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Reportaje:Vida&Artes

El mismo dopaje, menor tolerancia

La reacción de la sociedad y del propio deporte a la Operación Galgo muestra el cambio ético ante las sustancias prohibidas - La idea de que el deportista es una marioneta es contestada

Carlos Arribas

"No siento remordimientos de conciencia por nada de lo que he hecho. He vivido lo que tenía que vivir, he hecho lo que tenía que hacer. Caí en el dopaje porque así era el sistema. Era así y así es. Pero tampoco querría tener 21 años ahora e intentar hacer toda mi carrera limpia". Así habla un deportista profesional español de más de 30 años.

Habla del sistema y habla también de la moral, la ética de geometría variable, de su deporte, de los deportistas, del sistema. "Cada uno, cada deportista, cada técnico, cada patrón, tiene su nivel ético. Nunca ha sido igual para cada persona, cada uno viene de una cultura, ni en todos los tiempos. Ahora se ve mal lo que antes era perfectamente normal, por ejemplo", continúa. "Así que la única referencia de actuación es la que marca el reglamento antidopaje. Es la línea de lo que está bien y lo que está mal, así que si uno no da positivo, no hace nada mal. Además, creo que el reglamento antidopaje está establecido por tres motivos: para cuidar la salud del deportista, en lo que no creo; como negocio por parte de los organismos antidopaje, que me da igual, y para que los malos no ganen a los buenos, que no se puedan alterar los resultados, para que no salgan perjudicados los que más y mejor trabajan. Esta es la única justificación que vale para mí".

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Quizás este deportista represente el pensamiento antiguo, una filosofía que, dicen, se ha quedado en el siglo pasado. En la época en la que el pensamiento mayoritario del pelotón ciclista, por ejemplo, lo refleja este corredor anónimo australiano: "¿Cómo puedes pensar en ir a una cacería sin una escopeta? ¿Y por qué ir al Tour de Francia con un hematocrito de 42 cuando sabes que los demás andan por 55? Es como decir: OK, vamos al duelo de OK Corral, y yo iré armado con una pistola de agua. Sé que voy a morir".

El poder moderno, nos enseña Giorgio Agamben, no es solo gobierno, sino que sigue teniendo necesidad de la gloria, y por eso todos los aspectos litúrgicos, ceremoniales y aclamatorios mantienen, en nuevas formas, su vigencia incluso en los tiempos actuales, en los que el capitalismo, en su forma última, se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos.

No habla directamente de deporte -de los Juegos Olímpicos, o de los Mundiales, los grandes espectáculos en los que los Estados encuentran ahora la gloria- en su discurso el filósofo romano, pero seguramente le vendrán al pelo para todos aquellos deportistas que justifican su elección personal -¿doparse o no doparse?- en la inevitabilidad determinada por las presiones de un sistema, un business, una organización deportiva -patrones, directores tras el volante, entrenadores, prensa- que exige éxito y gloria en cada momento y en el que ellos, los deportistas, no son sino víctimas, marionetas.

El objetivo de los centros de alto rendimiento inventados en los países de la vieja Europa a imitación democrática de las escuelas de deporte de los países del Este para organizar el dopaje de Estado no es otro que el de fabricar medallas. Los deportistas, como si fueran coches de hermosa mecánica, se ponen en manos de los fisiólogos del ejercicio, los nuevos sacerdotes, que como mecánicos les ajustan y regulan para obtener el máximo rendimiento. Por cualquier medio. Eufemiano Fuentes, médico formado en las artes de la preparación biológica en la Checoslovaquia y la Alemania del Este de los años 80, e implicados ahora en la Operación Galgo, serían los representantes actuales de ese sacerdocio.

Así se justifica, por ejemplo, la caída de Marta Domínguez, imputada en la trama y a quien la Guardia Civil atribuye una de las bolsas de sangre encontradas a Eufemiano en 2006.

Sorprendentemente, o no, el apoyo popular del que gozaron algunos de los ídolos del deporte español acusados en su momento de dopaje -recuerden cuando a Perico Delgado le quisieron quitar el Tour de Francia, hace no tanto, en 1988- no lo ha disfrutado la palentina, que solo ha contado con la simpatía de sus vecinos.

"Esto es porque los tiempos están cambiando, han cambiado", dice Mikel Zabala, un profesor de la universidad de Granada que ha puesto en marcha en la federación de ciclismo, el deporte que, quizás, junto al atletismo, más identifica la sociedad con el dopaje, el programa Prevenir para ganar. "Han cambiado a golpe de operación policial. Ha cambiado lo que piensa la sociedad de los dopados y ha cambiado lo que piensan los propios deportistas. Pero, paradójicamente, dada la popularidad de los últimos ciclistas con problemas, el pelotón está mejor que nunca, pero se habla de dopaje más que nunca".

"Se ha notado el cambio", dice el deportista, anónimo, que no reniega de su pasado, del pasado. "Se ha notado sobre todo en Europa, los deportistas jóvenes son más críticos con el doping, jóvenes con otra cultura, otra base".

Para Zabala, que también imparte la asignatura de Ética a futuros directores ciclistas, "ha habido más de un saboteador al volante" (directores deportivos), pero ahora se trabaja "en la buena línea". "Y ha cambiado también la actitud de los patrocinadores que, quizás por miedo a la mala imagen, han empezado a preocuparse por la imagen y ya no miran hacia otro lado, como antes, y están de acuerdo en que hay que recalcular el papel del médico en el equipo", dice Zabala. "Y en los cuestionarios que hago rellenar a los aspirantes a director y en lo que les hago hablar públicamente veo que se habla ya del dopaje de una manera distinta".

"El mensaje que legitimaba el dopaje, transmitido de padres a hijos, de unos a otros, era que el que no lo hacía era tonto. Ese era el discurso. Ahora son cada vez más críticos", dice Zabala, quien echa de menos, sin embargo, "más compromiso en el pelotón profesional. "Hay gente, como Joseba Beloki, que quiere mirar hacia adelante, pero sin temor a mirar atrás, a asumir los errores".

Quizás deban aprender los demás deportistas de la reacción de la mayoría de los atletas ante la Operación Galgo, aplaudiendo en un manifiesto a la Guardia Civil y pidiendo que se sancione a los culpables. Es el comienzo de la aplicación del castigo de la exclusión social. Los limpios estaban hasta ahora acogotados, callados por la ley del silencio impuesta por los tramposos. "Y tienen razón los atletas", dice Zabala. "La exclusión social es quizás el peor castigo que pueda recibir un deportista. Que los suyos le miren mal, no lo acepten, es peor incluso que una suspensión".

Un laboratorio de Lausana donde se analizan muestras tomadas en controles antidopaje.
Un laboratorio de Lausana donde se analizan muestras tomadas en controles antidopaje.REUTERS

La lucha policial contra el dopaje

- Entre la Policía y la Guardia Civil han efectuado en España más de 40 operaciones contra el dopaje en la última década, pero la mayoría iban dirigidas contra la falsificación de productos y el tráfico de sustancias en gimnasios y salas de culturismo. Tres de ellas, sin embargo, han estado centradas en el deporte profesional de élite.

- Operación Puerto

(mayo de 2006). Aún a espera de juicio, supuso el desmantelamiento de una organización, dirigida por Eufemiano Fuentes, al que se le intervinieron unas 200 bolsas de sangre. Implicados unos 50 ciclistas. Los más famosos: Jan Ullrich, Ivan Basso y Alejandro Valverde.

- Operación Grial (noviembre de 2009). Detención del médico peruano Walter Virú, que ejercía desde Valencia. Implicado el marchador Paquillo Fernández.

- Operación Galgo. Eufemiano Fuentes, Manuel Pascua y Marta Domínguez son los principales implicados de un caso que afecta, sobre todo, al atletismo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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