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Columna
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El reino de los 'social networks'

Se entiende que las personas adultas estén hartas de que les hable de Internet. También de que se le repitan machaconamente los términos y el auge de la cultura de consumo. Qué le vamos a hacer. El consumismo y la comunicación en Internet se asocian estrechamente para producir una nueva constelación de relaciones humanas y hasta de seres humanos.

Más que amarse como toda la vida, los nuevos sujetos tienden a degustarse a intervalos. Saborearse, cuando llegan a ese punto, como especiales objetos de lujo. No se entrañan con propósitos de vida duradera, de amistades a prueba de bomba y en familias para toda la vida. Tampoco pretenden que la amistad, la pasión o la relación contractual se prolongue indefinidamente.

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La sociedad de consumo ha convertido a todo objeto en artículo de novedad y vive con su cadencia. También de ese vaivén participan los sujetos y los recientes usuarios del ciberespacio agotan sus experiencias conjuntas para abrir sin tregua nexos nuevos.

Las alamedas, los parques públicos y las tertulias de café, los encuentros en las glorietas o en las plazas, incluso las convivencias en los mall o grandes centros comerciales, van reemplazándose -tanto en Occidente como en Oriente, en Chicago o en Bangkok- por los ondulantes contactos en los campos de la Red.

Contactos someros que pueden desembocar en auténticas orgías, operaciones comerciales, tráfico de drogas, porno, cambio de información científica, cotilleos, juegos de rol, exhibiciones creativas, musicales, poéticas, dramáticas, videográficas.

Los social networks o sitios de reunión social congregan ya casi 300 millones de personas y los dos más populares, MySpace y YouTube han sido adquiridos (julio 2005) por Rupert Murdoch el primero a cambio de 580 millones de dólares (unos 452 millones de euros) y por Google el segundo (octubre 2006), por 1.650 millones de dólares (en euros, 1.287 millones). Su vivacidad, su desarrollo y su naturaleza en expansión han decidido el carácter de estas estratégicas inversiones. Sobre ese espacio llueve la publicidad y el acontecimiento moderno, la innovación y el beneficio.

Será en adelante una simpleza calificar al cibermundo como "otro mundo" y todavía peor estimarlo "virtual". Sus usuarios, predominantemente jóvenes en acelerado trance de crecer, buscan su realidad y su deseable identidad en la Red. Allí se presentan a los demás mediante un lenguaje de signos sencillos y por una colección de atributos que poco tienen que ver con los signos más cotizados en la oficina o la escuela.

La identidad de cada cual llega cada vez menos de lo que se hace en el horario oficial y más en el llamado tiempo libre. La identidad proviene menos de la labor salarial que del ocio y más del gasto que del ahorro. Los individuos se formaban hasta hace poco a partir de su quehacer interior -más o menos disciplinado- pero hoy, en la cultura de consumo, se conforman en el ejercicio del gasto. Son menos lo que hacen en la producción de mercancías que en la elección de ellas (músicas, ídolos y objetos). A la eficacia productiva tradicional sucede la acción creativa y recreativa.

La Red (MySpace, YouTube...) se puebla de versos y sones, de vídeos y collages, de máscaras y malabares en un proceso de "producción de identidad", según allí mismo se dice. El proyecto en la Red no implica que fuera de ella la pesquisa sea indiferente, pero la importancia de la primera dedicación se dilata aceleradamente cada día.

Padres, ministerios, presidentes de Gobierno, políticos y profesores en general, hallarían importantes claves para redactar las leyes o para impartir lecciones provechosas si ponderaran activamente el universo de los social networks de toda especie donde se conjuga el porvenir de la población. Y debieran bucear en ello sin importar la pereza que les provoque la navegación, el incomodo que sufran ante las nuevas tecnologías o incluso a pesar del asco intelectual que sigan sintiendo ante el fondo de las pantallas.

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