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Columna
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Alma de bótox

Estudiando las listas de éxitos, o informaciones más visitadas en la versión digital de este diario, observo que el bótox se ha añadido a las cumbres alcanzadas por el sexo, la violencia y el despilfarro, habituales frecuentadores. Albricias. Eso quiere decir que también somos insensibles a la deformación física deliberada y que la sublimamos, convirtiéndola en entretenimiento y hasta en subgénero periodístico, como prueba este modesto artículo. Sexo, violencia, despilfarro y bótox. California más Caribe más Marbella, en frasco, para un mundo envejecido que intenta mantenerse en la adolescencia y que contempla complacido su ombligo, ese prodigio. Siendo el bótox un poderoso veneno (ver Wikipedia), quienes se hallan más en riesgo no son sus jacarandosos portadores, sino aquellos que, a fuerza de mirar sin querer ver, lo llevan inyectado en la conciencia. Distinguimos a tales usuarios por la impavidez del gesto, el discurso cínico, la negación de lo evidente. Y, más que nada, por las ruedas de prensa que dan, sin derecho a pregunta o repregunta.

Solo por el embotamiento de lo más profundo que nos hace humanos se entiende que no reconozcamos, salvo cuando se produce el estallido final, el grado de descomposición acumulado por las almas de algunos de nuestros amigos. Mubarak es el ejemplo más clamoroso de estos días. Nos preguntamos por qué no lo sabíamos. Respuesta: porque no mirábamos. A lo largo de tres décadas de estiramientos, cócteles vitamínicos, trajes a medida y homologaciones con certificado de la Internacional Socialista, ese cuerpo nos bastaba. Formaba parte de nuestro ombligo. Como estrellas de teleserie -de esas que hemos seguido durante 10 temporadas-, los cómplices de Occidente que mantienen amordazados a sus pueblos, y su avión privado a disposición de nuestros gobernantes, han conservado hasta ahora su lugar en el reparto de papeles.

El guión lo escribimos entre todos.

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