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Sigue el rastro

La nutria, el oso, la comadreja, el lince. Los carnívoros terrestres salvajes son difíciles de avistar en libertad. Pisadas, restos y cacas los delatan

La nutria, tras muchos años acantonada en los cursos altos de los ríos murcianos, empieza a recolonizar los tramos más bajos del río Segura. Hace un mes, biólogos de la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE) detectaron su presencia a 12 kilómetros esca¬¬sos de la capital de la Región de Murcia, en la zona conocida como La Contraparada. Y sin ver un solo ejemplar.

Esta buena noticia para la conservación de la especie, catalogada en peligro de extinción por la ley murciana de fauna silvestre, se confirma gracias a la detección de varias huellas del esquivo carnívoro, ya que esta impresión de sus extremidades sobre la arena de las orillas de los ríos y los excrementos repletos de restos de peces y cangrejos constituyen la mejor manera de confirmar su presencia. "Hemos colocado también algunas cámaras fotográficas, pero lo más efectivo ha sido el reconocimiento de las huellas", confirma Pedro García, histórico dirigente de ANSE.

La nutria, el lobo y el lince ibéricos, el oso pardo, el meloncillo, la comadreja y el armiño son carnívoros terrestres salvajes. Son siete de los 16 que existen en España. Todos reúnen la misma condición, su difícil avistamiento en libertad. Cualquier aficionado a la naturaleza al que se le pregunte sobre el número de especies de este grupo que ha visto en sus paseos campestres (no cuentan los viajes organizados para ver ex profeso a alguna de ellas) da una cifra que varía entre las dos y las cinco. Incluso Ángel Javier España, biólogo especializado en fauna ibérica que acaba de publicar junto a Ángel Iglesias la guía Rastros y huellas de carnívoros ibéricos, reconoce que "si quito de la lista a los que he visto en esperas organizadas, quedan sólo el zorro, la comadreja y el visón americano".

Emilio Virgós, doctor en biología y uno de los mayores expertos en carnívoros, cita a indios y a fantasmas en el prólogo de la guía. A los primeros, porque habla de "ingeniárselas para localizar los rastros o excrementos de la forma en que lo haría un indio", y a los fantasmas, al asociar la emoción de dar con una letrina de tejón o el rastro de una nutria "con cierto halo mítico que rodea a cualquier fantasma". Miguel Delibes, también científico de relieve vinculado al mundo de los carnívoros salvajes, cita a los mamíferos en general en el prólogo a otra obra de referencia (Mamíferos de España, coordinada por Juan Carlos Blanco), pero sus palabras seguro que apuntan a su grupo preferido cuando dice que "el mundo de los mamíferos en general es secreto y apasionante, un mundo de rastros, de olores, de pelos perdidos en alambradas y de chillidos entreoídos en la noche".

Una huella en el barro o la nieve, un rosario de excrementos en un camino, unos pelos prendidos en una alambrada, restos de arañazos y zarpazos en un árbol, escarbaduras en la arena... Cualquiera de estos indicios serán las únicas pistas que delaten la presencia de los carnívoros salvajes en España. A los ya citados se añaden la marta, el gato montés, la garduña, la gineta, el visón europeo y el turón. Sus hábitos crepusculares, el medio generalmente emboscado en el que viven y su natural, y lógica, desconfianza de los humanos, ponen muy difícil observarlos en carne y hueso.

La guía escrita por Ángel Iglesias y Ángel J. España pretende hacer más visible al "grupo de los 16" a partir de todos los indicios mencionados. Pero antes que nada, los autores advierten de que "hay que salir al campo con espíritu de naturalista, fijándose en todo lo que la fauna y la flora ofrecen, y mirando a menudo al suelo, porque sólo así se apreciarán las huellas de los animales y confirmar el dicho que afirma que donde hay caca hay culo". Reconocen que es más fácil dar con los rastros que con el nombre concreto de su propietario, aunque se sabrá si es de carnívoro si, por ejemplo, hablando de excrementos, son "cilíndricos, alargados, con cierto número de estrangulaciones y con un extremo afilado terminado en un pincel de pelos o plumas", síntoma de haber digerido a un animal. Otra característica común es la propensión a depositarlos en lugares notorios (sobre piedras, muros y en caminos) e incluso a concentrarlos en letrinas improvisadas y en "cagarruteros" (sucesión de varios excrementos).

El único que puede salirse de estas normas es el oso pardo, pero de éste resultará inconfundible su huella, la más grande con diferencia de todo el grupo, con casi 30 centímetros de largo. Su condición de plantígrado (apoya toda la planta del pie en el suelo, como el tejón) hace que queden bien impresionadas las extremidades. Los sustratos húmedos y arenosos favorecen que la marca se identifique mejor, de ahí que las huellas de nutrias en la orilla del río o la de los linces en un entorno como el de Doñana sean de las más reconocibles.

No obstante, Ángel J. España recomienda recurrir a lo que en la guía llaman "integración de indicios", porque entiende que "tan importante es el excremento para saber a qué especie pertenece como el resto de indicios cercanos que se encuentren (huellas, pelos, escarbaduras, arañazos...) y el ecosistema o el lugar de España en el que nos situemos". Y añade: "Es evidente que si estamos en Cádiz, hay que descartar que los restos sean de marta, visón, oso pardo o armiño, especies de distribución norteña".

El comportamiento idóneo ante cualquiera de estos indicios requiere de una mezcla de respeto y normas de higiene y seguridad. Si el paseo campestre no se corresponde con ningún interés científico y de conservación, hay que dejar los rastros tal cual se encuentran. Esta norma se tiene que cumplir obligatoriamente con los excrementos, ya que sólo si se dispone de guantes y mascarilla se procederá a analizar de cerca su composición, para evitar así posibles contagios de enfermedades. Además, no se pueden coger de manera indiscriminada las heces porque muchas de ellas tienen una función territorial específica y, como advierten en la guía, "se pueden producir problemas de comportamiento y despistes en estos animales y en otros que pasen por estos territorios".

Incumplir las normas de comportamiento mencionadas ocasionará que se pierdan algunos conocimientos y avances en la conservación y protección de los carnívoros salvajes, conseguidos precisamente gracias al estudio de sus rastros. La confirmación de la presencia de nutria cerca de la ciudad de Murcia reafirma en ANSE la necesidad de potenciar la mejora y protección de las riberas del río Segura, y Emilio Virgós asegura que "con el tiempo hemos conseguido desentrañar algunos misterios de la vida de estas especies sin llegar jamás a verlas". Cacas, huellas, pelos y arañazos se convierten así en la escritura de estos animales, que informan de su estado de salud.

Un sustrato arenoso, como en la imagen, hace que la huella de un lince sea fácilmente identificable. Esto sucede en un entorno como el de Doñana
Un sustrato arenoso, como en la imagen, hace que la huella de un lince sea fácilmente identificable. Esto sucede en un entorno como el de DoñanaÁNGEL IGLESIAS / ÁNGEL J. ESPAÑA / FUNDACIÓN OSO PARDO

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