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Reportaje:

Cuatro muertes en un retiro 'hippy'

Dos mujeres y dos bebés fallecen tras un incendio en una de las comunidades 'hippies' de la Alpujarra en Granada

Javier Martín-Arroyo

La prolongada celebración de la primavera en las numerosas comunidades hippies de las Alpujarras en Granada se ha frenado en seco. La noche del pasado sábado dejó una resaca dramática cuando dos mujeres y un bebé fallecieron tras incendiarse la furgoneta donde una de ellas vivía en Órgiva (5.500 habitantes). Al mismo tiempo y en el mismo valle, otro bebé fallecía por "causas naturales" en la comunidad de El Beneficio, donde ayer sólo había silencio y caras perplejas de tristeza.

En torno a las diez de la noche del sábado una caravana estacionada en la curva a la altura del cruce de la localidad de Cáñar, comenzó a arder cuando dos jóvenes alemanas, de 27 y 28 años, cocinaban. Al parecer, el fuego alcanzó a un colchón en el suelo, y en pocos minutos las llamas calcinaron la caravana. La joven y su bebé de un año de edad que estaban de visita, perecieron en su interior, y sólo la joven dueña de la furgoneta consiguió huir, pero resultó herida con quemaduras en el 80% de su cuerpo, y murió al día siguiente tras ser trasladada al Hospital Virgen del Rocío de Sevilla.

"Sólo ha sido una fatal casualidad", aseguraba la residente Katinka Molnar

Esa noche y en la misma comunidad hippy, a menos de un kilómetro, los padres húngaros de un bebé enfermo de sólo un mes veían cómo su estado empeoraba. Cuando lo trasladaron al centro de salud del pueblo, el bebé ya había fallecido a consecuencia de una infección. La autopsia preliminar apunta a un "shock séptico" y descarta signos de violencia en las causas de su muerte. El juez de Órgiva se encuentra ahora a la espera de recibir la autopsia definitiva y el informe bacteriológico para determinar la causa de la infección.

"Una fatal casualidad, sólo eso. En los últimos quince años aquí han nacido 80 niños de forma natural y sin mayores problemas", explicaba Katinka Molnar, amiga de la joven pareja que ayer lloraba la muerte de su primer hijo en su comparecencia frente al juez. "Tenemos partos naturales con matronas que acuden a nuestra llamada, y cada cual sabe cuidar a sus niños, aunque la mayoría están escolarizados", insistía. Lo cierto es que cuatro muertes en una sola noche es una sobredosis demasiado cara incluso para las Alpujarras, una comarca granadina acostumbrada a las fiestas y esporádicos sobresaltos, desde que hace dos décadas se puso de moda como retiro espiritual para comunidades hippies de toda Europa.

Al margen de las investigaciones de la Guardia Civil sobre estas cuatro muertes consecutivas, también se abrió ayer el debate sobre la tutela de los bebés fallecidos en unas comunidades que a menudo reniegan de la atención social que prestan las instituciones, la posterior escolarización reglada, y que optan por métodos de enseñanza alternativos.

La Junta de Andalucía abrió ayer un expediente informativo para aclarar las circunstancias de la muerte de ambos bebés. "Los servicios sociales comunitarios y el Ayuntamiento de Órgiva aclarará todos los detalles para trasladar las cuestiones de interés a la Fiscalía", explicó la delegada de la Junta en Granada, Teresa Jiménez. Por su parte, la delegada de Igualdad y Bienestar Social, Elvira Ramón, estaba ayer a la espera de recibir denuncias concretas por parte del ayuntamiento o de la Fiscalía, pues no tenía constancia de que hubiera niños sin escolarizar en las tres comunidades hippies de Órgiva. "¿Cómo podríamos controlar los hijos de unos holandeses que dicen venir de vacaciones?", inquiría. La directora de Asuntos Sociales del consistorio, Ana Manrique, ponía el dedo en una llaga incómoda y de difícil solución: "Es complicado intervenir porque no se dejan. Los servicios sanitarios y educativos están ahí, pero ellos ni siquiera están empadronados, no te dan pistas, y no se prestan a colaborar".

Los miembros de la comunidad aseguran que la mayoría de los niños están escolarizados y acuden con regularidad a los colegios cercanos Los Tablones y El Alféizar, además de una escuela alternativa de libre enseñanza basada en la música y los idiomas. Doce niños acuden a Los Tablones y su director, Manuel Rodríguez, insistía en la complejidad del problema: "Cada uno tiene su manera de pensar e intentamos no espantarlos para que sigan acudiendo con regularidad. No puedo hacer otra cosa más que denunciar sus ausencias", justifica.

A la entrada de El Beneficio, seis niños de alrededor de ocho años jugaban ayer al mediodía entre la chatarra y las furgonetas desvencijadas. Tras pasar un arco, las caras de tristezas se volvían ariscas. "¿Periodistas?, a la mierda", respondía uno después de haber visto cámaras de televisión a la busca y captura de testimonios. Dentro, la calma reinaba entre las tiendas de campaña y los liños de lechugas junto a un río. La mayoría de sus habitantes están de paso por una temporada, pero valle arriba residen familias en casas en las que se advierten placas solares y antenas parabólicas. La población no está censada, pero el alcalde de Órgiva, Adolfo Martín, estima que entre las comunidades de Los Cigarrones, El Morreón y El Beneficio, viven unas quinientas personas. El regidor cuestiona la legalidad del asentamiento y denuncia su insalubridad. "El Ayuntamiento está desbordado y llevo mucho tiempo diciendo que han rechazado la ayuda médica ofrecida para sus hijos por los servicios municipales", aseguró.

"No molestamos a nadie. Estamos aquí en el campo a nuestro rollo", declaraba un joven checo instalado en la zona desde hace tres semanas, y que ayer evitaba dar su nombre en una comunidad donde muchos tienen como primera meta olvidar su identidad.

Una compleja integración

"Órgiva es un lugar donde es fácil integrarse. Aquí nadie pregunta por la nacionalidad ni se interesa por la raza. Es un lugar con mucho flujo de transeúntes que ha sido una encrucijada de caminos. Por eso todo el mundo es bien recibido", apunta Miguel Ruiz de Almodóvar, escritor instalado desde hace dos décadas en el pueblo.

Sin embargo, y aunque la integración de los hippies no ha causado graves problemas, el escritor reconoce que "viven a su manera y algunas veces da la sensación de que sus hijos están abandonados, convertidos en supervivientes. Eso sí me preocupa a mí y a los habitantes del pueblo, además de los problemas de salubridad que generan. Las instituciones deberían adoptar medidas al respecto", estima.

El impacto de estas muertes ha generado una controversia que despejarán tanto la investigación policial como la autopsia definitiva de uno de los bebés fallecidos, además de las inspecciones de los servicios sociales, que no afrontan una tarea fácil en una comunidad donde no son bienvenidos.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.

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