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Reportaje:

Los Alí Babás de Bagdad

Los adolescentes se mueven entre la picardía y la violencia de las bandas

Guillermo Altares

El patíbulo de la prisión abandonada de Abú Graib, cerca de Bagdad, es uno de los lugares más siniestros de Irak. Hay que recorrer un kilómetro dentro del inmenso complejo carcelario hasta llegar al corredor de la muerte, donde ahorcaban a los prisioneros políticos. No hay un alma hasta que aparecen tres jóvenes desharrapados, que apenas tienen la mayoría de edad, con la ropa rota y sucia. Uno de ellos lleva una llave inglesa de considerable tamaño. Son los saqueadores, los Alí Babás, como los llaman los soldados estadounidenses, que siguen buscando algo que pillar entre las ruinas.

La pasada semana, coincidiendo con la llegada a Irak del nuevo administrador estadounidense, Paul Bremer, las fuerzas de la coalición han lanzado una intensa campaña contra el crimen en Bagdad. Se han intensificado las patrullas, los policías iraquíes han recibido armas, incluso fusiles de asalto AK-47, y los arrestos se han multiplicado, decenas de ladrones son detenidos cada día y no pasarán 48 horas encarcelados como ocurría antes, sino que se enfrentan a una pena de un mínimo de tres semanas a la sombra. Aunque, en muchos casos, como los ladronzuelos de la prisión de Abú Graib, son apenas niños.

"En Bagdad había crimen antes de nuestra llegada. Es normal en una ciudad de cinco millones de habitantes", asegura el capitán Steve Caruso, un enérgico policía militar. Es el encargado de la principal comisaría de policía conjunta de la ciudad y no le falta trabajo: ante la ausencia de autoridad desde la toma de la ciudad, el 9 de abril, los problemas de delincuencia se han multiplicado, sobre todo porque, en octubre de 2002, Sadam Husein liberó a 10.000 prisioneros, la mayoría presos comunes.

Hay barrios en los que la policía entra lo menos posible, como Sadar City, la antigua Sadam City, una inmensa barriada chiíta. Otras veces la marginación es visible en pleno centro: en la calle que separa los hoteles Palestina y Sheraton hay siempre niños vendiendo cigarrillos o refrescos. De vez en cuando, aparecen los niños de la calle, que cada vez piden dinero de forma más agresiva, mientras otros tratan de evadirse de la realidad. Ayer mismo, sentado en la acera, uno de ellos esnifaba pegamento de una bolsa de plástico.

En otras zonas de Bagdad puede verse a grupos de niños y adolescentes descalzos que recorren la ciudad, en algunos casos con palos. También son, muchas veces, menores los que venden la gasolina de contrabando.Pero, una vez terminada la oleada de saqueos, los verdaderos problemas de seguridad no los plantean ladrones empobrecidos, sino bandas organizadas.

Existen dos lugares donde se concentra la compraventa de coches robados en Bagdad, hay varios mercados de armas -en Sadar City, un Kaláshnikov cuesta menos de 40 dólares y los vendedores son generalmente menores- y los asaltos se han multiplicado. El domingo por la noche, en pleno centro, en la popular calle comercial Karrade, un hombre mató de un disparo a un joven que intentaba robar su coche a punta de fusil. Dos días antes, un intento de asalto a una tienda se saldó con un tiroteo de diez minutos. "En esta ciudad la mayoría de gente está armada y es imposible sentirse seguro si no aumenta, y mucho, la presencia policial", dice el agente Haidar Mahdi.

Soldados de EE UU atienden en una calle de Bagdad a dos jóvenes iraquíes heridos por los disparos de una banda rival.
Soldados de EE UU atienden en una calle de Bagdad a dos jóvenes iraquíes heridos por los disparos de una banda rival.REUTERS

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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