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El tacto mágico de un padre

Masajear a los bebés no solo es placentero, sino también sano. Los relaja, mejora su desarrollo emocional y cognitivo, disminuye el número de cólicos y refuerza el vínculo entre padres e hijos. Las técnicas son fáciles de aprender

Cuando Sonia se sienta sobre la cama frente a su bebé de seis meses, Laura, sus miradas se funden y en la cara de ambas se dibuja una amplia sonrisa. La pequeña ya intuye que mamá está a punto de empezar una sesión de masaje. Así lo anuncia el ambiente relajado, la luz tenue que las envuelve y la dulce nana brasileña que suena. Desde su primer mes de vida, la ternura de las manos de su mamá han impreso en su piel un cariño que, según indican cada vez más estudios, supone una grata herencia para el futuro. Tanto para la salud física y psicológica como para el vínculo entre padres e hijos.

El origen del masaje infantil es milenario. Nace en el sur de la India, en Kerala. Hace más de 30 años, Frederik Leboyer, médico francés, lo descubrió en Calcuta a través de una madre y lo retrató paso a paso en un libro que tituló con el nombre de la mujer, Shantala. También Vimala Schneider, fundadora de la Asociación Internacional de Masaje Infantil, entró en contacto con estas técnicas mientras trabajaba en un orfanato de la India. Vimala escribió el libro Masaje infantil y un manual para instructores, en los que combinaba el masaje hindú con el sueco, la reflexología y el yoga.

Las caricias ayudan a la maduración del sistema inmune

A través del tacto se facilita al bebé un alimento indispensable: la seguridad emocional. Para el recién nacido, la piel es el sistema de comunicación con el mundo más poderoso, y la estimulación táctil, un lenguaje necesario. Es lo primero que explica Pilar Roset, enfermera de pediatría en el centro de atención primaria Pare Claret, en Barcelona, a las madres y padres que asisten al curso que imparte. Allí fue donde Sonia aprendió a dar masajes a Laura. Y la primera lección que aprendió es que, antes de empezar el masaje, es muy importante que el adulto se relaje y se ponga cómodo. "A través del tacto, el bebé también nota cómo te sientes tú. Si no estás cómoda o nerviosa, el bebé se da cuenta", explica Roset. Hay que desconectar del resto del mundo, apagar móviles y dedicarle al bebé ese tiempo al cien por cien.

Se debe escoger un lugar de la casa donde ambos se sientan cómodos y donde se pueda crear un ambiente agradable. ¿A qué hora del día? A la que el bebé se encuentre más tranquilo. Los más pequeños están más relajados por las mañanas. Para otros es mejor antes o después del baño de la noche.

Los expertos aconsejan que hay que preguntarle al bebé, mirándole a los ojos, si desea que se le haga el masaje o no. Si su actitud es relajada, ya se tiene la respuesta. Durante toda la sesión "es importante mantener el contacto visual con él, observar sus reacciones", explica Mónica Bosch, educadora de la Asociación Española de Masaje Infantil (AEMI), en cuya web se encuentra información de cursos en toda España (http://www.masajeinfantil.es). "Cuando empieza a estar inquieto significa que es hora de parar", apunta. La sesión difícilmente durará más de 15 minutos. El final se sellará con un beso y un abrazo, siempre del mismo modo.

Para dar el masaje se utiliza un aceite vegetal natural, como, por ejemplo, aceite de almendras dulces, de avellanas o de sésamo. Son cálidos y facilitan los movimientos suaves. En las clases de Roset se aprenden las técnicas para masajear las piernas (con el vaciado hindú y el sueco), los pies (con técnicas de reflexología), el abdomen (con movimientos como la noria, que estimulan el tránsito intestinal), los brazos, la cara y la espalda del bebé.

La mayoría de pequeños se relajan tanto que se les escapa el pipí. Las caras de entusiasmo de las mamás dejan claro que el momento es especial. "Dar un masaje también es recibir", explica Bosch. "En la madre estimula la producción de prolactina, la hormona de la leche, y de la oxitocia, la hormona del amor. En el bebé reduce los niveles de cortisol, responsable del estrés", argumenta.

Los estudios que maneja la AEMI demuestran que también disminuye los cólicos. "No está claro si se deben a la inmadurez del sistema gastrointestinal o al estrés, pero, en todo caso, el masaje reduce su incidencia porque mejora ambos aspectos. Por un lado, el masaje contribuye a la maduración del sistema. Por otro, reduce el estrés", afirma Bosch.

Otras investigaciones, muchas de ellas lideradas por el Instituto de Investigación del Tacto, vinculado a la Facultad de Medicina de la Universidad de Miami, han permitido comprobar que muchos bebés a los que se les hace masajes con constancia duermen mejor, y que además tienen una mejor maduración del aparato respiratorio y del sistema inmune.

En otros estudios comparativos realizados con bebés prematuros se ha observado un incremento de peso entre un 31% y un 47% más en los bebés que recibieron 15 minutos diarios de masaje que en los que no lo recibieron. Sin embargo, el mecanismo exacto que produce dicho beneficio aún no ha podido ser descrito con certeza. Podría deberse a que el masaje mejora la síntesis de proteínas, lo que incrementa la actividad de las hormonas relacionadas con la absorción de los nutrientes y el tránsito intestinal, y disminuye los niveles de cortisol. En niños mayores (entre 4-8 años) con asma también se han observado claros beneficios, posiblemente ligados a la disminución del estrés.

Igual de importantes son los beneficios sobre el desarrollo emocional y cognitivo. "Por un lado mejora su conocimiento sobre su propio cuerpo. Por otro, las caricias le hacen sentirse amado, con lo que permite prevenir problemas de autoestima. En definitiva, aporta seguridad, autoconfianza y estima", explica Bosch. El contacto piel a piel hace que los padres y madres se sientan más unidos al bebé.

El masaje se puede empezar a partir del mes y medio, cuando la criatura comienza a pasar más tiempo despierta. Más adelante "cuando empieza a moverse más, a sentarse o a girarse, hay que adaptarlo a su desarrollo. Si se gira, le masajeas la espalda", explica Bosch.

Para mantenerle entretenido y alimentar el ambiente mágico se puede incorporar "la cesta de los tesoros", continúa. Se trata de un recipiente lleno de objetos cotidianos (no juguetes) con los que no se pueda dañar, que estimulen sus habilidades con las manos y su conocimiento del entorno. Se pueden incluir, por ejemplo, una cuchara, una esponja, conchas, un pañuelo, una manzana o una naranja.

Tan estrecho contacto también cultiva la complicidad y la comunicación entre padres e hijos. "Es un momento de intimidad muy grande. Si eres constante, has creado un espacio en el que vas a poder hablar con tu hijo sobre sus miedos u otras cosas muy íntimas", dice Bosch. Una de sus hijas empezó a tener problemas para dormir a los tres años. Fue en el momento del masaje cuando la niña se atrevió a confesarle por qué. "Es que hay lobos en la escalera", le respondió. Es una de las muchas satisfacciones que Bosch ha obtenido con sus constantes masajes.

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