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Columna
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Alicia in Spain

Manuel Rivas

La demanda de verdad, reparación y justicia para las víctimas de la dictadura no es un asunto de interés "sectario". Desentenderse de este drama tan histórico como actual, por irresuelto, me parece una aberración ética y jurídica. Así lo ven, entre otros, los más prestigiosos juristas del orbe democrático, medios de comunicación como The New York Times, The Guardian, Le Monde, o Financial Times, y organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch. ¡Caramba con la "secta"! Hablamos, y esto es fundamental, del incumplimiento de acuerdos internacionales sobre los derechos humanos suscritos por España. Lo que hoy se dirime no tiene que ver con partidos o posiciones sectarias, ni mucho menos con simpatía o antipatía por un juez. En términos de Albert Camus, que tanto escribió sobre el drama español, y con un asombroso sentido de profecía, el dilema es humanidad o inhumanidad. La vía explorada por Garzón era ciertamente imaginativa y muy práctica: el compromiso judicial con las exhumaciones y la verdad jurídica de los horrores del fascismo habrían posibilitado recomponer los añicos para construir un relato común y civilizado. Lo que ocurrió en España, no sólo en la guerra, sino después y durante décadas, llevó al extremo la crueldad: se mató y remató a los muertos. Miles de familias fueron desposeídas hasta del duelo. Y decenas de miles siguen en esa situación. Las comunidades que gobierna la derecha niegan cualquier ayuda a la exhumación. ¿Por qué esta inhumanidad que imposibilita el relato común? El mínimo ético está resuelto hace muchos siglos en La Ilíada, cuando Aquiles, avergonzado, abroncado por los dioses, devuelve al padre los restos maltratados de Héctor. Lo que tenemos aquí es otro clásico. El del juicio disparatado de Alicia en el país de las maravillas: "¡Primero la sentencia!... Tiempo habrá para el veredicto". O dicho de otra forma: "Comienza el juicio. ¡Que pase el culpable!".

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