sección sindical del CIEMAT, sigue denunciando hoy la existencia de elementos radiactivos guardados o enterrados en el CIEMAT. El centro realiza periódicamente campañas de sondeos en el subsuelo de la zona, pero sus resultados son confidenciales.

Informe elaborado por Carlos Yárnoz y José Yoldi.

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