El tenor más famoso de Italia
Antonello Palombi triunfa en la Scala tras la espantada de Roberto Alagna

Antonello Palombi era ayer el tenor más famoso de Italia. Pero el domingo pasó un susto de los que no se olvidan. A ningún cantante le había sucedido lo que le pasó a él.
La primera representación auténtica de la Aida de Giuseppe Verdi, con escenografía (faraónica en todos los sentidos) de Franco Zeffirelli, fue la del domingo. La del jueves había sido otra cosa: un lujoso rito anual que la Scala ofrece a millonarios, políticos y críticos, siempre rematado con una ovación colosal, porque cuando uno puede pagar 2.000 euros por una entrada, aplaude.
Llegaba el momento de enfrentarse a la verdad, al resabiado público scalifero, y se mascaba la bronca en el ambiente. Roberto Alagna, el tenor francés que interpretaba el personaje de Radamés, había dicho tras la première que la audiencia milanesa carecía de gusto. También se había quejado de que la crítica hablara de la apabullante escenografía de Zeffirelli (que el Corriere della Sera calificó de "cómica") y de la coreografía (que el mismo diario despachó como "ridícula"), y no de sus esfuerzos vocales. Alagna, el divo, llegó al teatro con ganas de dar el do de pecho. Y el público llegó con ganas de abroncar a Alagna.
Ricardo Chailly se declaró estupefacto y afirmó que en su vida había visto una cosa así
Todos se dieron satisfacción de forma inmediata. En cuanto Alagna-Radamés acabó de cantar Celeste Aida, en el arranque del primer acto, un sonoro abucheo se mezcló con los aplausos. Alagna miró, caminó hacia la izquierda del escenario con cara de pocos amigos, levantó un puño dirigido a los abucheadores y se largó. El director, Ricardo Chailly, hizo que la orquesta siguiera tocando mientras en la platea, y sobre todo en el gallinero, se montaba un escándalo colosal.
Durante unos segundos, la confusión fue absoluta. Antonello Palombi, el Radamés suplente, seguía los acontecimientos a través de un monitor, estupefacto. Entonces se le acercó el director de escena y le dijo que saliera. Palombi, en vaqueros y camisa negra, tal como había llegado de casa, no podía creérselo. Y preguntó: "Al menos me visto, ¿no?". "No, no, tal como vas", fue la respuesta. Por un instante, según explicó ayer, Palombi pensó cantar su parte oculto tras una cortina. "Un Radamés en off habría quedado bastante raro, la verdad. O sea, que salí con lo puesto, sin calentar la voz ni prepararme, en frío, como quien se tira de cabeza a una piscina".
Lo que el público vio fue a un señor melenudo y con barba, en vaqueros, que aparecía de repente en una escena cargada de oropeles, se ordenaba el cabello y se ponía a cantar. Palombi, que ya había interpretado a Radamés en varios teatros de prestigio, salió con bien de la aventura. Al concluir la representación, ya vestido de faraón (pudo cambiarse tras el primer acto), se llevó los aplausos más cálidos.
"El público no me ha entendido, he cantado por todo el mundo con éxito, pero la gente de la Scala no es un público de verdad", explicó Alagna, declarándose "absolutamente amargado". El temperamental tenor francés se escapó por la puerta de atrás y prometió no volver nunca al gran teatro milanés. El director de orquesta, Ricardo Chailly, dijo estar "estupefacto": "En mi vida había visto una cosa así", aseguró.
La ruptura entre Alagna y la Scala se hizo definitiva de inmediato. El teatro pagó la liquidación al tenor y le recomendó que no volviera a acercarse al edificio. El tenor dijo que encantado. Su esposa, la cantante Angela Georghiu, tan volátil como Alagna (abandonó un Pagliacci en Rávena porque el director, Riccardo Muti, la criticó en los ensayos), estaba contratada para una Traviata prevista para julio en la Scala, pero parecía improbable que llegara a cantarla. La familia Alagna-Georghiu no era bienvenida en Milán. Todo lo contrario de Palombi, convertido en héroe local.
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