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Reportaje:vida&artes

No pongan corsé al humor

El cómico tiene licencia para ser muy corrosivo... en el mundo anglosajón - Solo el público puede fijar el límite del buen gusto

La edición digital de El jueves daba ayer la bienvenida al humorista Ricky Gervais con el titular "Ha nacido una estrella" sobre una foto del británico fumándose un puro con llamas al fondo. Subtítulo: "Gervais vs. Hollywood, Globos de Oro 2011". Hasta ahora, todo el mundo daba por descontado que los británicos son maestros de la ironía ("burla fina y disimulada"). Desde la explosiva manera en que el comediante Ricky Gervais condujo la ceremonia de los premios cinematográficos, el domingo pasado, el planeta entero ya sabe que son también maestros del sarcasmo ("burla sangrienta, ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata a personas o cosas"). Porque lo que hizo Gervais, con mejor o peor gusto -eso siempre es opinable- no está muy lejos de lo que los británicos llevan haciendo como quien dice desde siempre. Pero no en todos lados se pueden hacer chistes sobre todo o casi todo. Hollywood es el único límite a las bromas en Estados Unidos. El humor israelí es salvaje. Y en España nadie admite más límites que el sentido común y la autocensura pero infinidad de temas en los que se ceban los humoristas anglosajones no aparecen ni por asomo.

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Los muñecos de Spitting Image destrozaron en los ochenta y los noventa a los políticos británicos del momento, pero su éxito no se basaba tanto en la ironía fina y los juegos de palabras, sino en sarcasmo puro y duro, en llevar la sátira política (sátira: "Discurso o dicho agudo, picante y mordaz, dirigido a censurar acremente o poner en ridículo a personas o cosas") al extremo, con un impacto enorme gracias a la televisión.

A los británicos no les gusta el humor grueso, el meramente chabacano ("Sin arte o grosero y de mal gusto") pero adoran la valentía del sarcasmo. Sobre todo si, como en el caso de Gervais, lo ejerce en presencia de los afectados y estos son parte de la élite. En este caso, de la élite de la industria cinematográfica.

En EE UU está bien reírse de uno mismo a discreción, pero hay un límite a las bromas: Hollywood. El escándalo del comediante Gervais, que no volverá a presentar la gala de entrega de los Globos de Oro después de burlarse de los actores que tenía enfrente, no es ninguna novedad. Chevy Chase ya tuvo un tropiezo similar en su incursión como presentador de los Oscars en 1988. Así comenzó su monólogo: "Buenas noches a la falsa comunidad de Hollywood". No volvió a aquel escenario.

Tampoco es probable que regrese Chris Rock, después de sus ácidas críticas en 2005. Rock hizo el mismo tipo de bromas que Gervais: "A la gente de por aquí les gusta decir que hoy en este teatro hay 100 estrellas de Hollywood. Pues no. No es verdad. Solo hay cuatro estrellas. El resto son solo famosillos. Clint Eastwood es una estrella. Tobey Maguire es un chaval en mallas [en referencia a su papel en Spiderman]". El comediante, afroamericano, hizo algo que incrementó la incomodidad de su público: añadió conciencia social a sus bromas. Se llevó a un cámara a las puertas de un cine en un barrio de mayoría negra y les preguntó a los asistentes por las grandes estrellas de Hollywood y sus lustrosos estrenos de aquel año (El Aviador, Million dollar baby, Ray). Nadie tenía ni idea de qué estaba hablando.

En Gran Bretaña, hay límites, por supuesto, pero los marca la autocensura. Allí jamás se hubiera secuestrado una publicación por ridiculizar al heredero de la corona y su cónyuge como ocurrió en España con la caricatura del príncipe Felipe y Leticia en la portada de El Jueves.

Eso no significa que guste todo. Cuando el humorista escocés Billy Connolly se mofaba en 2004 de Ken Bingley, un ciudadano británico secuestrado por Al Qaeda en Irak, mucha gente se lo reprochó silbándole en el teatro Apollo de Hammersmith, en Londres. Un espectador le abroncó por bromear con un asunto de vida o muerte y Connolly le envió a la mierda. Pero a nadie se le ocurrió prohibirle que repitiera la broma, ni siquiera cuando Bingley fue efectivamente decapitado. La prensa criticó ferozmente su mal gusto, pero el castigo queda en manos del público, que siempre tiene el derecho de ignorar al humorista que se pasa de la raya.

La gran diferencia entre lo que hizo Connolly y lo que ahora ha hecho Gervais es que uno se mofaba de un pobre hombre a punto de morir y el otro se ha mofado de un puñado de hombres y mujeres ricos, guapos e influyentes.

El humor israelí es bastante salvaje. Programas televisivos como El quinteto de cámara (1993-1997) o actualmente Qué país maravilloso han abordado con un sarcasmo sin límites temas tan terribles como el Holocausto o el bombardeo sobre Gaza en el invierno de 2009.

El quinteto de cámara hizo un sketch en el que se ironizaba sobre la abusiva utilización del Holocausto por parte de Israel. Dos atletas israelíes que participaban en una carrera en Alemania exigían salir con varios metros de ventaja sobre los demás competidores. Cuando el árbitro, estupefacto, se negaba, los israelíes invocaban el Holocausto y la película La lista de Schindler y acusaban a la organización de antisemitismo. Al final, evidentemente, conseguían la ventaja.

También fue polémico un sketch del mismo programa en el que un grupo de judíos de Varsovia organizaba una fiesta que concluía en las cámaras de gas de Dachau, con el exterminio de los participantes.

Lo más brutal emitido dentro de Qué país maravilloso fue un sketch durante el bombardeo de Gaza. En un momento absolutamente crítico, en el que las víctimas palestinas del bombardeo se contaban por centenares, los guionistas decidieron iniciar su sátira con una retransmisión de la guerra al estilo de un programa deportivo, en el que cada muerto palestino se celebraba como un gol. Acto seguido, la cosa derivaba hacia una parodia del festival de Eurovisión en el que cada país europeo votaba el número de muertos palestinos que le parecía permisible. Italia "autorizaba" hasta 800 muertos. Luego votaba Alemania, que subía hasta 6.000 muertos, con gran alborozo del público israelí. Entretanto, se intercalaban otras imitaciones: un líder de Hamás mostraba una guardería en la que criaba niños para utilizarlos como escudos humanos, y el ministro de Defensa israelí, Ehud Barak, justificaba el bombardeo de un parvulario palestino por el hecho de que en el tejado no estaba escrito en hebreo que se trataba de una escuela.

Comparado con Israel o el mundo anglosajón, el humor español es descafeinado. Los comediantes argumentan que nadie, ni ellos ni el público, está acostumbrado, porque no hay tradición, porque la mentalidad es otra... "El humor de los anglosajones, sobre todo de los ingleses, es más ácido y están más acostumbrados. Lo ves claramente en programas como Little Britain (de la BBC). Nosotros somos como más pacatos. En Spitting Image sacaban a Margaret Thatcher meando de pie, eso aquí sería impensable", afirma Joaquín Reyes, ahora con Museo Coconut en el canal Neox. Según Reyes, Gervais "se pasó, no fue dando palo, zanahoria, palo... había cosas muy duras como lo que dijo de los actores cienciólogos". El humorista opina que debe haber límites, los que pone el cómico. Y añade: "Siempre he tenido la libertad que he querido". Eso sí, admite que a veces envidia algunos programas del Reino Unido o EE UU.

Los británicos ven el humor, por canalla, grotesco o de mal gusto que pueda ser, como una cuestión de libertad de expresión. Cuando el Gobierno del entonces primer ministro Tony Blair propuso legislar contra aquellos que se mofaran de la religión, los primeros que pusieron el grito en el cielo fueron los humoristas, encabezados por el polifacético y genial Rowan Atkinson. Atkinson defendía así el derecho a criticar a cualquier religión igual que se puede criticar cualquier tendencia política. Ya hay leyes que permiten perseguir a quien difama, no hace falta proteger en especial a la religión, denunció entonces.

"El humor ha sido un instrumento que ha forjado a América", afirmaba Constance Rourke (1885-1941), pionera en estudios de cultura popular y autora de El Humor americano: un estudio del carácter nacional. "Su objetivo -como el objetivo inconsciente de una ciudadanía desunida- parece haber sido el de crear nuevos lazos, una nueva unidad, la imagen de una sociedad y la culminación cíclica de una tipología americana", escribió. En galas o discursos los norteamericanos tienden al chiste, cuando las circunstancias lo permiten.

Con ese fin nació en los años veinte la cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca, en la que los propios presidentes han dado rienda suelta a su vis cómica, sin poner límites a los temas que se podían tratar. "Este ha sido un año de altibajos para todo excepto para mis cifras en las encuestas de popularidad, que solo han bajado", dijo Barack Obama en 2009. "Da igual, da igual, en mi país de nacimiento todavía soy muy popular", añadió, burlándose de los grupos radicales que dicen que nació en Kenia o Indonesia y no en Hawai.

Otra cosa es Hollywood. No le gusta ni que se burlen de la industria ni que se incluya conciencia social alguna en las bromas, pero existe toda una maquinaria comercial en torno a los chistes sobre asuntos espinosos. La comediante Sarah Silverman no conoce límites: ni el aborto, ni la raza, ni el sexo o las enfermedades venéreas. En 2001 enfadó a la comunidad asiática al referirse a ellos como "chinks", una palabra peyorativa en inglés. Sobre todo bromea, sin embargo, sobre los estereotipos judíos, desde la comodidad de ser judía. En una ocasión dijo, como si hablara de cintas de porno: "Tengo en casa mucho material sobre el Holocausto. ¿Sabes qué? Mucho de ese material es hardcore".

De ese humor ha nacido toda una factoría de contenidos políticamente incorrectos, en perfecto contraste con la corrección política norteamericana. De él se nutren series animadas como Padre de familia. Para muchos, esta cruzó la fina línea del insulto el año pasado al convertir en protagonista de un episodio a una supuesta hija de Sarah Palin con síndrome de Down. Un hijo de la líder republicana, Trig, padece ese trastorno. El crítico de Newsweek Joshua Alston afirmó entonces: "No es gracioso, aunque no te guste Palin o no estés de acuerdo con sus políticas".

La polarización de la sociedad estadounidense favorece un tipo de humor muy específico, intrínseco a EE UU, asegura la profesora Sharon McCoy, vicepresidenta de la Asociación de Estudios de Humor de América. "Los humoristas presentan sus bromas de un modo en que cada miembro de la audiencia puede interpretarlo como desee. Juegan con una ambigüedad que jamás fuerzan hasta puntos demasiado extremos", explica.

Al español Ignatius Farray, que tomó ese nombre en homenaje al irrepetible protagonista de La conjura de los necios, Gervais le habría defraudado si en los Globos no hubiera actuado como lo hizo. "Fue fiel a sí mismo y a los que le siguen". Farray, que es uno de esos seguidores, cree que "el cómico tiene el privilegio y el deber de cruzar los límites". Lo cual, precisa, no quiere decir que todo vale: "La comedia con mayúsculas es una revelación que abre los ojos".

Este profesional que actúa en bares y teatros da un ejemplo que, cuando se le ocurrió (al hilo de una campaña de la Iglesia contra el aborto), le pareció una "burrada" pero que luego incluyó en su repertorio: "Dicen que se protege más a los linces que a los niños. Es verdad. Yo nunca he oído de ningún cura que se haya follado a un lince". Dice que fue muy aplaudido cuando lo estrenó, en unas fiestas de pueblo. Sostiene que "uno descubre a veces que es más mojigato que el público". Está convencido de que los españoles aceptarían (y disfrutarían) un humor más fuerte.

"El sentido común es el único límite" de Vaya semanita (ETB-2), según explica su director, Javier García de Vicuña. "El programa nació con intención de poner en solfa lo que nos rodea porque a los vascos se nos ha acusado de tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos". Uno de los protagonistas de esta noche es "Patxi de Arabia". El lehendakari López está de viaje oficial en Emiratos Árabes Unidos.

De izquierda a derecha, los actores Tina Fey, Steve Carell y Ricky Gervais, en la entrega de los Globos de Oro.
De izquierda a derecha, los actores Tina Fey, Steve Carell y Ricky Gervais, en la entrega de los Globos de Oro.AP

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