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Reportaje:PEKÍN 2008 | Empiezan los Juegos

"No puedo escapar"

Federer justifica su ausencia de la Villa y reconoce el dolor de sus derrotas

Orgullo. Honor. Amor. Dolor. El mundo de Roger Federer respira estrechado por cuatro palabras en los Juegos Olímpicos. El suizo, que el 18 de agosto perderá el número uno en favor de Rafael Nadal, habló ayer del temblor de sus piernas y de su gula, concentradas hoy a las ocho y ocho de la tarde del día ocho del octavo mes del calendario: Federer se comerá una tarta para celebrar su cumpleaños y vivirá el "honor" de abrir como abanderado el paso de la delegación suiza en la ceremonia inaugural. Es el momento cumbre para un deportista que mide los grandes instantes de su vida según el ciclo olímpico. En Sidney 2000, Federer conoció a Mirka Vavrinec, su pareja, esa chica con la que protagoniza sudorosos peloteos bajo la calima china. En Atenas 2004, fracasó en segunda ronda como le había predicho un astrólogo, y se decidió a no repetir su vibrante frase de 2000 -"Lo único que me puedo llevar a casa es el orgullo"-. Y en Pekín 2008, donde debutará contra el ruso Tursunov, dispara el penúltimo cartucho antes de hacer oficial que su temporada ha sido un desastre. "El respeto de los contrarios está siempre ahí", reflexionó ayer el suizo sobre sus últimas derrotas. "Ese no es el problema, aunque algunas de esas derrotas me dolieron. Perdí partidos que no debí haber perdido, pero no en torneos que me hagan llorar durante meses. Mi nivel de juego ha sido bueno durante el año en hierba y tierra. El problema ha sido la pista dura. Sólo estuve a unos puntos de ganar Wimbledon, y perder ese título me dolió", dijo sobre su capitulación ante Nadal. "Decir que mi temporada fue mala porque no gané ese partido épico...".

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Federer es estos días un hombre alérgico a cualquier influencia externa. Se entrena con un tenista suizo, Wawrinka. Le aconseja y acompaña Severin Luthi, el capitán del equipo suizo. Y todo lo organiza su novia, que es como si fuera suiza. No hay más, y resulta extraño, porque hubo tiempos en los que el chico fue justo lo contrario a un hombre sobreprotegido. Los Juegos siempre provocaron en él reacciones inusuales. Un ejemplo: días antes de que arrancara Atenas 2004, un astrólogo le comunicó que la combinación de estrellas que se esperaba para sus partidos no le favorecía. El suizo se consideró provocado. "Debe usted inventarse algo mejor que eso", le dijo.

Ese año se hospedó en la Villa Olímpica, se rodeó de los arqueros, los yudocas y los luchadores suizos, y hasta disfrutó de sorpresas insospechadas. Ocurrió durante una larga sobremesa con una deportista neozelandesa. Federer escuchó atentamente cada detalle de su vida deportiva y cada alusión a los rituales maoríes. Luego se encontró con una pregunta inesperada. "Soy una maleducada... ¿Quién eres y a qué te dedicas tú?". "Me llamo Roger, y juego al tenis". No hubo espacio para sus títulos. Ahora, no hay quien los esconda. Y eso, dice, le ha obligado a abandonar la Villa para instalarse en un hotel. "Voy de vez en cuando a la Villa, para disfrutar del ambiente olímpico, pero es realmente imposible", contó ayer. "No puedo escapar. Los otros deportistas me piden tantas fotos que... No me importa, pero no es lugar adecuado para tener una preparación ideal".

Hace 20 años, Federer fue un chico maravillado por las hazañas de Carl Lewis en los Juegos de Seúl 1988. Hace 16, fue un adolescente extasiado con su compatriota Rosset, que le arrancó el oro de las manos a Jordi Arrese en los Juegos de Barcelona 1992. Y hoy, cuando comienzan los de Pekín, Federer es un mito andante y un competidor con un problema. O gana el oro, o su temporada dará un paso más hacia el desastre.

Federer, ayer durante un entrenamiento en Pekín.
Federer, ayer durante un entrenamiento en Pekín.AFP

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