Agujetas

Vivimos tiempos crueles. Las noticias injustas, escandalosas, patéticas, se desbordan a diario para dejarnos en el paladar un regusto de amargura hastiada, casi domesticada. Cospedal no paga a los farmacéuticos ni el IBI de los hospitales, pero el espesor de su maquillaje no se resiente mientras aclara que ella no recorta, sino que ajusta para garantizar el futuro del sistema. Al escucharla, la carcajada se congela, y duele. Nos hemos acostumbrado tan deprisa al cinismo, a la demagogia, a la degradación de las instituciones democráticas, que ya tenemos agujetas en los músculos de la risa, en los del escándalo.
La actualidad es una pura risa helada, desde el Bundestag hasta el Parlamento catalán, pasando por el desparpajo rancio y achulado de Aguirre, que el día menos pensado dejará de maquillarse porque sus poros de piedra berroqueña no podrán absorber ya ningún cosmético. Pero la crueldad de esta crisis que no es una crisis desborda día a día sus consecuencias para invadir, y contaminar, y desvirtuar nuestra percepción de la realidad.
Patxi López se ha subido a una tribuna para dar por sentado el fin de ETA. De este discurso, anhelado durante décadas, apenas han transcendido, sin embargo, las críticas electoralistas a su oferta de acercamiento de presos. Eso sí que es cruel. Hasta hace muy poco, el júbilo, aun controlado, sujeto a condiciones, se habría desbordado en todos los titulares. No habría sido para menos después de tanto miedo, tanto sufrimiento, tantas víctimas.
Pero, resignémonos, la humanidad ha pasado a un segundo plano. ¿A quién le importa la paz, mientras las Bolsas fluctúan, y la prima de riesgo sube, y la deuda soberana se estrella? Lo que importa es cómo conviven las cifras, no las personas. Pero no se preocupen. Dentro de poco, cuando ya no tengamos agujetas ni en el corazón, todo será más fácil.
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