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Reportaje:

Su morfina puede esperar

El hospital de Mataró cita para marzo a un enfermo terminal aquejado de intensos dolores - El centro ignoró las quejas de la familia hasta recibir la llamada de EL PAÍS

A Enrique Conesa, barcelonés de 55 años con un grave cáncer terminal, solo le queda morir tranquilo, sin dolor y rodeado de los suyos. Será dentro de pocas semanas. Pero ni eso resulta sencillo: la morfina que consume desde septiembre por vía oral le hace cada vez menos efecto y lleva ocho meses esperando una cita con la clínica del dolor del hospital de Mataró para obtener la primera administración del analgésico por vía intravenosa, la forma de administración más potente, junto a las pautas para las siguientes dosis y la receta médica. "Se nota que aguanta sufriendo, le duele horrores: Los médicos dicen que le queda un mes de vida. No quiero que muera como un animal", ruega con entereza su esposa, Antonia Benegas, de 52 años.

El pasado lunes, el centro señaló que no podía adelantar la primera inyección
"Solo pido que mi marido pueda morir sin dolor", reclama la esposa
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Desde marzo, Enrique ha perdido 30 kilos, pero sigue sin haber recibido ni una inyección. Fue diagnosticado a principios de año del denominado tumor de Klatskin: un cáncer que se desarrolla en la bifurcación de los conductos hepáticos, entre el hígado y el páncreas, y considerado uno de los especialmente dolorosos. El hospital de Mataró, principal centro público del Maresme que atiende a una población de unas 260.000 personas le había cita para el pasado 16 de noviembre para empezar a administrarle morfina en vena y entregarle la correspondiente receta. No pudieron atenderle: ese día los médicos realizaron la segunda jornada de huelga contra los recortes aplicados por el Gobierno catalán. El centro, por su parte, reprogramó el tratamiento para el 28 de marzo: cuatro meses y medio más tarde. "Dijeron que con los recortes tenemos que aguantarnos. ¿Qué aguantará mi marido, si solo le queda un mes? Ojalá siguiera vivo a finales de marzo, pero ya no lo tendré aquí", relata la mujer con frialdad, sin un temblor en la voz.

Enojada, Benegas acudió el pasado lunes al hospital dispuesta a discutir con las paredes para adelantar la inyección. Su marido consume ya unos 800 miligramos de morfina por vía oral a la semana. "Pero le hace menos efecto a cada día que pasa, le veo sufrir y se me quita el hambre. Ni duermo, ni como... ", resopla la mujer. En el hospital no logró calmarse. "Acabé peleándome con todos", recuerda algo avergonzada. "Mi marido no tiene color, cualquier día ya no se levanta. No sé cuánto durará pero, ¿tiene que morir rabiando?", increpó Benegas a varios empleados del centro. "Me respondieron con una indiferencia total", recuerda. Le recomendaron que se llevara una hoja de reclamaciones y la acompañaron fuera del centro. "No tenemos recursos y las cosas están cómo están, hay que asumirlo", justificó el personal del hospital, según el relato de Benegas. "Se le dijo que no podíamos hacer nada", admitió un portavoz del centro consultado por este diario. "Que la cita programada no podía modificarse".

Al parecer no era cierto: al mediodía de ayer, cerca de una hora después de que EL PAÍS pidiera explicaciones al hospital de Mataró por haber demorado por más de cuatro meses las inyecciones de morfina a un paciente al que le quedan semanas de vida, Benegas recibió una llamada telefónica. "Es del hospital", señaló con sorpresa al fotógrafo. En apenas sesenta minutos, el centro logró reprogramar la visita de finales de marzo para las 12:05 horas del día 30 de este mes. "Hemos estudiado el informe de su marido. Ha sido un error administrativo, disculpe las molestias", explicó el mismo centro a Benegas en una breve conversación telefónica mientras la mujer sujetaba el café, incrédula.

"Ha sido un error. Todo se ha debido a un cúmulo de circunstancias erróneas", justificó a este diario un portavoz del hospital. Este añadió que la cita del pasado noviembre acabó siendo reprogramada no por efecto de la huelga, sino porque "el médico que la atendía se puso enfermo".

"No puedo disculparles", reaccionó la mujer, que desde esa llamada se muestra más crispada. "Han tenido meses para estudiar el informe. ¿No saben qué significa tener un cáncer terminal? El lunes me ignoraron y dijeron que no podían hacer nada. ¡Ni miraron los papeles! Si un medio de comunicación no les hubiera llamado, no me habrían hecho ni caso. Mi marido habría muerto retorcido de dolor", señaló visiblemente molesta. "Porque supongo que habrá otras personas que estén sufriendo tanto como yo", se justificó ya absorta en las próximas semanas, las últimas que vivirá su marido. "Él no quiere irse, quiere vivir... Solo pido que pueda morir sin dolor".

Antonia Benegas, esposa del enfermo terminal, ayer antes de que el hospital reprogramara la cita.
Antonia Benegas, esposa del enfermo terminal, ayer antes de que el hospital reprogramara la cita.JOAN SÁNCHEZ

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