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Columna
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Hacia la masacracia

Paradójicamente, mientras sufrimos una sensación de ausencia en la actual figura del mundo, el mundo se encuentra abarrotado de personas, comunicaciones y cosas. Pero, por si faltaba poco, todos sus rincones, por exóticos que sean, se hallan tan censados como para convertirlo en una caja tan explorada y sumariada que está próximo el día en que ya no se podrá anotar nada más.

La ausencia de este mundo no procede pues de su vacío sino de la acuciante sensación de falta. El vacío hace relación al espacio, pero la ausencia no es un asunto espacial sino temporal y todas sus representaciones escénicas hacia delante (con las utopías) o hacia atrás (con el desdén por la historia) han quedado suspendidas.

El conocimiento del dolor del otro infunde al dolor la condición de un factor común

Los diversos puntos de observación física de la Tierra desde el exterior confirman su limitación, los límites de contenedor cerrado. Son, por tanto, no los elementos sino los contenidos de esos elementos del contenedor quienes padecen nuclearmente el mal de ausencia. En Internet parece que se encuentra todo y de todo, pero Internet es el sitio donde se expresa, precisamente, con mayor significación la carencia, el déficit de lo esencial, sea la persona y su presencia, sean los proyectos comunes. En cuanto a las masas, cada vez de magnitud superior, el miedo a su rebelión ha sido reemplazado por sus agotaciones representadas ahora, simplemente, en la aglomeración. Una aglomeración compuesta por individuos que se dispersan pronto por sí mismos para crear una vida individual semejante: sin ambición política alguna, sin intención histórica. Aglomeración o acumulación libre, montable y desmontable en una breve temporalidad funcional.

La gente desea estar con la gente y tanto los conciertos más las fiestas rave, los llenos en los estadios y las colas de los museos corroboran que la presencia de otros aumenta la atracción del espectáculo conjunto. Estando juntos pero no conjuntados.

Nos agrada la proximidad hasta "cierto punto", el punto en que no habrá compromiso posterior al roce. La clase de individualidad que elige estar allí reunida no siente la pasión revolucionaria de hacer una sola piña. El miedo indefinido pero omnipresente ha promovido la necesidad de un blindaje externo, pero también un blindaje interior, automático y regulable frente a cualquier interiorización, política o amorosa. El individuo llega a ser ese "dividualismo". Un individuo (etimológicamente: "indivisible") se expone dividido por el temor, sumergido en la plaga del miedo general y asentado en ese medio tembloroso que dificulta acercarse demasiado al otro.

Internet es el paradigma de este modelo: conexión sin implicación, vínculos sin durabilidad, conocimientos sin memoria. El acercamiento al dolor del otro alivia con su réplica nuestro dolor. El conocimiento del dolor del otro y de tantos más infunde al dolor la condición de un factor común. Más "común" y menos singularizado. Más soportable por soportarlo muchos. La democracia llevada a su extremo, al extremo de una larga duración llega a una superdemocratización que, sin embargo, no se expresa en mayor libertad o mayor igualdad.

Deviene, una y otra vez, en los países que han llegado a este punto en un modelo histórico (de sondeos, de marketings, de audiencia de electoralismo político, de desafección ideológica) que podría llamarse "masacracia" (Colomer). La masa no en rebeldía sino en comandita, la masa no para transformar la sociedad de masas, sino para llegar a tratarse con ella en una dialéctica digital, el sí y el no elemental, un programa de partido o un programa de televisión en lugar ("el lugar") de otro. Todo ello con la conciencia cínica de que el error no se hallará nunca en el resultado final de la votación, sino desde el principio al final, en el curso del proceso narrativo.

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