"No podemos echar a los hijos de inmigrantes. Son israelíes"

El Gobierno israelí ha decidido deportar a 400 niños en los próximos días. Son hijos de inmigrantes, críos o adolescentes, en su mayoría nacidos y educados en Israel. El asunto ha suscitado una intensa polémica en el país y evoca recuerdos oscuros. "Hay mucha gente que no puede soportarlo, porque lo que el Gobierno quiere hacer con esos hijos de inmigrantes es lo mismo que les hicieron a nuestros abuelos en Polonia", dice Alisa Olmert, una de las líderes del movimiento que lucha para que los niños se queden.
Alisa Olmert, nacida en 1946 en un campo de refugiados de Alemania, es asistente social de profesión, artista plástica y activista de izquierdas. También es la esposa del ex primer ministro conservador Ehud Olmert, bajo cuyo mandato (2006-2009) se desarrollaron la segunda guerra del Líbano y la Operación Plomo Fundido contra Gaza. Ehud Olmert está actualmente imputado por corrupción. Alisa Olmert prefirió que en la entrevista no se hablara de su marido. "La situación de los inmigrantes en Israel es absurda, porque somos el único país desarrollado que carece de una política de inmigración", explica.
"El Gobierno quiere hacer lo que les hicieron en Polonia a nuestros abuelos"
"La crisis refleja la vieja ambigüedad de si el Estado es antes judío o democrático"
La confusión administrativa condujo a la actual crisis. La llegada de trabajadores extranjeros, fundamentalmente asiáticos y africanos, se hizo masiva después de la segunda Intifada (2000-2005), cuando empezó a levantarse el muro y la economía israelí se cerró a los trabajadores palestinos. Los nuevos inmigrantes llegaban con visados por cuatro o cinco años y, en teoría, no podían tener hijos durante su estancia. Evidentemente, los inmigrantes se quedaron más tiempo, tuvieron hijos y los escolarizaron.
"Israel es especial, somos un campo de refugiados para los judíos de todo el mundo y existe la necesidad de mantener el carácter judío de nuestra sociedad precisamente para que no vuelvan a ocurrir los acontecimientos del pasado; por eso se limita la residencia de los no judíos", declara. "Pero esos hijos de inmigrantes, aunque no vayan a ser nunca judíos, tienen el hebreo como primera lengua y son culturalmente israelíes. ¿Cómo podemos echarles?". Olmert recuerda que, de todas formas, no todos en Israel son judíos: el 20% de la población es árabe.
El ministro del Interior, Eli Yishai, del partido religioso Shas, es quien patrocina las deportaciones y quien más agresivo se muestra con los inmigrantes: "¿Acaso no amenazan el proyecto sionista del Estado de Israel? Esa gente, además, trae todo tipo de enfermedades: tuberculosis, sida, hepatitis, piojos, drogadicción". Su proyecto consiste en expulsar a todos los extranjeros en situación irregular antes de 2013. Los ministros laboristas, en cambio, amenazan con abandonar el Gobierno de Benjamín Netanyahu si se deporta a los niños.
"Esta crisis refleja una antigua ambigüedad. Para algunos, los ultranacionalistas y la mayoría de los ultrarreligiosos, Israel es primordialmente un Estado judío, y solo secundariamente democrático. Para otros, Israel es en primer lugar un Estado democrático, creado para resolver el problema judío. Estamos divididos", señala la activista.
"Al principio, los expulsados debían ser 1.200. La lista se rebajó a 400 y a los otros 800 niños se les ofreció la ciudadanía si sus padres conseguían en poco tiempo una documentación casi imposible de reunir; tenemos a 500 voluntarios trabajando con las familias afectadas para ayudarles a luchar contra la burocracia", dice. Los niños, sin embargo, son solo lo más visible del problema. "Luego están los clandestinos, que, según las estimaciones, suman entre 150.000 y 300.000, probablemente muchos más, en un país de solo siete millones de habitantes. Son africanos, muchos de ellos fugitivos de la violencia, a los que las bandas de traficantes cobran hasta 5.000 dólares por ayudarles a cruzar la frontera entre Egipto e Israel".
Esos clandestinos, muy visibles en las zonas más degradadas de Tel Aviv, plantean, según Alisa Olmert, un problema adicional: "Por el simple hecho de haber vivido en Israel, serían perseguidos en muchos países africanos. Expulsarlos equivaldría a condenarlos".

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