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Columna
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Rosa Montero

Henos aquí rompiendo la barrera del sonido de personas en paro. Las cifras de desempleo producen un vertiginoso repeluco: ¡doblamos la media de la UE! Son 4.696.600 parados, un chaparrón de gente, un número tan grande de afectados que cuesta imaginarlos individualmente. Pero ahí están, 4,7 millones de zozobras distintas, de historias diferentes. Como la de Daniel Castillejo, un arquitecto de 35 años que, tras pasar ocho trabajando de falso autónomo en estudios y Ayuntamientos, acaba de quedarse sin nada. El miércoles pasado se apuntó al desempleo y luego fue al centro de salud para arreglar su cobertura sanitaria.

Como autónomo, Daniel había cotizado en una mutua privada y no en la Seguridad Social, porque al ser arquitecto podía hacerlo y le salía más barato; así que explicó su situación y le contestaron: "No hay problema, le atenderemos como si fuera un inmigrante por no haber estado nunca en la SS". Daniel sintió un pequeño vértigo, un vahído, un conato de rebeldía que le impelía a explicar que él era español y que había pagado todos sus impuestos durante esos años, pero al final se calló, porque el paro te va comiendo el ánimo desde el primer momento. Así que fue a la ventanilla en la que tenía que registrarse como inmigrante y de pronto recordó que tuvo una tarjeta sanitaria cuando un Ayuntamiento le contrató seis meses. En efecto, dijo la empleada, en Andalucía estaba cubierto con esa tarjeta. ¿Y si, por ejemplo, iba a Madrid a ver a su hermano (bioquímico, doctor, también en paro)? Ah, esos problemas los debería hablar con el trabajador social. O sea que este arquitecto que fue falso autónomo se acaba de enterar a los 35 años de que es un falso inmigrante y de que necesita la orientación de un asistente social para sobrevivir a un país tan ineficiente y chapucero que tiene a uno de cada cinco trabajadores en el paro.

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