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La lucha de un sacerdote por desengancharse del alcohol

Tres millones de españoles, "colgados" de la bebida

El alcohol, que ha llegado a formar parte en este país de sus particulares señas de identidad, se ha convertido en un problema de salud crónico al menos para tres millones de españoles, que se encuentran enganchados a este vampiro líquido. Este problema afecta a todo tipo de personas, como el jesuita que narra en este reportaje su lucha contra el alcohol.

Miguel, de 45 años, es jesuita y alcohólico. El sacerdote no tiene reparos en desvelar su secreto a una periodista, pero esta verdad apenas es conocida por un puñado de íntimos. Los alumnos del colegio madrileño a los que da clase ignoran por completo esta faceta de su profesor, al que tampoco conocen como Miguel, su segundo nombre. Este jesuita, a quién sus hermanos y familiares consideraron siempre "un modelo", vivió desde 1975 a 1981 un infierno particular con el alcohol. Ahora, en las misas que celebra Miguel, la transubstanciación no se realiza con vino, sino con mosto. Un privilegio concedido por la Santa Sede permite a los sacerdotes alcohólicos convertir el pan y el mosto en el cuerpo y la sangre de Cristo."Todo empezó al enfermar gravemente mis padres, lo que me produjo una fuerte depresión, porque yo era el encargado de cuidarlos, y era un peso excesivo para mí. Necesitaba evadirme y a la vez tenía que mantener el tono, tenía que reponder a esa imagen de jesuita y hermano mayor. Y empecé a beber, comprando de todo, en especial el llamado cubata del pobre (coca-cola y vino tinto). Inventaba continuamente recados para salir de casa y recorrerme 20 o 30 bares. 0 para comprar nuevas botellas. Era una situación de gran desesperación que no podía controlar, porque si no bebía sufría calambres. Muchas veces me encerraba durante unos días en casa de mi hermano para evitar todo contacto con el alcohol, pero al salir volvía a recaer".

Agua de colonia

No he llegado a beber agua de colonia, pero quizá lo hubiera hecho" prosigue Miguel. "Tampoco pensé en suicidarme, precisamente por mi fe, pero deseaba que me sobreviniera una enfermedad, un cáncer, por ejemplo, que acabara conmigo. Yo no soy un malvado, le decía a Dios, y eso me confortaba. Me sometí a una cura de desintoxicación en una clínica, y luego tomaba gotas de Colme, repelente que si lo mezclas con aIcohol te pones a morir. Pero recaía. En unas vacaciones de Semana Santa tenía que ir con un grupo de scouts a un campamento, y el día de salida tuve que renunciar porque me tomé ginebra y me sentía fatal. Hasta que descubrí la existencia de un grupo de Alcohólicos Anónimos. A ellos les había pasado lo mismo, pero se reían de mi frasco de Colme. 'Así no', decían,'hay que cortar radicalmente'. Y llevo casi cinco años sin beber".La mística de grupo es muy fuerte en Alcohólicos Anónimos. En las reuniones, que inicia un moderador con la frase: "Soy alcohólico y hoy estoy sobrio", desfilan hombres y mujeres que cuentan los pormenores de su fatídica enfermedad alcohólica, la ruina física y moral a la que llegaron, las perrerías y vejaciones que infligían a su familia, los deliriums tremens que sufrieron, los trabajos que perdieron e incluso sus accidentadas visitas a la cárcel. Son relatos patéticos que dejan seco al folletón lacrimógeno por su truculencia, pero con un arrepentimiento final idéntico: "Gracias a Alcohólicos Anónimos, desde hace tres años, tres semanas y tres días me mantengo sobrio". Lo único que debe hacer el arrepentido es cumplir el programa mínimo; o sea, resistir sin beber durante 24 horas. Y al día siguiente lo mismo, hasta aprender a vivir sin el agridulce aroma del etanol. Y si el ánimo flaquea, la regla es no quedarse solo y pedir ayuda a un compañero -recuperado, pero no curado- no importa a qué hora.

Alcohólicos Anónimos cuenta en sus filas con jueces, médicos, militares (el primer grupo de Alcohólicos Anónimos de Madrid se formó en torno a la base de Torrejón de Ardoz), albañiles, camioneros, prostitutas, controladores aéreos, monjas..., todo un pequeño universo. "Seguimos siendo alcohólicos, pero al dejar de beber detenemos el proceso".

"Se nota que tengo cara de alcohólico, ¿no?". El recepcionista de la sede madrileña de Alcohólicos Reahabilitados-organizadión similar a la de Alcohólicos Anónimos- señala con el dedo una fotografía suya reciente. Es un extraño diálogo que resulta embarazoso para quien le escucha, pero no para él. Aunque hace muchos años que dejó de beber el sentimiento de culpa permanece.

"En España es más frecuente el bebedor social excesivo que el que busca encubrir sus problemas con copas de más" dice Rafael Osete, presidente de Alcohólicos Rehabilitados. "Pero a la larga este bebedor habitual se hace dependiente. Si hubiera una frontera real entre el bebedor excesivo y el alcohólico nadie la cruzaría".

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